Verano 1993
La historia de una niña que queda huérfana a los seis años y, en un verano decisivo, debe afrontar el inicio de una nueva vida con otros familiares, es la base de un guion con el que la joven directora catalana Carla Simón pensó hacer su primer largometraje, episodio de vida de algún modo ligado a una experiencia autobiográfica. Pero como suele ocurrir a artistas que se lanzan a esta aventura sin demasiado currículum detrás, no le resultó fácil conseguir con rapidez gente del medio que se interesara en producirlo y hacer la película. Hubo que trajinar hasta lograrlo, sobre todo porque en términos comerciales a muchos productores no les parecía una historia que pudiera convocar a mucho público. Ironías de la vida, y como sucede muchas veces, la película recibió ya el Premio a la Mejor Opera Prima en la Berlinae de 2017, uno de los festivales con mayor prestigio a nivel internacional. Y en los Goya de España de este año fue candidateada a ocho premios y se llevó tres. Y no es raro que siga cosechando triunfos, pues se está viendo en muchos países del mundo y participará con seguridad en otras muestras.
Tal vez lo más interesante de este trabajo es la sencillez del planteo con que la bisoña directora abordó la narración cinematográfica y la conmovedora sensibilidad con que resuelve las situaciones que explican la historia. La cámara funciona con la fidelidad casi de un documental, por la abundancia de detalles, pero detrás de esa aparente simplicidad hay una elaboración profunda de la propuesta visual y del armado de las secuencias que cuentan los hechos. La historia relata el traslado de Frida, la niña de seis años, desde Barcelona a una casa de montaña donde la acogen y adoptan su tío –hermano de su madre recientemente fallecida de HIV- y su mujer Marga, que a su vez tienen una niña menor que Frida, que se llama Anna. Frida tampoco tiene padre, porque, al igual que su madre, ha muerto un tiempo antes de HIV.
En el verano de ese lugar, jugando todos los días con su prima –que ya funcionará para ella como una hermana menor-, en las verbenas que se organizan en el pueblo vecino durante las noches o viviendo las nuevas y distintas situaciones familiares, Frida comenzará un nuevo ciclo que le cambiará totalmente la vida. Ese verano de 1993 será el punto ese clivaje, de escisión con su existencia anterior para empezar otra. De ahí el título. En esa estación, Frida irá aceptando en su interior la muerte de su madre, no sin contrariedades y dolores, y asumirá su rol en la nueva familia, con todo lo que eso implica de responsabilidad, que en principio tendrá comienzo cuando empiecen las clases al final del estío. Lo más destacado de la película es cómo la directora irá revelando esa mutación, desde una situación inicial de cierta rebeldía hasta el epílogo en que el conflicto estalla en su alma y se entrega, en toda su fragilidad de niña, al amor de los nuevos padres.
Porque, claro, no es sencillo explicarle a una niña de esa edad la muerte de su madre y más siendo tan joven y víctima del HIV. Entonces, tanto los abuelos maternos –que van a visitarla a menudo a su casa de campo- y los padres nuevos la sobreprotegen y miman a veces en exceso y ella, aprovechándose de esa situación, comete algunas travesuras peligrosas o le falta el respeto a los mayores. Un momento de fuerte tensión en la película es cuando Frida esconde a su flamante hermanita en un bosque y provoca que el matrimonio se desespere buscándola. Todo esto ocurre hasta que Marga, su nueva madre, establece, sin quitarle ni una pizca de amor, que hay que ponerle límites, tratándola primero con la normalidad con que se aborda a los otros niños y castigándola cuando es necesario. Todo esto contado con una naturalidad extraordinaria, que no apela nunca al artificio o las escenas cargadas. La obra es realmente conmovedora por esa sincera y transparente sinceridad con que todo está planteado y desarrollado. Son prodigiosas las interpretaciones de las dos niñas, Laia Artigas y Paula Robles, con quienes la directora, como lo explicó en distintas notas, realizó un trabajo de dos meses para ensayar y desarrollar el clima necesario de confianza y calidez en el grupo para que ellas filmaran sin tropiezos lo que la película les requería. Es excelente también la labor de Bruna Cusí, como la tierna madre postiza, y de David Verdaguer, como su marido y tío de Frida.