Crítica de cine: Juventud



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Juventud (Youth, Italia/Francia/Reino Unido/Suiza 2015). Dirección y guion: Paolo Sorrentino. Fotografía: Luca Bigazzi. Música: David Lang. Elenco: Michael Caine, Harvey Keitel, Rachel Weisz, Paul Dano, Jane Fonda, Roly Serrano. Duración: 124 minutos. 

El segundo largometraje en inglés del muy buen director italiano Paolo Sorrentino (la anterior fue This Must Be the Place, aquí traducida como Este es mi lugar) y el séptimo de su producción total, Juventud presenta, como primer estímulo, un elenco que, desde el momento en que nos enteramos de quienes son sus integrantes, se despierta el deseo de verlo. Los buenos repartos suelen ser un elemento de tracción importante para ciertos films, mucho más si van acompañados de historias que valgan la pena. Es verdad que al director de El divo o La grande bellezza no le han faltado cualidades, méritos propios para atraer a los espectadores. Sin ir más lejos, demostrados en los dos títulos de su autoría mencionados, que dejaron una buena impresión en el público. Pero un elenco como el que muestra Juventud, es una carta fuerte y genera un plus de interés especial para acercarse al cine. A pesar de lo cual, en este caso, ninguno de sus galardones previos, ni siquiera el magnífico conjunto de actores que encabeza con absoluta idoneidad el cast, es lo suficientemente potente como para que esta amable y bien filmada película se transforme en una gran obra.

     La historia transcurre en un geriátrico de lujo ubicado entre las montañas y valles de un cantón suizo, lugar que, de cualquier modo, sirve también como hotel turístico y espacio de descanso a gente que es también joven. Allí, residen dos hombres de edad, un músico ya retirado, Fred Ballinger (Michael Caine), que lo hace junto a su hija (Rachel Weisz), y un amigo, el director de cine norteamericano, que encarna el actor Harvey Keitel. Ballinger resiste con bastante convicción, aunque sobre el final la firmeza se le agota, los asedios de un emisario de la reina británica que lo quiere incluir en un concierto especial organizado por ella. Afirma que no quiere trabajar más, que ya ha cumplido su ciclo. Ha quedado viudo y extraña la ausencia de su mujer. Keitel, por su parte, sueña con una posible nueva película para la cual quiere contar con una estrella de primera línea, que es el papel que encarna Jane Fonda, con una aparición bastante llamativa y explosiva en los finales del film y que le da una vuelta a la historia.

      Pero, en rigor, la película no quiere contar como prioridad eso, sino reflexionar sobre las desagradables secuelas que el paso del tiempo trae sobre el ser humano, sobre todo en dos almas dedicadas al arte y que pueden ser exquisitas y sensibles, pero que, como todas, tienen amores frustrados, recuerdos dolorosos, pequeñas mezquindades. En este aspecto, los diálogos de ambos protagonistas son como el eje filosófico del film, su base reflexiva sustancial. Sin embargo, en un director italiano (napolitano para más) era difícil que esos diálogos no estuvieran empapados de una dosis importante de humor, que evita que en distintas ocasiones el texto se hunda en la solemnidad o el excesivo subrayado de lo importante que son algunas frases. Entre esas escenas, se cuenta la que muestra a los viejos confesándose las heroicas conquistas o los fieros fracasos que logran cada día en su micción. También aquella en la que aparece un personaje que es Maradona en un estado de gordura poco propenso a aceptar las instrucciones de una dieta. La destreza interpretativa de Caine y Keitel hacen el resto por entretener a la gente, al punto que, por momentos, el espectador comprueba que lo que verdaderamente está disfrutando es de ese duelo de esgrimistas eximios antes que la fábula.

    Sorrentino vuelve a demostrar una gran pericia técnica en su trabajo y un cuidado visual de primera, que el entorno geográfico, sumamente bello, le permite desarrollar al máximo, a veces con cierta tendencia a la postal turística. No vuelve a mostrar esa impetuosidad irreverente que exudan sus películas de ambiente y actores italianos, pero hasta cierto punto es entendible que, frente a un intérprete como Caine sobre todo, la línea de trabajo su deslizara por planos más sutiles, menos desbordados. Es como siempre muy afinada la participación de Rachel Weisz y espectacular la de Jane Fonda, a la que ya se le nota -no parecía que iría a pasar nunca- el transcurso de los años.
 

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