Crítica de cine: Francofonia
Francofonia. (Francia, Alemania, Holanda, 2015). Guion y dirección: Aleksandr Sokurov. Fotografía: Bruno Delbonne. Montaje: Hansjörg WeiBbrich. Música: Murat Kabardokov. Intérpretes: Louis-Do de Lencquesaing, Vincent Nemeth, Benjamín Utzerath, Johanna Korthais Alles, Jean-Claude Caër y otros. Duración: 87 minutos.
Aunque dentro del espíritu de su anterior película El Arca, que describía los interiores del museo Hermitage de San Petersburgo mediante un formidable y único plano-secuencia de noventa minutos, Francofonía está dedicada en lo fundamental al museo de El Louvre, la ciudad de París y las vicisitudes que han atravesado las colecciones de esas grandes casas de arte por causa de los conflictos históricos entre países. Con un vasto despliegue de recursos técnicos que incluyen el documental, la ficción, el corte de pantalla en distintas imágenes, el maquillaje digital y otros procedimientos, Aleksandr Sokurov ofrece una nueva demostración de su sensibilidad estética como vehículo para construir una poderosa y mortificante metáfora de cómo el cielo y el infierno –que podrían simbolizarse para el caso en el arte y la guerra como términos casi antitéticos- conviven en la marcha de la civilización humana con una frecuencia que produce al comprobarla escalofrío, hiela el alma.
En este ensayo fílmico, Sokurov va y viene a través de las distintas épocas de la historia para testimoniar como muchos de los grandes tesoros del arte fueron botín de guerra para los triunfadores en diversas contiendas originadas en el pasado y conversa con los fantasmas del museo, incluido Napoleón Bonaparte y Marianne, la joven portadora del gorro frigio, que recita una y otra vez las tres grandes consignas de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad, tan poco respetadas por las naciones que dijeron adherir a esos principios. Sobre esa verdad general tomada como telón de fondo, Sokurov apela a distintas escenas de ficción (no desprovistas sin embargo de datos de archivo sólido) para contar otras peripecias. Entre ellas le merece especial atención el vínculo que mantuvieron, durante la ocupación nazi a Francia, el director de El Louvre Jacques Jaujard y el militar alemán de origen noble Franz Wolff-Metternich, enviado por el Tercer Reich para dirigir un plan de operaciones destinado a conservar en buen estado el patrimonio artístico de El Louvre.
Aunque republicano en sus convicciones, Jaujard desarrolló una relación profesional con el funcionario nazi que permitió poner a buen resguardo de los bombardeos y otros peligros de la Segunda Guerra Mundial a las obras de El Louvre, actitud que contrasta con lo que hicieron en Leningrado donde, además de matar a cientos y cientos de miles de personas, no guardaron el mismo cuidado con las grandes obras de El Hermitage. El hecho se explica en gran medida, por el hecho de que Francia estaba gobernada por ese entonces por el régimen colaboracionista de Vichy, instaurado en gran parte del territorio por el mariscal Philippe Pétain, mientras los rusos desarrollaron una dura resistencia al invasor. Un detalle para remarcar es que Sokurov no se detiene especialmente en la exhibición de piezas famosas, solo pocas de ellas son mostradas y varias son más bien desconocidas para el público común, aunque sí se introduce por diversos recovecos de la institución y expone, a través de una reproducción gráfica, el espacio territorial donde se originó el museo, al principio con la construcción de un castillo y luego con el levantamiento de diversas murallas que fueron avanzando hasta ocupar el actual perímetro de lo que hoy es la entidad.
Se ven algunas filmaciones aéreas muy sugestivas de París, imágenes de la travesía de un barco que lleva tesoros de arte en el mar tumultuoso, y abundante material documental de lo que era su vida durante la ocupación, que incluye una visita del Hitler. Pero por encima de esos detalles de fina observación y la confección del trabajo cinematográfico, que es siempre atractivo, la película vale como reflexión sobre los invariables y desgarradores contrastes que muestra el desarrollo de la historia humana, y en particular en el caso de Europa, que no ha podido encontrar fórmulas racionales ni en el pasado ni ahora para poder detener el tránsito de una vida en paz hacia períodos de una brutalidad que ni siquiera es posible encontrar en el mundo de los animales.