Crítica de cine: Sólo la verdad
A mediados del año 2004, en las proximidades de las elecciones presidenciales de noviembre que consagrarían para un segundo mandato a George W. Bush -que le ganó al candidato demócrata John Kerry-, fuentes periodísticas cercanas al equipo de producción del programa televisivo 60 minutos, de la CBS, llevaron al canal una noticia que podía resultar muy redituable en términos de audiencia: ciertos documentos, cuya fidelidad había que comprobar, señalaban que el presidente Bush había logrado en su juventud el beneficio de figurar como miembro del cuerpo de aviadores de la Guardia Nacional y de esa manera evitar ir a Vietnam. Por ese entonces, el opositor John Kerry había sido también acusado de tener una conducta cobarde en esa guerra y ese dato lo perjudicó notablemente. De modo que la productora del programa, la periodista Mary Mapes, premiada tiempo después por su formidable investigación sobre el régimen de torturas y sevicias a que eran sometidos los prisioneros de la cárcel de Abu Ghraib, en Irak, se entusiasma y acomete una intensa pesquisa para determinar si los documentos son realmente confiables. Y termina por concluir, con el respaldo de algunas fuentes a las que acude, que lo son. Y esa revelación se propala por 60 minutos, cuya figura emblemática era el mítico presentador Dan Rather, una de los conductores de la televisión más creíbles durante esa época.
Y, obviamente, el escándalo se produce. Al mismo tiempo que se puede definir como la reacción de parte de las fuerzas comunicacionales del partido Republicano, que comienzan poco a poco a desacreditar la legitimidad de los documentos y a sostener que en esas revelaciones solo se jugaba un factor político de desacreditación del candidato presidencial George W. Bush, imputación que no era equivocada, pero que no por eso y si se comprobaba le restaba valor, como la había tenido la hecha a Kerry. Los sectores económicos que nutren a ese partido tenían en ese momento una carta muy fuerte: sabían cómo deben presionar a la CBS debido a la proveían de distintas financiaciones vitales para su funcionamiento. Así que, gracias a esa presión, logra que de inmediato se arme una contrainvestigación para lograr que el canal se desdiga de los dichos y elimine de su equipo a la productora y sus colaboradores, incluso al propio Rather, que debió disculparse públicamente de su presunto error.
Toda la primera parte del largometraje está volcada a la búsqueda de los materiales y las opiniones que debían hacer posible la transmisión en la CBS y del hecho descubierto. Y en ese tramo la película se desarrolla con mucho interés porque demuestra que complicado es el trabajo de investigación periodístico y que frágiles y difusos límites transita, siempre próximos a la ruptura de la verdad o a la imposibilidad de develarla por completo, sobre todo cuando se apoyan en los testimonios subjetivos de la gente. Una segunda parte tiene un aspecto más intimista, y es la descripción de la crisis que, en su vida personal, le provoca a la protagonista los acosos de la contrainvestigación que se dirige hacia ella y sus compañeros de trabajo. Y, aunque no hay porque pensar que los periodistas son todos profesionales altruistas y munidos de los mejores ideales -la realidad demuestra en todo el mundo que no es así y en la Argentina lo comprobamos a diario-, los hay también que pelean por defender sus convicciones o por ejercer con honestidad su oficio. Es difícil decir si en la investigación contra Bush en aquel episodio utilizaron los mejores métodos para conceder crédito a lo que se quería revelar y al respecto la película no procura mucha información o claridad para saberlo. Pero lo cierto es que, aun si se hubiera procedido con una pulcritud absoluta e irrebatible, no hay razón para sospechar que las fuerzas de la derecha republicana y sus aliados en los medios, dentro y fuera de la CBS, no habrían actuado del mismo modo y hecho lo imposible, incluso mentir, para evitar que la comunicación del hecho perjudicara a su candidato. Eso lo hacen una y otra vez a lo largo y ancho del planeta los medios ligados al poder globalizador. Y en ese sentido, el film es aleccionador.
En cierto modo, hay que pensar que el reciente premio en Hollywood a la película Primera plana, donde, con distintos matices, se aborda un tema similar, tiene que haber estimulado a la rápida difusión de Solo la verdad, en un intento de llevar al público un asunto de características similares, que siempre gustan por el contenido de conspiración, corruptelas y pactos corporativos que aportan y que hacen recordar que las cosas en el país no son tan distintas de lo que sucede en otros lugares del orbe y mucho menos en la que se considera la “mayor” democracia de Occidente. Tal vez con un planteo algo más ingenuo en lo relativo a la descripción demasiado maciza de algunos de los periodistas de la CBS como abanderados inmaculados de una ética que no siempre existe, Sólo la verdad es más atractiva como producto y más sólida en lo actoral que Primera plana, con un magnífico trabajo de Cate Blanchet y un aplomado desempeño de Robert Redford, en un papel hecho a su medida. En roles menos comprometidos, lucen correctamente Denis Quaid y Elizabeth Moss, recordada por su labor en la serie Mad Men. La dirección de James Vanderlbit, en su primer largometraje después de haber trabajado en otros films como guionista y productor, es por su parte un muy buen debut en ese rubro. El guion tiene como base un libro de la propia periodista Mary Mapes.