El amor menos pensado
El amor menos pensado. Argentina, 2018. Dirección: Juan Vera. Guion: Daniel Cúparo y Juan Vera. Música: Iván Wyszogrod. Fotografía: Rodrigo Pulpeiro. Dirección de arte: Mercedes Alfonsín. Edición: Pablo Barbieri. Intérpretes: Ricardo Darín, Mercedes Morán, Claudia Fontán, Luis Rubio, Jean Pierre Noher, Andrea Pietra, Claudia Lapacó, Chico Novarro, Gabriel Corrado, Andrea Politti, Norman Briski y Juan Minujin. Duración: 136 minutos.
Ópera prima como director de Juan Vera, conocido gerente artístico y productor de la compañía cinematográfica Patagonik, una de las importantes del país, El amor menos pensado ha sido recibida por el público y la crítica con mucha complacencia y elogios. Y la verdad es que merecía ese reconocimiento en un medio donde las producciones de comedias románticas como ésta no suele deslumbrar por la calidad de su factura, salvo las excepciones que se pueden contar, en los últimos años, con los dedos de una sola mano. Vera trabajó en su condición de productor durante dos décadas en la mencionada compañía, pero ya se había atrevido a incursionar en otras funciones y así hizo el guion de películas como Igualita a mí, 2 + 2 o Mamá se fue de viaje, en alguna de las cuales escribió también con el coautor del libro de El amor menos pensado, Daniel Cúparo.
La referencia al guion no es casual. Es uno de los soportes fuertes sobre los que se asienta la calidad de este film. Está escrito con humor e inteligencia, no excluyendo la posibilidad de ingresar en las zonas emocionales, pero sin caer nunca en un sentimentalismo edulcorado. Por otra parte, la película exhibe un elenco de gran nivel interpretativo, que seduce en todo momento con su destreza para encarar situaciones de un arco amplio, que van desde lo cómico a lo más dramático. Y siempre sin perder nobleza ni verosimilitud en la actuación. Esta es otra de sus columnas más sólidas. La historia cuenta el periplo de una relación entre un hombre y una mujer de clase media desahogada cercanos a los cincuenta años, la mitad de ellos dedicados al matrimonio, y que, luego despedir al hijo que viaja a Madrid para encarar estudios universitarios, comienza a percibir que su pareja ha perdido su razón de ser más intensa, que era la formación del hijo, y entra en crisis.
Después de la separación, ambos comienzan a encarar una nueva vida, sin abandonar sus trabajos, él es un profesor de Literatura y ella una empleada de una empresa de encuestas publicitarias. Sobre todo buscan nuevas relaciones pues, luego de tantos años de un solo vínculo, lo que seguirá es un período de curiosidad y claro deseo de investigar en sensaciones y zonas que hasta ese momento, en especial por el hecho de que el matrimonio mencionado había sido armonioso y fiel entre sus cónyuges, estaban vedadas o eran difíciles de abordar por el peligro en que ponían la estabilidad de la pareja. Y es así que ambos ex esposos se abren a algunas experiencias novedosas hasta arribar a armar una pareja más definitiva. Sin embargo, no todo terminará allí: habrá un intento de volver a la relación original y por eso algunos críticos han denominado a este largometraje como una comedia de rematrimonio, un género que tiene distintos antecedentes en la filmografía.
Esa travesía hasta llegar al final está poblada de escenas muy graciosas y efectivas para los protagonistas, como la que tiene Darín con una mujer (una desopilante Andrea Politti) a la que ha citado vía Tinder a un bar para conocerse. También es buena la que tiene Morán con un muy presumido vendedor de perfumes (Juan Minujín) y algunas otras que incursionan en los conflictos de otros personajes, como los que encaran Claudia Fontán y Luis Rubio como miembros de un matrimonio amigo de los protagonistas. El director se ha dado el gusto de filmar un trabajo que pasa las dos horas, tiempo en el que introduce infinidad de episodios que dan intervención a distintos personajes encarnados por artistas muy destacados: por ejemplo el padre del profesor de Literatura (Norman Briski), la madre de su ex mujer (Claudia Lapacó), el novio de ésta (Chico Novarro) y varios otros que aprovechan sus apariciones para nutrir el sostenido ritmo de la película. Es verdad que algunas de esas escenas hubieran podido suprimirse en persecución de una mayor síntesis, pero hay que reconocer que en general son secuencias bien sostenidas, en las que raramente se pierde fluidez y menos se cae en lo chabacano o el humor fácil, al estilo de Adrián Suar.
La historia se presenta como la visión de un sector que tal vez fue “progre” en su juventud, pero que ahora, a la vuelta del medio siglo, ha sido invadida por cierto pesimismo existencial, y que no se ve representado fuera de esa burbuja pequeña y aislada que es su mundo social y familiar, autosatisfecho y autoabastecido, y base de su equilibro emocional. Fuera de ese microcosmos de los nexos cercanos parecería no existir nada seguro. Porque allí, y más allá de los desencuentros sentimentales que suelen sobrevenir, todo parece funcionar en un sentido satisfactorio: no hay para ellos problemas económicos de ninguna naturaleza, la sobrevivencia y el confort están garantizados, incluso la ironía, que es como la válvula de escape de aquel pesimismo. Y allí la única herramienta para salvarse parece ser el amor, lo cual es muy lógico en una comedia romántica. Es un refugio donde todo puede volver a convertirse en un orden controlable, una sensación que alcanzada –si es que alguna vez se alcanza- debe ser muy estimulante en un universo donde todo es fragilidad, cambio constante. Y los protagonistas luego de su crisis piensan en eso.
Lo que ocurre es que hay mucha gente que está lejos de tener esa sensación. Porque si algo tiene la realidad de estos días en la sociedad argentina, pero también en muchos otros lugares del planeta, es que la vida, la existencia laboral, la vejez, el cuidado de la salud y la educación, y ni hablar del amor, son metas totalmente inseguras, difíciles de alcanzar, resbaladizas. La mayoría de las personas, aunque quisiera tener un gran amor y que durara mucho, sabe que todo se ha tornado muy efímero en este tiempo, todo lo sólido se desvanece al segundo en el aire. Y es en este aspecto que, aunque satisfactoria como factura cinematográfica, esta película parecería transcurrir en otro territorio, en un lugar algo ajeno al de nuestros días. Claro, salir de la estrategia bien diseñada de la historia la hubiera transformarla en otra cosa, en algo distinto al género elegido. Y esto es importante atenderlo, pero también lo es reconocer que esa impresión de ajenidad se siente mucho por momentos del film, a pesar de lo reconocible que es el lenguaje de los personajes, de los buenos chistes, de la mordacidad bien dosificada, de la verosimilitud de algunas situaciones. Hecha esta aclaración, insistimos en otro acierto: las actuaciones, que son todas realmente muy bien trabajadas y dignas de disfrutarse.