Visage Villages

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Visages Villages. (Documental. Francia, 2017). Dirección y guion: Agnés Varda y JR. Fotografía: Romain Le Boniec, Claire Duguet, Nicolas Guicheteau, Roberto De Angelis, Julia Fabry, Raphael Minnesota y Valentin Vignet. Música: Matthieu Chedid. Edición: Maxime Pozzi-García y Agnés Varda. Duración: 89 minutos.

Directora legendaria de cine, a la que muchos críticos denominan como la “abuela de la nouvelle vague”, la franco-belga Agnés Varda sigue impresionando a sus próximos noventa años –los cumplirá el 30 de mayo próximo- por su vitalidad, talento y sensibilidad para contar historias que, por explorar siempre en la vida de los más despojados y sacrificados por el orden social, conmueven profundamente. Se calcula que su producción se compone, desde su película inicial La point courte de 1954 hasta la fecha, de unas cuarenta obras entre largometrajes de ficción, documentales y cortos. Ha recibido infinidad de premios, entre los que se podrían enumerar, sin citar a todos, el León de Oro en Venecia por film Sin techo y sin luz en 1985; el César en 2009 por Las playas de Agnés y en forma reciente un Oscar honorífico en 2017 por su trayectoria. Entre sus películas más conocidas, además de las mencionadas, están Cleo de 5 a 7, La felicidad, Las criaturas, Los espigadores y las espiragadoras, Jacquot de Nantes, Los espigadores y las espigadoras dos años después y otras.

Visages Villages, que se puede traducir como Caras y lugares, es un documental, género en el que Varda ha incursionado y al que ha incluido en sus films de ficción, y que bien podría denominarse en esta ocasión como una road movie, o sea película de caminos. La directora y el conocido fotógrafo callejero y artista performático francés que responde al nombre de JR se embarcan en un viaje en una combi y recorren distintos pueblos y localidades rurales de su país y conversan con sus habitantes para conocer cómo son sus existencias, al mismo tiempo que les toman fotos y las colocan como gigantografías en las paredes o muros de casas, fábricas o graneros que visitan. El efecto en las personas retratadas es poderoso, porque, de pronto, se ven reflejadas en esas imágenes que le dan a sus vidas, tan hundidas en el anonimato y el sacrificio, una proyección en el espacio y una dimensión pública que no pueden creer, que desconocen. Algunos se emocionan, otros expresan cierta perplejidad o embarazo en su reacción y a veces ni siquiera pueden articular una explicación de la emoción de los embarga. Y todo eso es realizado, procesado frente a las cámaras, con un sentimiento de finísima empatía hacia esos seres (campesinos, mineros, trabajadores o jubilados, niños, hombres y mujeres de mediana edad o ancianos) que siempre despierta ternura y el deseo de conocer más sobre esas franjas de una población en el planeta que ni la publicidad, ni la comunicación ni el ajetreado universo de las concentraciones urbanas tiene en cuenta, como si no existieran.

De las charlas que mantienen Agnés y JR surgen historias de vida que reflejan lo que ha sido el trabajo de distintas generaciones en las minas, los campos o alguna actividad que se desarrollaba o desarrolla todavía en esos pueblos, o las formas de sobrevivencia de ciertos personajes como el encargado de distribuir la correspondencia o un sujeto muy conocido en una villa que confiesa no haber trabajado nunca –vive en una suerte de toldería que ha levantado él llena de objetos reciclados y de gran colorido- y que admite que tiene una jubilación mínima del Estado que le sirve para comer cuando tiene hambre. Es también muy entrañable la historia de una mujer que es la última habitante de un barrio de casas que ocupaban en otra época los mineros y cuya vivienda se niega a abandonar porque allí vivió con su madre y su padre, que extraía carbón de los socavones. Otro hijo de minero entrega una foto de su padre mientras la mujer lo lava en una gran fuente a su regreso del trabajo en la mina y JR y sus colaboradores la convierten en fotos inmensas y colocan en los frentes de las unidades, como un homenaje a esos pequeños héroes desconocidos y que existen en todo el mundo y cuyo trabajo genera, o generó en otra época, la savia sin la cual no se habrían movido las sociedades y en algunos casos todavía se mueven.

Es también muy agradable cómo esta pintura profundamente humana y lírica de Varda, una mujer de incalculable sabiduría y un corazón que ha latido siempre junto a sus semejantes, y de su colaborador JR no está nunca teñida de solemnidad. Todo lo contrario. Una y otra vez, la anciana cineasta y el más joven fotógrafo, al que lleva más de 50 años, se intercambian bromas, se ríen de sus falencias, especialmente ella que ya ve muy poco, y mientras fijan, eternizan en este maravilloso documento a decenas y decenas rostros que el espectador no olvidará fácilmente, también se reflejan ellos en distintas actitudes y situaciones, que transitan sin fastidiarse entre el humor, la poesía y la belleza.

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