Crítica de cine: El amor y otras historias
Las últimas semanas han sido pródigas en comedias románticas, un género que no ha perdido nada del antiguo atractivo que ejercía sobre el público, aunque sea cada vez más difícil practicarlo desde el punto de vista de la dirección cinematográfica sin provocar la sensación de que las historias se repiten una y otra vez de una manera previsible. Hallar caminos originales suele llevar a la ruptura de ciertos cánones diríamos inamovibles en el género, como son los finales felices, algo que aquel espectador que va al cine a soñar un poco con aventuras que le hablen de una vida posible más dulce que la real, no suele perdonar. Y la elusión de los cánones convierte a las comedias románticas en comedias dramáticas, un campo mucho más rico para la exploración, pero que los productores del primer tipo de películas no aceptan porque van por un público al quieren ofrecerle un producto sin sorpresas y muy parecido al que vinieron a buscar.
El amor y otras historias, del realizador argentino Alejo Flah (debutante como director de cine, pero no como guionista, porque además de esta película, trabajó en el libro de la miniserie Vientos de agua, de Juan José Campanella en 2006; y en el film Séptimo, de 2013), trata, sin romper ese corsé que funciona como un lecho de Procusto en el género, de airear la situación, permitiendo en su interior un mayor movimiento, una diversidad de alternativas que enriquezcan la peripecia de amor contada. El recurso al que acude la película es el de inventar a un novelista, en este caso llamado Pablo Diuk, al que un productor le encarga escribir el guión de una comedia romántica con todas las salvedades del caso (“el público no quiere cosas tristes, quiere volver a la casa sin amarguras”) y mostrar cómo, mientras va trazando la ruta y las estaciones inevitables por las que pasa una historia romántica, ese profesional sufre al mismo tiempo la ruptura de una relación que no deseaba terminar y que lo llena de angustias y problemas al concebir ese libro.
Ese juego de contrastes le da interés a la película porque, mientras el guión se va escribiendo, la historia real de Diuk le sirve como un espejo diferenciado, desde donde se puede –conciencia del narrador mediante- ejercer la crítica que hace a su propio trabajo y, por lo tanto, al género. El desarrollo se transforma así como en una película que se mira a sí mismo y se analiza, método gracias al cual permite tomar distancia de los aspectos más artificiales de la fábula de amor romántico que narra. Por otra parte, Diuk es un escritor que ha escrito una primera novela con mucha repercusión y que atraviesa una etapa de crisis, de la cual se aleja en parte escribiendo el guión, pero sabiendo que a su fin deberá enfrentar un nuevo desafío.
Otro aspecto que contribuye a la variedad y belleza visuales del film es que los hechos contados ocurren en distintos lugares: los de la ficción en Madrid, y en algún momento en París; los de la vida del narrador en Buenos Aires. En la historia de Diuk, los protagonistas son: Ernesto Alterio en el papel del escritor, que está estupendo en su trabajo y se desempeña como digno hijo del hombre que le dio su apellido; Luis Luque, que rinde de maravillas como ese productor argentino de la película algo chanta, alcohólico y lleno de problemas en su vida afectiva; Julieta Cardinali, como la ex mujer de Diuk, y Mónica Antonópulos, tal vez de los cuatro el personaje más forzado, pero reconociendo que ambas actrices logran escenas muy convincentes en los pasajes en los que les toca actuar.
Del lado madrileño, las estrellas son dos jóvenes muy glamorosos: Quim Gutiérrez y Marta Etura, haciendo el de un programador de web y de bailarina ella. Dos intérpretes con mucho encanto, especiales para el rol de enamorados. Ambos son, al parecer, dos figuras muy populares hoy en España. No es extraño que, además de su calidad, el productor los haya convocado por eso. Hablando de los esfuerzos que hacen estos empresarios para seducir al público masivo con estos productos, digamos que el título con que verá allá, en la península, es: Sexo fácil, películas tristes. Una caracterización que tiene poco que ver con el contenido del film y que desmerece lo que Fath hizo en su trabajo por darle una factura lo menos convencional posible.