Las benévolas
Las benévolas. De Jonathan Littell, en traducción y versión teatral de Julián E.Ezquerra. Dirección: Laura Yusem. Intérpretes: Gabriel Goyty, Raquel Ameri, Matilde Campilongo y Jazmín Diz. Música original: Cecilia Candia. Escenografía y vestuario: Graciela Galán. Iluminación: Jorge Pastorino. Teatro Nacional Cervantes.
Nutrida en la novela homónima del escritor franco-estadounidense Jonathan Litelll, muy premiada en los últimos tiempos, la versión teatral de Las benévolas asume la forma de un largo monólogo en el que el personaje principal, Maximilien Aue, un CEO de una fábrica de encajes, cuenta aspectos de su vida en el pasado. Aue no es solo un gerente exitoso y un amante de la literatura y la música, también ha constituido una familia con hijos y se ha doctorado en Derecho. Pero no es sobre eso de lo que quiere hablar en su raconto, ni sobre la supuesta felicidad de su presente. Quiere referirse a otra cosa, a ciertos recuerdos que lo acosan y que tienen de atrás, provocándoles vómitos y tenaces constipaciones. Son como remembranzas de otra vida que cree superadas y rechaza, pero pululan por su espíritu como molestias que no puede controlar. En otra época, él fue oficial nazi de las SS y participó en muchos de los crímenes del régimen, tanto en los campos de concentración como en la guerra contra los soviéticos. Y en el relato va detallando esas imágenes de su otra vida con la misma apabullante frialdad con que enumera las estadísticas de muertes durante la contienda. Una y otra vez, trata de eludir sus responsabilidades aduciendo que no había otra opción si uno quería vivir y que, ante la sensación de peligro, toda ética cede, porque es una constante de la condición humana transgredir las reglas para protegerse, que ese es un mal que convive con todos como un virus latente que solo espera la oportunidad para atacar. Su justificación es que todo el régimen nazi era un gran engranaje en el que cada uno cumplía un papel.
A través de ese relato, el autor ha intentado, más que insistir en los conocidos crímenes del nazismo, hurgar en la subjetividad de un ser humano que ser capaz de atrocidades como sacrificar a miles y miles de semejantes sin doblegarse en la tarea ni dudar, o encontrando los resortes que le permiten en su interior aceptar ese papel, incursión que también hizo –y con mucha eficacia artística- el teatro de nuestro Tato Pavlovsky. Tal vez la diferencia es que en el discurso del ex oficial de las SS el cañoneo de la información documental –absolutamente verídica, aunque el personaje sea solo de ficción- es por momentos tan abrumadora, que se siente como un shock eléctrico imposible de soportar. El libro no se queda, sin embargo, allí. Aue le suma a su pretérito de verdugo del ejército alemán, el del asesinato de su madre, en represalia por haberlo separado de su hermana luego de encontrarlos en una situación incestuosa. Por ese crimen lo buscan Las Erinias, unas divinidades cuya misión principal era castigar los homicidios dentro de la familia y en especial el matricidio. Llamadas por los romanos Las Furias, también fueron bautizadas como Las Benévolas, que era el sobrenombre destinado a adularlas y apaciguar su cólera. Las Benévolas, disfrazadas de policías, llegan a la casa del Aue, pero éste las descubre y las mata ayudado por una acompañante. Una vez más, la justicia no cumple su cometido y el crimen queda impune. Aue sabrá encontrar razones para justificarse ante sí y ante el mundo. Frente a tal alud de informaciones y situaciones que se narran en el texto es difícil, sin embargo, que el espectador no se interrogue y reflexione sobre esos hechos, que, por lo demás, seguimos viviendo además cotidianamente. ¿Cuántos modelos de Aue circulan por cada sociedad dispuestos a asumir el papel de verdugos que sus poderosos les van a asignar?
La puesta de Laura Yusem es muy cuidada y cuenta con una escenografía y vestuario de Graciela Galán, que en lo visual conforma una atmósfera escénica sugestiva, sobre todo a partir del uso en la parte derecha del escenario de varios tubos de vidrio, donde el encaje se puede lucir, pero que sirven a los actores como espacios para romper el tiempo cuando se introducen en ellos; y también del montaje detrás del sillón de Aue de un pequeño tablado donde aparece y desaparece una figura de mujer enigmática, que es la que le ayudará a matar a las Benévolas. En cuanto a la actuación, Goity muestra mucho aplomo y dominio del espaio, aunque el discurrir de su discurso suene por momentos algo monocorde, tal vez por la necesidad de ajustarse su hablar a cierta cadencia del texto, que intentó seguir, según su adaptador, la forma de una liturgia musical. Por su parte, las Erinias son interpretadas por las actrices Raquel Ameri y Matilde Campilongo con mucha plasticidad –se mueven en distintos pasajes como serpenteando- y emitiendo voces gruesas, pero en un esquema de composición de esos personajes que ya parece un poco repetido.