Crítica de cine: Una noche de amor
También en la línea también de la comedia romántica, aunque con una dosis de humor más ácido y reflexivo, menos blanco, se desarrolla Una noche de amor, que dirige Hernán Guerschuny, realizador en otros años de El crítico. El guionista es Sebastián Wainraich, una conocida figura de la pantalla chica (hizo durante un tiempo el programa Televisión registrada), que también ahora asume uno de los principales roles actorales de la película. La historia es sencilla, pero bien escrita y plena de aciertos en lo relativo a la descripción de costumbres y situaciones de una pareja de profesionales de clase media (Leonel y Paula) con doce años de unión conyugal y dos hijos.
Una noche, esta pareja decide salir, como otras veces, con un matrimonio próximo a sus sentimientos, pero antes de partir se enteran que sus amigos no irán a la cita porque se están separando. Paula habla con la mujer y le ofrece ir a su casa a brindarle apoyo anímico, pero ella no acepta. La notica impacta a Paula y Leonel, pero ante la imposibilidad de poder ayudar a sus conocidos deciden salir ellos solos y no desaprovechar la oportunidad, aprovechando que ese día la madre de Leonel se quedó a cuidar a los chicos. Lo hacen y deciden ir al mismo restaurante que habían reservado con sus amigos. Llegan allí y no los conforma el lugar, por lo cual se animan a irse antes de hacer el pedido de lo que van a comer. De allí, se trasladan a un local de Puerto Madero al que Leonel no quiere ir porque lo frecuentan muchos compañeros del ambiente -él es guionista- con los que no desea verse. Pero Paula, que es psicóloga y de lengua insistente, presiona y gana.
Obviamente, la noticia de que los amigos se han separado no le es indiferente a la pareja. Como un pequeño pero penetrante aguijón, el hecho ha empezado a verter su sustancia en la cabeza de ambos cónyuges. Y, producto de ello, en los viajes hacia los dos locales a los que van a cenar y luego desde el último de ellos hacia la casa de la madre a retirar a los chicos, se registrarán -además de en las escenas desplegadas en aquellos establecimientos- los diálogos más jugosos de la película: el conjunto de frases, reproches, quejas y reflexiones prototípicas de un matrimonio que tiene más de una década, se quiere sin duda, pero ha comenzado a sufrir los embates del paso del tiempo, la rutina, el apaciguamiento del deseo y tantos otros problemas que surgen de la convivencia cotidiana. Todos ellos son tratados con mucha verosimilitud, a veces con cierto humor cínico de parte de él, pero dentro de una atmósfera que cualquier pareja con una experiencia semejante reconocerá e incluso podrá tomar como un espejo de identificación, tanto en los pasajes agrios como en los más dulces y tiernos.
Carla Peterson encarna una Paula creíble, convincente y se mueve con soltura dentro de los distintos planos que le presenta su personaje. Wainraich dibuja una criatura que se parece en ciertos aspectos bastante a la del personaje que vemos en televisión: un tipo tranquilo y más inclinado al humor fino que al ex abrupto. Y, en la película, poco dispuesto a los roces que irriten los nervios. Mientras gira por este ámbito su papel tiene unidad y cumple satisfactoriamente. Pero por momentos da la impresión de que fuerza demasiado la impasibilidad, al parecer como una manera de no meterse en situaciones de mayor conflicto que podrían representarle dificultades a su trabajo, que es aún el de un actor bisoño o que, por lo menos, no se ha enfrentado a papeles más duros, más comprometidos con el corazón y el cuerpo. Soledad Silveyra como la mamá también se luce en sus breves apariciones.