Crítica de cine: La sal y la vida
Mundialmente conocido por sus escalofriantes testimonios fotográficos de las calamidades provocadas por el hambre, la injusticia o la guerra en el mundo, es difícil que alguien no haya visto alguna vez esas imágenes desgarradoras tomadas por la cámara del brasileño Sebastiao Salgado, sobre todo en África, aunque no falten en su voluminosa producción las de América Latina o Asia. El documental de Wim Wenders, el conocido director de En alas del deseo, El amigo americano, Paris-Texas y más recientemente Pina, es un homenaje liso y llano, sin demasiadas mediaciones, a ese artista nacido en Minas Gerais y que hiciera de la fotografía social el centro de su actividad existencial. Homenaje que, en ese caso, comparte con el hijo mayor del propio artista, Juliano Ribeiro Salgado.
Después de un comienzo profesional en su país sin gran repercusión, Salgado se exilió durante diez años en Francia debido a su militancia de izquierda y es desde esa ciudad que su trabajo comenzó a proyectarse a todo el planeta debido a los largos viajes que realizaba a distintos países (primero desde Francia luego desde Brasil, al regresar a su patria) para registrar las terribles muertes por hambre en lugares como Sudán o Etiopía, las matanzas en Ruanda o la ex Yugoslavia como consecuencia de guerras tribales o internas, los efectos de la guerra de Irak con Kuwait (la famosa quema de los pozos petroleros) y muchos otros hechos.
Además de aspectos de su biografía personal de Salgado (la relación con su esposa, el nacimiento de los hijos, el vínculo con los padres del fotógrafo), todos narrados por el propio protagonista, los realizadores hacen una larga recorrida por su obra y sus publicaciones, reparando en multiplicidad de fotos que el mismo Salgado se encarga de contextuar en el preciso momento histórico en que se produjeron. El documental es prolijo, compuesto visualmente con la destreza de Wenders, aunque por medio de una estructura narrativa tal vez demasiado convencional, sobre todo pensando que se podía esperar algo más de un cineasta de la calidad del alemán.
Sin perjuicio de ello, el documental funciona y sus secuencias más potentes son las relacionadas con las imágenes que Salgado captó con su cámara a lo largo de tantos años, un reflejo incontestable de lo brutal y despiadada que sigue siendo la convivencia humana distintas partes del globo. Ninguna supuesta estilización del horror –como a veces se le imputa a ese gran reportero gráfico- puede ocultar o desvanecer ni siquiera mínimamente el impacto sorprendente y conmovedor que tales testimonios provocan.