La esposa

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La esposa. (The wife. Reino Unido, Estados Unidos y Suecia, 2017). Dirección: Bjorn Runge. Guion: Jane Anderson y Meg Wolitzer. Fotografía: Ulf Brantás. Montaje: Lena Dahlberg. Música: Jocelyn Pook. Intérpretes: Glenn Close, Jonathan Pryce, Christian Slater, Max Irons, Annie Starke, Elizabeth McGovern y otros. Duración: 100 minutos.

Basada en el best seller de Meg Wolitzer, que también interviene en la confección del guion de la película, y dirigida por el realizador sueco Bjon Runge –en su primer largometraje en idioma inglés-, La esposa es la historia de una relación entre un famoso escritor y su esposa que, tras la máscara de un vínculo en apariencia armonioso y apacible, oculta una fuerte carga de resentimientos, reproches y cuentas pendientes, en especial del lado de ella, destinada en algún momento a explotar. Es que, como se sabrá posteriormente, el escritor Joe Castleman (Jonathan Pryce), un norteamericano cuya popularidad se incrementará notablemente a partir del momento en que recibe el premio Nobel de Literatura, está cimentado en un dato secreto: la construcción en su prosa de un estilo refractario a los cánones tradicionales y la calidad de los personajes de sus novelas son mérito fundamental de su esposa Joan Castleman (Glenn Close), una antigua estudiante de Letras que tomó clases en el pasado con él y cuyo talento contribuyó decididamente a mejorar las obras que luego publicaba.

El guion da comienzo a la narración precisamente la noche en que Joe recibe por teléfono la noticia de que le han concedido el preciado galardón literario que otorga Suecia. Hasta unr rato antes ha estado hablando con su esposa Joan de que quisiera irse a una isla tranquila para evitar oír los llamados que, después de conocerse el nombre del ganador de esa distinción, sus conocidos suelen hacerle cada año para para lamentar que la elección no hubiese recaído en él. Se lo nota escéptico sobre la posibilidad de conseguirlo y, sin embargo, el milagro se produce y los cónyuges saltan de alegría sobre la cama y comentan que lo festejarán. Joan, sin embargo, interrumpe bruscamente la celebración y afirma que tiene que irse a bañar. Ambos viven en Connecticut en 1992.

A partir de allí, ambos esposos se subirán a un Concorde y viajarán a Estocolmo para asistir a la ceremonia de entrega del premio en Literatura y otras disciplinas. El resto de la historia transcurre allí y se desarrolla en los días previos a la gala en la que tanto Castleman y los otros premiados ensayan distintos rituales del acto –como el de inclinarse frente al rey del país luego de que se le entrega su medalla- y participan de los homenajes protocolares que les rinden  autoridades y admiradores de esa nación escandinava. Joe Castleman, que es un artista muy egocéntrico, está encantado con la atención que recibe y los elogios que le prodigan. Además, le han puesto una bella fotógrafa a su disposición para que lo siga por todos lados y a toda hora, incluso en una de las mañanas en su hotel, cuando lo despierte con un coro de jóvenes para cantarle durante su desayuno. A él, que está inflado como un pavo real, todos esos agasajos le encantan, e incluso teje la fantasía, no concretada, de poder seducir a la fotógrafa, a la que dedica lánguidas miradas.

Junto al seguimiento minucioso e irónico de todo el boato que reviste a esa ceremonia en honor de los personajes premiados, tan recargada de formalidades estúpidas (por suerte las filma y da testimonio de ellas un sueco), la película dedica varios flashbacks a recordar otras etapas de la vida de los esposos y cómo se conocieron en los años cincuenta y se enamoraron. También otras etapas en las que ella está dedicada plenamente a la reescritura de los libros de él –antes de su publicación- y el modo en que le delega el cuidado de los hijos. Ellos tienen un hijo y una hija. La muchacha, cuando el padre recibe el premio, está embarazada y tendrá a su hijo en la fecha en que sus progenitores están en Suecia. El joven, que es también un escritor, pero demasiado apesadumbrado por la renombrada sombra de su progenitor, viaja con ellos a Estocolmo, acompañándolos. Un detalle interesante: la Joan de los años cincuenta está interpretada por Annie Starke, la hija de Glenn Close.

Durante el viaje en avión a la capital de Suecia, un candidato a biógrafo de Joe se le acerca a su asiento y le dice que le gustaría escribir un libro sobre él. Ya en Estocolmo, un día que Joan se escapa de los preparativos de la ceremonia, que la asfixian, se encuentra con ella y la invita a una confitería a tomar unos tragos. El hombre trata de sonsacarle a la mujer si es realmente verdadero lo que se dice hace mucho tiempo: que es ella la que logra que sus historias se conviertan en novelas extraordinarias. Pero Joan se niega a contestarle y con la elegancia y el dominio de sí misma que exhibe en casi todo el film se lo saca de encima. Pero el biógrafo (Christian Slater) ya ha colocado en su corazón una bomba de tiempo. Solo hay que esperar que los mecanismos de explosión se activen. 

Hay un factor atractivo de este largometraje, fuera de las actuaciones que son un capítulo aparte, que deja al descubierto la situación de desprotección e inferioridad que sufrían las mujeres en su desarrollo profesional por los años cincuenta, situación que de algún modo todavía persiste bastante, aunque en un contexto ya de mayor resistencia femenina. Para una mujer enamorada y que quería tener un hogar con esposo e hijos era común que tuviera que sacrificar su vida en pos del crecimiento y la hegemonía de su marido. Es verdad que muchas mujeres fueron escritoras por ese tiempo, pero al precio que debían pagar por esa elección era en general el de una vida bastante solitaria y mal vista por las sociedades de su tiempo. Aquí, Joan decide sacrificar su talento para ponerlo al servicio de su cónyuge. Desde luego, eso tiene también un costo, que deja marcas y resentimientos. Y ni el más devoto amor a un hombre ni la decisión de ser una mujer leal y una madre totalmente entregada al hogar pueden en algún momento de la vida contenerse y desbordan. Como en esta ficción.

Con resoluciones a veces poco felices o esquemáticas de algunas situaciones y cierta tendencia a exagerar otras o a extremar los rasgos de los personajes –un biógrafo casi al borde de lo luciferino o una huida de ella de la ceremonia de entrega del premio al marido que parece demasiado efectista-, la película tiene, sin embargo, material disfrutable a lo largo de sus cien minutos de duración y permite seguirla en muchos pasajes con interés. El espectador podrá contar con dos trabajos impecables de Closs y Pryce, que por algo son los intérpretes que son, en especial el de ella que, frente a un hueso duro de roer como es su personaje, cuyo conflicto y tormento por su postergación como escritora solo debe expresarse mínimamente en los comienzos para no adelantar lo que luego proporciona el desarrollo de la película, va armando una cantidad increíble de pequeñas señales, que prefiguran el estallido final y hacen más creíble la trama en su totalidad. Eso más allá de que el director se haya excedido en el modo en que resuelve ese final con la fuga de la ceremonia y la dura pelea final con el marido, situaciones ambas que pudo abordar con mayor sutileza.

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