Crítica de cine: La mirada del hijo
La mirada del hijo (Título original: Pozitia copilului. Rumania, 2013). Dirección: Calin Peter Netzer. Guión: Razvan Radulescu y Calin Peter Metzer. Fotografía: Andrei Butica. Edición: Dana Lucretia Bunescu. Diseño de producción: Malina Ionescu. Intérpretes: Luminita Gheorghiu, Bogdan Dumitrache, Natasa Raab, Ilina Goia, Florin Zamfirescu, Vlad Ivanov y otros. Duración 112 minutos.
Ya se sabía que nuevo cine rumano era uno de los mejores de los que se producía en Europa. La difusión de varios largometrajes como La noche del señor Lazarescu, de Cristian Puiu; 4 meses, 3 semanas, 2 días, de Cristian Mungiu; y Aquel martes después de Navidad, de Radu Muntean, entre algunos otros más, habían demostrado con creces la conmovedora profundidad humana alcanzada por un grupo de directores relativamente jóvenes en su filmografía. Ahora, con el estreno en estos días de La mirada del hijo (también traducida La postura del hijo), de Calin Peter Netzer, esta convicción se ratifica plenamente. Su calidad hizo que este filme recibiera el Oso de Oro en el Festival de Berlín de 2013 y no hay nada que decir sobre la justicia de la decisión.
Antes de entrar en la descripción de algunos aspectos de la historia de esta película, diremos que, junto al director, su guionista es Razvan Radulescu, también autor de los libros de las otros tres filmes mencionados más arriba y también de Marfa si banii, ópera prima de Cristian Piiu, que se vio en el Bafici de 2001. Este artista, ya a través de lo que se le conoce, apunta como uno de los guionistas más importantes de la Europa actual. La precisión de sus diálogos, la captación que hace en ellos de la psicología de los personajes y el desarrollo de lo que cuenta lo ubican como uno de los profesionales en su oficio más virtuosos y dignos de ser seguidos.
Calin Peter Netzer es un cineasta nacido en 1975, como su colega Cornelio Porumboiu, realizador de Bucarest: 12:08 y Policía, adjetivo), de modo que no ha cumplido todavía los cuarenta años. Y ya demuestra una asombrosa madurez. La peripecia de la película cuenta las andanzas de una madre absorbente, manipuladora y autoritaria, Cornelia, para salvar a su único hijo del castigo que la ley le debe imponer por haber atropellado y matado en un accidente de tránsito a un niño de 14 años. Barbu, que es un cuarentón tímido y lleno de temores hipocondríacos, antes de que esto ocurra, se ha ido a vivir con una mujer a la que Cornelia detesta y es allí cuando las relaciones entre él y su madre, comienzan a resquebrajarse.
La protagonista es una arquitecta y escenógrafa culta y rica, de unos sesenta años, que lee a los premios Nobel de Literatura, y está relacionada con el mundo de la política, los negocios y el arte. Tiene muchas influencias y no se detiene en usarlas para salvar a su hijo de ese cargo de homicidio culposo, que realmente le cabe. Se apersona a la policía y modifica la propia declaración del hijo para que no quede incriminado, soborna a un automovilista para cambiar el testimonio que dio sobre la velocidad a la que iba su hijo y controla que ningún hilo quede desanudado en su plan de salvataje. Todo esto en contra de la voluntad del propio hijo, que se debate entre el no querer hacer ni responsabilizarse de sus actos, propio de una personalidad que ha sido reemplazada en todas las decisiones de su vida, y la cada vez más progresiva rebelión contra su madre que se huracana en su espíritu.
La reveladora exploración en esta relación de dependencia materno-filial, que el director ha revelado que es propia de países como España, Italia y Rumania y que él mismo sufrió en su experiencia personal, aunque la película no es autobiográfica, le sirve al mismo tiempo para metaforizar sobre los modos en que estos lazos de poder se proyectan a la propia sociedad, donde, de algún modo, los que están en los lugares claves de decisión política someten y manipulan a los ciudadanos que les están subordinados. Nada parece haber cambiado mucho en Rumania de las últimas décadas, se puede deducir al ver esta pintura. Las mismas costumbres que se achacaban a los integrantes de la nomenclatura de Nicolás Ceaucescu son ahora practicadas por los nuevos ricos que se han adueñado del poder. En rigor, no era que se querían deshacer del dictador para mejorar al país y darles libertad a sus ciudadanos, sino que exigían libertad para ser ellos los que pudieran apropiarse de las riquezas y gozar de los privilegios de los que habían sido privados. Ahora el poder es el del dinero.
La inteligencia de Calin Peter Netzer es, sin embargo, no decir explícitamente esto en palabras, sino en dejarlo en claro mediante lo que se ve de las acciones. El propio retrato de la madre, aunque su conducta sea reprobable, no es la de una malvada de caricatura, es la de una mujer que sufre intensamente la posibilidad de lo que le pueda llegar a ocurrir a su hijo. Y se desgarra ante la confrontación con él. En la última y dramática escena en que Cornelia va a visitar a los padres del chico muerto esto queda muy en claro a través de su confesión, lo cual no la exime de sus responsabilidades y de una visión de la vida donde ella, con tal de salvar a sus afectos, es capaz de cometer las peores transgresiones a la justicia.
Este es el gran mérito del director y su admirable guionista: todo el relato se puede ver como un doloroso desencuentro entre dos seres, que por momentos tiene el hálito de la tragedia griega, y que se relacionada con la enfermiza relación entre un hijo y una madre pulpo (y un padre, que se ha resignado a su dominio). Pero detrás de este relato hay siempre como hendijas abiertas a la verdadera realidad que cobija a este tipo de relaciones interpersonales. Son las relaciones de poder desiguales donde los que detentan el mejor lugar no asumen sus responsabilidades, descargan el pesado fardo de la desgracia en los más desposeídos y si algo los amenaza optan siempre por la impunidad y nunca por la ética.
Y unas palabras finales para elogiar a los actores. Muy bien Bogdan Dumitraech, a quien ya se lo había visto en Cae la noche sobre Bucarest, y excepcional Luminita Gheorghiu como Cornelia. Quienes tengan buena memoria recordarán su actuación como la enfermera del La noche del señor Lazarescu y en 4 meses, 3 semanas y dos días. El resto del elenco exhibe también una gran idoneidad.