Crítica de cine: Victoria



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Victoria. Alemania, 2015. Dirección: Sebastián Schipper. Guion: Olivia Neergard-Holm, Eike Frederik Schulz y Sebastián Schipper. Dirección de fotografía: Sturia Brandth Grovien. Intérpretes: Laia Acosta, Frederick Lau, Franz Rogowski, Burak Yigit, Max Mauff. Duración: 133 minutos

Una de las películas alemanas más premiadas en su país y algunos festivales en los que se ha presentado, Victoria narra una historia de jóvenes desesperanzados de la actual Berlín, que bien podría ser la de muchos otras personas de su edad en distintas partes del mundo. La peripecia comienza en una discoteca subterránea de la ciudad, en el famoso barrio de Kreuzberg, donde una joven baila con vehemencia en una pista de baile dominada por una suerte de niebla blanca que hiere los ojos. Es una joven española que está sola en Berlín, adónde ha llegado hace unos meses en busca de un cambio de vida. Por lo que se averigua en el curso de la trama, ella ha cumplido todos los mandatos de su familia, entre ellos el de estudiar con mucha intensidad piano hasta que alguien la desalienta, y no ha encontrado a partir de ese momento rumbo para sus sueños. Ahogada por ese destino sin perspectiva y lleno de rígidas normas, se marcha a la capital de Alemania en busca de un cambio de horizonte y tal vez de una mayor adrenalina para su vida.

     Cuando sale de la discoteca y pretende ir a su casa –durante el día atiende un bar, de eso trabaja- se topa con cuatro chicos berlineses del este de la ciudad, bastante alborotadores y ávidos de hacer transgresiones que, al parecer, no revisten mucha gravedad o no pasan de ser fechorías menores: le sustraen algunas cervezas sin pagar al dueño de un negocio que vende bebidas, aprovechando que está dormido, ingresan en un edificio de departamentos sin conocimiento de los ocupantes para ir a disfrutar de la noche en una terraza desde donde se ve toda la ciudad, juegan a que son dueños de automóviles que no les pertenecen. Se trata de jóvenes sin ocupación fija ni futuro, nacidos en el este de la ciudad, y que deambulan erráticos en la noche berlinesa. Víctimas de una sociedad que no los protege, que los abandona a su suerte, ellos no encuentran mejor respuesta a sus problemas que aturdirse en fiestas nocturnas, aventuras o inútiles actos de rebeldía, pensando que eso es vivir el presente de la manera más febril posible.

      En este aspecto hay nitidez en el relato de esas vidas, que se muestran llenas de una furia que resuena solo en el vacío de una existencia huérfana de sentido. La película sigue esa línea hasta más o menos la mitad del rodaje, que es cuando Victoria, la joven española, se va con uno de los jóvenes de la pandilla, Sonne, por quien ha empezado a sentirse atraída. Ambos se retiran en bicicleta al bar que ella deberá abrir en pocas horas y charlan largamente dando a conocer, en especial ella, aspectos de su identidad. Hasta que Sonne recibe en su celular un llamado de otro miembro del grupo que lo convoca a robar un banco con sus otros dos amigos. Es Boxer, un joven rapado que ha estado en la cárcel y allí ha contraído una deuda de diez mil euros con un ex compañero de celda, que ahora lo conmina a asaltar esa entidad financiera y saldar la deuda. Conminación que se hace en los códigos de los grupos delictivos: si no cumple pagará con su vida. La desesperación y el temor se apoderan de los cuatro amigos que se reúnen de nuevo en el bar atendido por Victoria, en la madrugada, y deciden, finalmente, cometer el robo. Pero necesitan un chofer, pues uno de ellos está totalmente borracho y no se puede mantener en pie. Es entonces cuando ella se ofrece a ayudarlos y a llevarlos a la consumación del atraco. De ahí en adelante, y en forma imprevista, o quizás no tanto, la película se transforma en un thriller de alta tensión y muy atrapante.

     Se ha señalado por esta razón que el film es algo engañoso: se desliza por un sendero equívoco, que alerta y previene de algún modo al espectador de que esa frontera es lábil, que puede seguir siempre igual, en detrimento, claro, de la fluidez; o puede cambiar abruptamente. Y eso es lo que sucede, ganando con eso ritmo y dinámica cinematográfica, aunque debilitándose por la aparición de algunas inconsistencias narrativas en el guión. Se le ha reprochado a la historia cierta inverosimilitud, el no poder justificar demasiado bien como una joven que no es tonta ni incauta puede, fascinada por ese afán de tener una aventura fuerte y de gozar la libertad sin límites con que en apariencia se mueve el grupo, cede tan fácilmente a la tentación de meterse en un lance delictivo tan extremo y pleno de peligros. Pero, bueno, esa es la apuesta del director y hay que reconocer que despierta el interés del público que, aun protestando por lo bajo por las torpezas o irresponsabilidad de los novatos –ya que ninguno es un delincuente verdadero, sino jóvenes marginados por la sociedad, que han crecido sin esperanzas y sin apego a las normas-, no puede abandonar ni un segundo la pantalla para seguir su disparatada peripecia. Después de todo, hasta las peores desgracias se apoyan en decisiones estúpidas. Eso es lo que les da su carácter trágico.

      Victoria agrega a ese relato atrapante un detalle técnico de gran virtuosismo: está filmada en tiempo real y en una sola toma. En rigor, y como ha contado Laia Acosta, el director ensayó durante dos meses con los actores las escenas en las distintas locaciones mostradas y una vez fijadas se filmaron tres veces mediante el recurso del plano secuencia, que ya se ha practicado en otros trabajos (El arca rusa, por ejemplo, en 2002), pero no por eso el recurso deja de ser menos interesante. De las tres versiones, al parecer, quedó la última, que era la que más se ajustaba a lo que deseaba Sebastián Schipper, su director, que completa con ésta su cuarta película y la de mayor repercusión. Las actuaciones son muy convincentes y resaltan especialmente las de Laia Acosta, una barcelonesa a la que el público ha visto ya en series como Pulseras rojas o El tiempo entre costuras, que realiza una labor consagratoria, y el dúctil y muy agradable Frederick Lau como Sonne.

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