Crítica de cine: Rams, la historia de dos hermanos
En los últimos años, además de algunas conductas que han despertado la simpatía por su sociedad (la decisión de no pagar su deuda externa pese a las presiones del FMI, Gran Bretaña y Holanda y la reciente renuncia de su ex primer ministro, David Gunnlaugson, luego de hacerse público que estaba involucrado en el escándalo de los Panamá Papers), Islandia viene llamando la atención por la aparición de un cine que, sin ser abundante en cantidad, ha logrado que sus producciones tengan una muy buena recepción en distintos países y muchos premios. Se podrían citar, entre otros títulos distinguidos, De caballos y hombres (2013) de Benedikt Erlingsson; Sparrows (2015) de Rúmar Rúnarsson, que recibió la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián; o Noi, el albino, de Dagur Kári y 101 Reykiavik, de Balasar Kormákur, ambas con excelente repercusión y que se conocieron hace algunos años en la Argentina, la última de las mencionadas bajo el nombre de Invierno caliente.
Con Rams: la historia de dos hermanos –también conocida en otros lugares como Rams (el valle de los carneros), se retomó ese camino de reconocimientos, porque el film fue ganador del Premio Un Certain Regard en Cannes 2015 y fue seleccionado por su país al Oscar, aunque finalmente no se la nominó. “Rams” es la traducción al inglés de la palabra islandesa Hrútar, que significa carneros y es el título original de la obra. La historia que cuenta este largometraje se rodó en el valle de Bardardalur, al norte de Islandia, que cobija una población dedicada en lo fundamental a la ganadería ovina, una actividad que durante décadas sirvió como sustento económico fundamental a muchas de esas zonas del país. De ahí que el carnero o la oveja sean animales casi sagrados en la tradición de esas poblaciones.
Los protagonistas de este trabajo del director Grimur Hákornarson, que va con éste por su segundo largometraje de ficción pero es un documentalista muy laureado y con una producción en ese género copiosa, son precisamente dos hermanos, como dice el título local, Gummi y Kiddi, que viven en el valle criando ovejas a escasos metros uno del otro pero que no se hablan, por viejos resentimientos que ha dejado el reparto de la herencia por parte de los padres, desde hace cuarenta años. Ambos son solteros y con una edad que los ubica ya en una madurez avanzada. La hostilidad recíproca que se prodigan se nota muy especialmente en ocasión de la ceremonia de entrega del primer premio al mejor carnero que otorga la comunidad y que Kiddi le gana a su hermano por escasa diferencia. Ese premio coincide con el descubrimiento de la existencia de una pandemia, que en la película se denomina “dormidera” (pero que se conoce en rigor con el nombre de “scrapie”) y que es un virus que ataca la médula y el cerebro de esos animales y los mata. Es una enfermedad que le transmitió Gran Bretaña a Islandia hace muchos años y que reaparece cada tanto.
Su detección suele provocar pánico entre la comunidad de ganaderos porque, una vez comprobada, las autoridades sanitarias obligan a sacrificar a todos los rebaños vivos para evitar su propagación. Después de tomadas todas las medidas higiénicas necesarias solo a los dos años puede restablecerse la cría. Acá, quien detecta la “dormidera” es Gummi en un animal muerto de su hermano y lo transmite a través de otro vecino a los organismos correspondientes, que verifican la veracidad de la denuncia. Pero, Kiddi creerá que esa denuncia ha sido fruto del resentimiento y la envidia que ha sufrido Gummi por no haber ganado el primer premio de ese año. Este hecho, sumado a la orden terminante de exterminar los rebaños, acentúa el enfrentamiento entre los hermanos. Kiddi, que es un tipo violento y alcohólico, no solo acusa a su hermano de deslealtad sino que incluso llega a dispararle con una escopeta. Gummi que es más tranquilo trata de sortear el conflicto y lleva su propia estrategia frente a la directiva de liquidar a sus ovejas. La tensión sigue, con algunas otras alternativas, hasta culminar en un final realmente intenso que pone a los dos hermanos frente a una prueba tan decisiva como sobrecogedora.
Hákornarson define a su película como una comedia dramática, un poco a la manera de algunos trabajos de Aki Kuriskami, el cineasta finlandés de quien reconoce cierta influencia. Y tiene razón porque, a pesar de la dramaticidad de esas vidas en un paisaje desolador y hostil hasta el caracú, él sabe sacarle partido a la trama mediante algunas descripciones de certero humor (como las escenas donde los hermanos se comunican a través de un perro que les alcanza los papeles escritos que se envían y algunas otras), que purgan a la historia de una densidad que, de otro modo, sería insoportable. El guion en ese sentido es muy medido y la narración en líneas generales seca, sobria. Factores que dejan disfrutar, sin aplastar las palabras, el rubro de lo visual, la rotunda majestuosidad de un paisaje que respira inmensidad y desolación y frente a cuya imagen –y la escena final remarca esta circunstancia con formidable elocuencia- los seres humanos son insignificantes hormigas en un desierto gélido, donde todo se vuelve de pronto nieve inconmensurable, infinita. La música de Atli Örvarsson es envolvente y su intervención en la secuencia de la nevisca final tiene un clima impresionante. Los dos protagonistas, que son dos de los actores más populares del país, han estudiado sus papeles a fondo y realizan grandes trabajos.