Crítica de cine: Omar
Como El paraíso ahora, su película anterior, el nuevo filme de Hany Abu-Assad, tiene también como trasfondo esencial de su historia la tragedia de Palestina, el país al que el Estado de Israel somete desde hace años a una cruel guerra y ocupación. Es en ese contexto que el director de Omar, título del largometraje estrenado en septiembre en Buenos Aires pero ya exhibida hace dos años en el Festival de Cannes, crea esta pequeña y dolorosa odisea de un joven cuyos sueños quedan enredados en el clima envenenado y perverso de ese conflicto interminable. Desde un punto de vista solidario con la lucha de quienes resisten la ocupación, Abu-Assad nos muestra la casi imposibilidad de construir, en medio de la intolerancia generada por el enfrentamiento, una relación de amor o amistad duradera que no acepte a priori la pasividad, el silencio o la resignación frente a las injusticias o tropelías cometidas allí.
Omar es un joven que decide sumarse a otros dos amigos, Amjad y Tarek, para luchar contra el estado de cosas instaurado por la ocupación israelí. Y con ese propósito se entrenan para realizar atentados contra miembros del ejército que domina el país. El muchacho, que trabaja en una panadería, está enamorado de la hermana de Tarek sin que éste lo sepa. Cometen un ataque en el que matan a un militar israelí y a los pocos días Omar es detenido y duramente torturado para que confiese quien es el autor del disparo que abatió a ese soldado. Durante el cautiverio los captores tratan al mismo tiempo de convencerlo para que colabore con ellos, abriendo una serie de sospechas en el espectador acerca de si él o sus amigos han cometido o pudieran cometer un acto de delación.
A partir de allí, la historia va tomando distintas alternativas, que circulan entre el drama de amor y el policial de suspenso, con espías incluidos, pero sin caer nunca en las recetas fáciles ni en transgresiones al objetivo central de la película, que es la de pintar una progresiva marcha del protagonista hacia un túnel sin salida, empujado por la manipulación del enemigo y su propia ingenuidad. La narración es sólida, de tipo más bien clásico, pero no ofrece en ningún momento baches ni secuencias que provoquen desinterés. El guion es excelente. La cámara, por otra parte, va registrando con puntillosidad los distintos interiores de ese laberinto infernal que es Cisjordania, dividida por un muro, y atravesada por decenas de callejuelas y pasillos donde todo huele a encierro fatal, a encrucijada.
En los papeles centrales, Adam Bakri como Omar y Leem Lubany como Nadia, su enamorada (los Romeo y Julieta de este drama moderno engañados por las intrigas del enemigo), cumplen con mucha frescura sus roles. Es posible que el espectador consiga la copia de este filme ya en algunos videos, pero realmente vale la pena verla en cine.