Crítica de cine: Kryptonita



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Kryptonita. Argentina, 2015. Dirección: Nicolás Loreti. Guión: Nicolás Loreti y Camilo de Cabo. Intérpretes: Diego Velázquez, Juan Palomino, Pablo Rago, Lautaro Delgado, Diego Cremonesi, Diego Capusotto, Nicolás Vázquez, Susana Varela y otros. Duración: 80 minutos.

El cine independiente fantástico argentino ha venido a lo largo de estos últimos años produciendo una cantidad de películas que, a pesar de su buen nivel técnico y su prolija adhesión a los reglas del género, no ha tenido la repercusión comercial que los productores hubieran deseado. Con Kryptonita, un nuevo filme en esa línea cuya factura no tiene nada que envidiar a lo mejor que se ha hecho hasta este momento, parecería que la apuesta para lograr la deseada convocatoria al público se ha hecho confiando sobre todo en la excelencia y rutilancia del elenco elegido.

      El casting ha incluido figuras tan populares como Nicolás Vázquez, Diego Capusotto, Diego Velázquez, Pablo Rago y varios otros de mucha presencia en la televisión. Incluso en papeles menores –casi relámpagos- ha sumado a actores de reconocida eficacia como Esteban Lamothe o Lorena Vega. Nicolás Loreti, su director, es un joven cineasta que ha desarrollado diversas funciones en el set, desde actor y productor hasta iluminador, guionista y realizador, además de haber tenido un pasado de periodista en el rubro. Entre sus trabajos más conocidos está su película previa, Diablo, una comedia negra con toques de thriller y acción, bastante tributaria de la estética trash de Quentin Tarantino, que cuenta la historia de un boxeador que culmina abruptamente su carrera después de matar a un rival en el ring. Loreti ha trabajado también como guionista de Breaking Nikki y en Memoria del muerto, y como documentalista en La H.

      La película está basada en la novela homónima de Leandro Oyola, que se transformó en una suerte de pieza de culto y aupó a su autor a un lugar referencial dentro de la corriente de escritores de su generación que se dedican al mismo género. Está escrita en base a un slang suburbano que le da fuerte realismo a los diálogos y reflejan la lengua de la calle, pero aplicada a personajes que se nutren en la historieta. Son unos superhéroes que remedan, en el mundo del subdesarrollo delincuencial y pobre, a las figuras de los comics aunque adaptando sus nombres a designaciones propias: Nafta Súper, interpretado por Juan Palomino es el antiguo e interminable Superman; el Federico de Pablo Rago, es el muy conocido Batman; Diego Capusotto, como Negociador una especie de Guasón totalmente destruido por la cocaína, y así de seguido. Y la narración, que es bastante fiel a la estructura del relato novelístico, prefiere, antes que los efectos feéricos de la superproducción, la descripción verbal de los oscuros y asfixiantes problemas de los personajes y sus ambientes de vida –razón de su rebeldía-, aunque en distintos pasajes el espectador se queda con ganas de saber más sobre algunos de ellos.

     Estos superhéroes del suburbio tienen, por supuesto, poderes mágicos y los usan para alterar la ley, pero en una suerte de gran batalla contra el Mal (el sistema), porque el botín recogido en los robos de bancos y otras fechorías lo reparten entre los pobres y los sectores necesitados, lo que, obviamente, les da una aureola de nuevos Robin Hood a sus integrantes. La trama del largometraje transcurre casi enteramente en una paupérrima sala de un hospital de la localidad de Isidro Casanova llamado Paroissien, donde un médico conflictuado por los problemas matrimoniales (Diego Velázquez) cumple más guardias de las necesarias para ganarse unos pesos suplementarios. Amenazados por las fuerzas policiales y las maniobras de las bandas enemigas, en particular la de El Pelado, varios de ellos caen a esa sala para tratar de salvar la vida de Súper Nafta, que ha sido atacado y herido por un malvado rival con un vidrio verde, un material similar a la kriptonita, que le consume todas las fuerzas. Allí transcurren hasta el amanecer –instante en que Súper Nafta recobrará la conciencia y su poderío- contando sus historias al sorprendido médico y a una enfermera que lo secunda, mientras también esperan el asalto final de las brigadas especiales de represión.

      El colorido del lenguaje y las buenas actuaciones del elenco, que raya siempre en los bordes de un rendimiento muy satisfactorio, hacen que los 80 minutos de la historia pase con velocidad, ritmo y entretenimiento genuino. Curiosamente, y a pesar de ser todas las actuaciones rescatables, los que mejoran notablemente la cota de eficacia esperada son aquellos a los que uno hubiera apostado menos: Nicolás Vázquez, como El Faisán o Linterna Verde y Lautaro Delgado, como Ladi Di o Mujer Maravilla. Están estupendos. Capusotto, por su parte, y a pesar de una intervención más bien corta, logra una impactante escena cuando dialoga en el pasillo del hospital con la banda su entrega.

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