Crítica de cine: Dos tipos peligrosos
Está visto que ciertos géneros y subgéneros, aun con todas las limitaciones que imponen sus reglas más o menos fijas, gozan de una fuerte corriente de apoyo entre el gran público. La telenovela, por ejemplo, sigue contando en la T.V. con una altísima adhesión de audiencia. Y eso a pesar de que los televidentes tienen hoy opciones de excelente factura y nivel en infinidad de series (unitarios) que se ven en los cables. Todo ese respaldo es porque las telenovelas abordan temas que a los espectadores les interesa. Y porque, no obstante la necesidad de respetar aquellas convenciones cuya transgresión molestaría al público, esos géneros se las ingeniado siempre para generar creadores que fueron más allá del promedio de calidad imperante y superaron los esquemas más ingenuos o ramplones. Esto en TV como en cine, como lo ha demostrado con claridad Pedro Almodóvar, por citar solo a un cineasta conocido.
En cine, precisamente, un subgénero dentro de la comedia que ha captado mucha platea para sus títulos es el de las llamadas buddy movies, que son las películas de compañeros, generalmente encabezadas por parejas más bien desiguales, de fuerte contraste en el temperamento de sus dos miembros, diferentes en su contextura física o con otros rasgos que los hace distintos, uno demasiado apegado a la ley, otro inclinado a hacer las cosas sin fijarse demasiado en las normas. Entre algunas de los varios largometrajes de esta naturaleza que se han conocido a través de los años son recordables los films 48 horas, con Nick Nolte y Eddie Murphy o Arma mortal, con Mel Gibson y Danny Glover. Estos dos como los componentes de una pareja de policías. Dos tipos peligrosos, protagonizada por Russell Growe y Ryan Goslin, articula su pareja con dos extraños sujetos –uno es un “justiciero” privado que, a pedido de alguien y por unos dólares, pone las cosas en su lugar y no precisamente con métodos diplomáticos, y el otro un detective de poca monta y bastante torpe- que se ven envueltos, un poco sin percibir el asunto en que se meten, en una investigación criminal que involucra al Departamento de Justicia del país y a una de las grandes empresas de la industria del automóvil de Detroit. Todos metidos hasta el cuello en el barro.
La película logra una muy buena ambientación de la California de los años setenta. Esa recreación incluye el estilo musical de la época y el clima de euforia explosiva de sus boliches y sus lugares de diversión y pornografía. El guion es excelente y pertenece a su director, Shane Black, quien tiene una foja de laureles muy reconocida como autor de libros de films de esta naturaleza, empezando por los de Arma mortal. Acompañado por Anthony Bagarozzi, en sus manos este rubro de la película tenía una garantía difícilmente superable, pero Black se lanzó también a dirigir la historia y lo hace con mucha destreza, acentuando en todo momento las necesarias secuencias de acción, pero sin perder de vista la continua generación de situaciones desopilantes y de un humor inclinado una y otra vez hacia el absurdo.
En los roles protagónicos, Russell Crowe –cuya paleta interpretativa es amplia, como lo pone de manifiesto su vasta participación en distintos films- exhibe una ductilidad para la comedia que era difícil imaginar viéndolo hacer otros papeles, y Ryan Gosling sale de sus últimos estereotipos para lanzarse a una composición mucho más lanzada a la comicidad. Ambos componen un par de sabandijas muy simpáticos, pero poco recomendables como amigos.