Un ladrón con estilo
Considerada como la película con que Robert Redford decidió despedirse de su carrera de actor –él mismo lo declaró así en distintas entrevistas, aunque como siempre ocurre en estos casos habrá que ver si cumple-, Un ladrón con estilo tiene sí como un propósito evidente el de homenajear a esta estrella ya mítica del mundo cinematográfico norteamericano por su larga y valiosa trayectoria artística y lo que aportó a él. De hecho, el personaje que encarna mira por televisión en dos o tres oportunidades largometrajes que tuvieron a Redford como figura central y toda la concepción de la obra, desde el punto de vista fílmico, está pensada como un buen traje hecho a medida para las que sido las cualidades más seductoras su personalidad como intérprete se luzcan claramente.
Un ladrón con estilo, del director estadounidense David Lowery, con quien Redford ya había colaborado como actor en Mi amigo el dragón, cuenta la historia de un personaje real, Forrest “Woody” Tucker, un ladrón de bancos que pasó gran parte de su vida en la cárcel y que protagonizó cerca de 18 fugas, algunas espectaculares de los distintos centros carcelarios en los que fue recluido. La suma de sus atracos es infinita, pero Tucker no era un hombre que desvalijaba entidades financieras solo para obtener abundante dinero, sino más que nada por divertimento, para ponerle un poco de adrenalina a su vida. Es una realidad que aprovechaba los dólares que embolsaba para vivir mientras estaba fuera de un presidio, pero sobre todo esa actividad lo ayudaba a poner en movimiento su capacidad lúdica y sagacidad para poder burlar a esas instituciones, y a la policía que lo perseguía, mediante estrategias muy elaboradas, ya que no entraba nunca a un banco sin estudiar antes sus hábitos, sus horarios y rutinas con mucho detenimiento. En la película aparece armando todos estos planes con dos socios, que están interpretados por Danny Glover Tom Waits.
Las sucesivas fugas de las cárceles demuestran que era un hombre de ingenio y observador y que aprovechaba las mínimas debilidades de sus víctimas o sus carceleros para hacer de las suyas. Hasta qué punto, ese ladrón tuvo el magnetismo, aspecto bondadoso y buena onda para dedicarle una sonrisa arrobadora a cada persona que se cruzaban ante él, incluso en los bancos cuyos tesoros pelaba, es algo que quedará para cada espectador como un interrogante difícil de resolver. Más allá de pensar que Tucker tenía todas las características de un ladrón a la antigua, atado a ciertos códigos de urbanidad y no violencia en sus asaltos –es de suponer que era así, al menos, mientras sus despojados no mostraran resistencia-, es posible también pensar que en el film la mayor parte de sus encantos provienen de los rasgos que le proveyeron la personalidad actoral de Redford antes que de la realidad. Por lo tanto no hay que pedir excesiva verosimilitud en esto y aceptar que es una película para despedir a ese verdadero ícono de la meca del cine que fue ese intérprete.
Por otra parte, la arquitectura de la historia, que transcurre durante los primeros años de la década de los ochenta –y al respecto la reconstrucción de época es muy buena-, aprovecha esos rasgos para contraponerlos a los del detective John Hunt (Casey Affleck), un hombre de tranquila vida hogareña, con una esposa y dos hijos, y que mantiene intactos su lucidez y olfato para investigar distintas actividades delictivas, pero que a esa altura de la vida, los 40 años, se encuentra ya un poco cansado de su profesión y, si bien desarrolla con perseverancia su investigación, la cumple con un espíritu cada vez más despreocupado de las rigideces y dureza que impone su oficio policial. Resultado de eso, es que Hunt, al averiguar la historia de Tucker, desarrolla en la intimidad de su alma un sentimiento de admiración por esa personalidad que se expone siempre al riesgo y no se deja atrapar nunca por la monotonía, ni siquiera en la vejez. Filmada en un ritmo reposado muy alejado de la espectacularidad de las realizaciones actuales de asaltantes –tan saturadas de acción, trompadas y efectos, de pura tetosterona en despliegue-, Un ladrón con estilo es, básicamente, un duelo de inteligencias, y hace recordar a las excelentes entregas de Hollywood de los setenta y ochenta. Y como esas películas tiene también algunos encantadores pasajes de amor otoñal, que están a cargo de la siempre eficaz y dulce Sissy Spacek, en contrapunto con Redford, que se lleva casi todos los laureles. El resto del elenco es también muy sólido.