Crítica de cine: El renacido



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El Renacido. (The Revenant, Estados Unidos, 2005). Género: western. Dirección: Alejandro González Iñárritu. Guion: Mark L. Smith y Alejandro González Iñárritu.  Fotografía: Emmanuel Lubezki. Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Tom Hardy, Domhnall Gleeson, Will Poulter, Forrest Goodluck, Lucas Haas y otros. Duración: 156 minutos.

   En las primeras décadas del 1800, el territorio de lo que hoy son Dakota del Norte y Dakota del Sur, dos de los estados más septentrionales de los Estados Unidos, eran un espacio salvaje sometido a una dura lucha por la supervivencia. Ese lugar era explorado con frecuencia por cazadores que atrapaban animales para quitarles las pieles, que luego vendían. La zona era habitada también por indios, que solían entrar en duros enfrentamientos con los colonos blancos, a quienes veían ya como depredadores de sus riquezas. Esa geografía está formada por bosques, montañas y ríos, uno de ellos el Missouri, que en invierno someten a sus habitantes, aun hoy, a temperaturas bajo cero y cubre los suelos de una espesa nieve que paraliza y congela los cuerpos. Allí hubo un célebre explorador, alrededor de 1820, llamado Hugh Glass, de cuyas  aventuras reales el escritor Michael Punka extrajo material para escribir una novela. El renacido, de Alejandro González Iñárritu, tomó como base esa narración para hacer esta película de casi dos horas y media de duración y una belleza visual realmente asombrosa.

      Se trata de un western que cuenta una historia que el director afirma tiene un origen bíblico, pero que el cine ha reflejado con frecuencia y, más allá de toda intención religiosa, en distintos géneros cinematográficos, incluso el de las películas estadounidenses sobre el oeste de su país. Glass, por su extraordinario conocimiento del territorio, sirve de guía a los buscadores de pieles que, en un momento dado, sobre el inicio de la película, son atacados por los indios. Los hombres de esa expedición sufren algunas pérdidas en su grupo, pero otros, con Glass al frente, logran escapar, en dirección hacia donde les indica el guía. Esta primera escena es una de las más contundentes del film y está filmada con una destreza técnica y una descripción tan vívida que realmente estremece, atenaza la atención. Luego, Glass es atacado por un oso grizzly que lo hiere gravemente y el jefe del grupo lo deja al cuidado de tres personas (el propio hijo de Glass, un mestizo de nombre Hawk; otro joven de nombre Bridger, y un colono conocido como John Fitzgerald, que rápidamente se va perfilando como el malvado de la película). Lejos de cuidar al guía, Fitzgerald lo abandona creyendo que se morirá y antes de hacerlo asesina a su hijo. Todo lo que sigue es la casi milagrosa historia de la recuperación física de Glass y su titánica lucha por sobrevivir y poder vengar a su hijo. Desde luego, González Iñárritu se toma todas las licencias que cree necesario para mantener con vida a su protagonista y el exceso en estas situaciones pone a menudo puntos suspensivos sobre la credibilidad de lo que se relata, pero eso es parte de lo que el espectador debe aceptar para que le terminen de contar el cuento. Y es el recurso típico de los largometrajes de aventuras, que cuentan en ese sentido con la complicidad del espectador. Sin esa resistencia casi sobrenatural a las balas y los golpes, cierto cine tallado en Hollywood no podría existir. El renacido es también un film tributario de esos rasgos.

     La película ha despertado fuertes polémicas: Hollywood la tiene entre sus preferidas y es seguro que la tendrá en cuenta para algún Oscar en la fiesta de la Academia. Todos sospechan que el premio será a la mejor actuación para DiCaprio, al que este galardón le ha sido esquivo hasta ahora. Hasta ahora, la película recibió tres Globos de Oro. Muchos críticos la consideran una verdadera obra maestra y se apoyan sobre todo para fundamentarlo en su deslumbrante calidad visual, que tiene sin duda en el fotógrafo Emmanuel Lubezki a uno de los principales responsables del interés que ha suscitado. Sus imágenes son de una belleza alucinante y de una depuradísima concepción estética. También es muy llamativa la destreza cinematográfica del director, que apela con mucha frecuencia los largos planos secuencia y a tomas con grandes angulares, que terminan por saturar y hacen pensar en más de una oportunidad si tanta extensión –ya que la sencillez de la historia no exige demasiado tiempo para su desarrollo- no se relaciona con cierta voluntad de exhibicionismo preciosista. En algunas escenas, el espesor dramático de lo que se narra gana profundidad con la presencia detallista de esa grandiosidad que no hace más que remarcar la insignificancia de la vida humana en esos paisajes, pero en otras secuencias esa búsqueda no parece estar justificada y solo lograr ralentizar el film con una suerte de plasticismo visual barroco y exagerado. Deficiencia que se resalta por el hecho de que, a diferencia de Birman, la anterior película de González Iñárritu, hay muy poco diálogo. La película tiene dos actuaciones sobresalientes y absorbentes, la de DiCaprio como Glass y la de Tom Hardy como el maléfico Fitzgerald. En nuestra opinión, la de Di Caprio –a pesar de las penurias de haber filmado algunas de las escenas bajo 20 grados bajo cero y exigirse físicamente de un modo admirable- es muy buena, pero no alcanza el nivel sobrecogedor de las actuaciones memorables. Y Hardy cumple con mucha eficacia su rol. El largometraje se rodó en California, Canadá y la última parte en Ushuaia.

     De todos modos, creemos que es una película para ver. El talento del director mexicano es auténtico y si algunos, como el que escribe estas líneas, lo prefería haciendo películas como Amores perros, que llevaban a la pantalla historias más próximas a nuestra realidad latinoamericana, el hecho de haber entrado en la maquinaria de Hollywood no le resta méritos artísticos. Pero implica un peligro concreto de seguir orientándose por un camino donde solo quede la cáscara de lo que fue aquel vigoroso cineasta que nos sorprendió en sus comienzos. Algo similar, aunque su origen no estaba en México sino en los propios Estados Unidos, sucedió con Ridley Scott (el gran creador de Blade Runner), que ha desperdiciado su enorme capacidad cinematográfica sirviendo a los proyectos banales o reaccionarios, aunque siempre muy efectistas, de la industria. Tal vez González Iñárritu no llegue a tanto. Habrá que ver.

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