Crítica de cine: Mia Madre
Hay una cierta tendencia de los periodistas a tratar de indagar en los autores si su creación estética sigue una línea muy marcadamente autobiográfica. A lo que, en general, los artistas suelen responder que no, que cuando la historia que piensan o cuentan para una novela, una película u obra de teatro entra en el campo de la ficción, en el nivel de un suceso imaginado, necesariamente deja de ser autobiográfica, sin perjuicio de que siempre queden huellas en ella de aspectos de la vida o de la experiencia de su impulsor. Los artistas, con mucha frecuencia, suelen partir para hacer una obra de hechos que han presenciado o les ha ocurrido a ellos, lo que no significa que luego, en la dinámica de la realización de ese objeto estético, ese acontecimiento inicial sea respetado. Lo más común es que se desdibuje mucho.
Nanni Moretti, el notable director de la trilogía fílmica formada por Palombella Rosa (1989), Caro diario (1993) y Aprile (1998), ha demostrado hacer un cine en el que se involucra en forma decisiva su propia figura. Tanto en ese tríptico como en otras obras no solo dirige sino que también actúa, siendo sus personajes en las historias un factor muy relevante de ellas. Todo lo cual le suele dar a esos filmes un tinte muy personal que suele confundirse con lo autobiográfico. En Mia madre ese factor autobiográfico, sin embargo, está presente, como reconoce el mismo Moretti, pero luego, como es típico de una fábula cinematográfica, se despega de ese elemento. Mientras rodaba Habemus Papam (2011), su penúltimo film, su madre realmente enfermó y falleció tiempo después cuando estaba realizando el montaje.
Esa circunstancia lo conmovió de tal forma que a los pocos meses ya estaba escribiendo el guion de película exhibida con mucho éxito en el Festival de Cannes (fue una de las favoritas), si bien no recibió ningún premio. El núcleo del relato es el duro momento que atraviesa una directora de cine (Margherite Buy), que mientras filma una película sobre una fábrica cuyos obreros defienden su fuente de trabajo recibe la noticia de que su madre sufre una grave dolencia cardíaca que la llevará rápidamente a la muerte. Las tensiones propias del rodaje, sobre todo con un actor estrella norteamericano (John Turturro) que la directora ha decidido contratar, mezcladas al dolor de ver a su madre consumirse de a poco, se entrecruzan una y otra vez en secuencias donde es difícil –y Moretti juega especialmente con este límite- la ficción y la realidad.
Los propios personajes, la madre en una suerte de alucinaciones que provocan los fuertes medicamentos que recibe, la hija en las ensoñaciones de la vigilia o en sus sueños, ven escenas que parecen reales pero que luego se descubre que no son tales. Moretti se desenvuelve con gran eficacia en este juego sin estorbar el entendimiento del espectador. Este director italiano ya venía filmando desde hace un tiempo sobre temas relativos a la muerte de los seres queridos o sobre los fantasmas que esas amenazas siempre latentes provocan en el espíritu. En La habitación del hijo (2001) trataba el impacto que en un matrimonio provocaba la muerte de un hijo, y en Caos Calmo (2008), que no dirigió (es de Antonella Grimaldi) pero cuyo guion escribió, hablaba de la muerte de la esposa de un individuo. En una entrevista que concedió a una periodista, Moretti admite que, más allá del rasgo personal que le confiere a Mia madre el hecho de que fue la muerte de su madre la que lo movió a hacer el film, todas esas obras tienen finalmente que ver con la madurez. “Hasta por motivos biológicos, uno piensa más y más en la muerte”, comentó el realizador, que ya ha pasado los sesenta años y tiene rodadas más de diez películas.
Mia madre es una película que a pesar de lo movilizador del tema nunca se desborda, tiene siempre un tono muy contenido, pero sin por eso dejar de ofrecernos algunas escenas de gran intensidad, de mucha potencia emotiva. Está, por lo demás, muy bien contado, en un formato casi clásico, pero de universal captura emotiva. Margharita Buy, actriz que ya trabajó bajo las órdenes de Moretti en El caimán (2008), aquella formidable sátira política contra Silvio Berlusconi, compone a una directora sumamente conflictuada y de refinada sensibilidad. Nanni Moretti, que se reserva el papel del hermano de esta mujer, también realiza un trabajo convincente como actor y en lo cinematográfico redondea una película muy recordable.
En el papel del actor invitado se ubica a John Turturro, que aprovecha perfectamente su pertenencia real a una familia italiana, para hablar en la lengua del Dante, pero de un modo que refleje su origen norteamericano. Una vez más, prueba su labilidad de gran actor, aunque por momentos su personaje tiene rasgos algo caricaturescos que le restan sutileza. Una absoluta delicia, entrañable como la madre, es la actriz Giulia Lazzarini. Los demás papeles, el de la hija de la directora, su ex esposo y su actual pareja están un poco debilitados, pero parecería ser una determinación deliberada, que centra lo más sustancioso de la trama en estas cuatro criaturas.