Crítica de cine: Mi vieja y querida dama
Famoso como dramaturgo y guionista de cine, el norteamericano Israel Horovitz, 76 años, no se había ocupado hasta ahora de la dirección cinematográfica, salvo al parecer en la adaptación a la pantalla de un monólogo suyo llamado Tres semanas después del paraíso. Se podría decir que no tenía demasiado tiempo: autor de unos setenta títulos teatrales traducidos a treinta idiomas, la escena le absorbía gran parte de sus horas. Y también la escritura para el cine, actividad en la que también brilló como creador de guiones para películas tan bien conceptuadas como Sushine, de Itván Szabó, James Dean: una vida inventada, de Mark Rydell o ¡Autor! ¡Autor!, de Arthur Hiller y muchas otras. En Estados Unidos no es una rareza que un dramaturgo se lance a la conducción cinematográfica, así que Horovitz creyó también llegado el tiempo de probar él con un largometraje de buena cepa.
Lo hizo con My Old Lady, una obra muy difundida de su producción, que incluso el Teatro de Arte de Moscú tiene en su repertorio. Consiguió producción en su país, Francia y el Reino Unido, países estos últimos donde es muy conocido por su trabajo como dramaturgo. En Inglaterra estudió además en la Real Academia de Arte Dramático. La pieza es una comedia muy bien escrita, con algún que otro enredo bien armado y oportunos toques de humor y romanticismo, en cuyo núcleo se desarrolla una historia de redención personal, como suele gustarle al público más general. El eje que conduce la trama es el de un escritor frustrado y ex alcohólico (Kevin Kline), que llega a París a hacerse cargo de un caserón en la ciudad que le ha dejado como herencia su padre. La sorpresa para él, que quisiera convertir rápidamente al inmueble en dinero contante y sonante, es que el legado incluye también a una señora de mucha edad (Maggie Smith), sin cuya aprobación no podrá hacerse la operación inmobiliaria. Con esa anciana vive también una hija (Kristin Scott Thomas), que no ha tenido fortuna en el amor y que, a conocer al escritor –que ya tiene tres divorcios sobre sus espaldas- siente atracción hacia él. Estos vínculos más los que tuvo la anciana con el padre del recién llegado darán sabor a las distintas alternativas de la obra.
La película, fiel su origen en un texto teatral, tiene mucho diálogo, pero habrá que decir que es siempre por medio de un uso inteligente de la palabra y a menudo divertido. Horovitz tiene un exacto conocimiento de la técnica teatral y, como en las telenovelas bien confeccionadas, sabe guardar uno o varios secretos para el final que se van develando de a poco y mantienen siempre bien prendido la atención del espectador. En distintos pasajes, la narración se traslada de los ambientes interiores a la calle y se ve París en toda su hermosura, lo que nunca puede desagradar si tiene como fundamento la oxigenación del fluir narrativo y no el mero muestreo turístico, como ocurre aquí. Por eso, sin ser una película extraordinaria, cumple perfectamente con su cometido de comedia, que, como se sabe, siempre tiene condimentos que buscan distender y entretener al público más que sumergirlo en la dureza de la realidad. El otro rubro muy contemplado y que contribuye decididamente a darle calidad a este trabajo son las actuaciones, muy especialmente la de Maggie Smith, que una vez más expone su destreza de gran actriz.