Crítica de cine: Un camino hacia mí
Un camino hacia mí. (Título en inglés: The Way Way Back). Origen: Estados Unidos, 2013. Dirección y guión: Nat Faxon y Jim Rash. Fotografía: John Bailey. Intérpretes: Steve Carell, Toni Collette, Liam James, Sam Rockwell, Allison Janney, Anna Sophia Roob, Maya Rudolph y otros. Duración: 103 minutos.
Conocidos por su larga carrera como actores en cine y televisión, Nat Faxon y Jim Rash, ya habían exhibido sus condiciones como guionistas en la película Los descendientes, dirigida por Alexander Payne, y protagonizada por George Clooney. Aunque en ese trabajo compartían la autoría del libro con el director del filme. En Un camino hacia mí, además de realizadores de la película, son responsables absolutos del guión. Y como en su anterior experiencia, demuestran que saben escribir una buena historia. Pero no solo eso: sino que también pueden filmarla con rigor y buen gusto. Lo que cuentan Faxon y Rash es la peripecia de un adolescente retraído y que en pleno cambio de su cuerpo y su mente vive una situación de adaptación difícil a una nueva relación que está encarando su madre. Se trata de un típico drama de crecimiento, género al que los norteamericanos llaman coming of age. Se ha gastado mucho celuloide en este tipo de historias, algunas excelentes, otras menos dignas de recuerdo. Lo interesante de Un camino hacia mí es que no se precipita en exposiciones triviales ni en lugares comunes.
Duncan, el adolescente de 14 años, vive la experiencia que narra el filme durante un viaje de veraneo a la playa en el que debe compartir sus horas con su madre (Pam), el novio de ella (Trent) y una hija de él (Steph). Llegan a la casa donde se hospedarán y allí se encontrarán con una serie de personajes que son conocidos de Trent, con quien, se verifica enseguida, ya han convivido en otras vacaciones. La mayor parte de esos vecinos son insoportables y hay una mujer entre ellos que ha sido amante de Trent, lo que generará, debido a un desliz del hombre, un conflicto en la pareja. Duncan, entretanto, y puesto que no soporta la relación de su progenitora ni a los vecinos, trata de escaparse de ese lugar y ubica a no mucha distancia un parque de juegos acuáticos donde se hace amigo de un cuarenton, Owen, un personaje que trata de cubrir sus carencias afectivas con un humor compulsivo, pero que jugará un papel importante en la rehabilitación de Duncan, haciéndolo consciente de sus valores y de su inteligencia.
Es precisamente, en este escenario secundario, y no en el enfoque de los problemas dentro de la propia familia que son más sesgados, donde la película logra las secuencias más logradas, tanto por el acento que hace en la calidad de la relación amistosa, como por la fluidez narrativa que va alcanzando el relato. Allí también comienza a despuntar, para el joven, el germen de una posible relación –no concretada y que queda en suspenso al regresar la familia- con la hija de una de las vecinas, que también vive como él la dura prueba de vivir alejada y sin el afecto de su padre. En el papel del adolescente Liam James muestra mucha pasta actoral y responde muy bien las transiciones que lo llevan del retrato del joven callado y hosco al de la alegría de sus últimos momentos en que expone su capacidad para empezar a hacer un camino propio. La película, aunque parece alumbrar un instante final de complicidad entre la madre y el hijo, deja en suspenso que ocurrirá finalmente con esa mujer y su pareja. El elenco es muy sólido y se lucen, además de James, Toni Collette como la mamá, Steve Carrel como el prepotente y por momento sádico novio de la madre y Sam Rockwell como el nuevo amigo.