Crítica de cine: Bárbara
Alumno en la berlinesa Academia de Cine y Televisión Alemanas de Harun Farocki, uno de los mayores teóricos del cine contemporáneo, Christian Petzold, nacido en Hilden en 1960, es a esta altura de los tiempos no sólo un director maduro y con ideas propias –por lo pronto ya se ha dado el gusto de contratar a su propio maestro para colaborar en la elaboración de los guiones de tres de sus películas-, sino uno de artistas más interesantes entre quienes han aparecido en la realidad fílmica germana de las más recientes décadas. Barbara es su sexta película y fue ganadora de dos premios en la edición 2012 del Festival de Berlín, uno de ellos a la mejor dirección, lo cual habla de una clara consolidación del reconocimiento que el director ya había empezado a lograr en el mundo del cine de su país y el mundo en los últimos años.
Petzold muestra como una de sus características esenciales la de poder releer con mucha creatividad los clásicos géneros de la industria, encontrándoles siempre nuevas posibilidades expresivas. Esta película es una mezcla de drama romántico con film policial o de suspenso al estilo Alfred Hitchcock, un autor al que el director admira, pero trabajada sin las habituales superficialidades con que la producción estadounidense trabaja hoy esos géneros. Preciso en el guión, alérgico a los lugares comunes o los clichés, hábil en el uso de recursos que le permitan decir sin subrayar, ambiguo e enigmático cuando necesita serlo en la construcción de la trama, sobre todo como una forma de subir los decibeles del interés o hacer trabajar la cabeza del público, todas estas virtudes están expuestas sin alarde pero con una franca destreza en este relato.
La historia transcurre hacia 1980 en una zona de la ex República Democrática Alemana próxima al mar Báltico. Una importante pediatra de Berlín ha sido enviada a un hospital de ese lugar, que no se identifica, como castigo por su falta de adhesión al régimen. En el papel de la doctora trabaja la magnífica actriz Nina Hoss, una especie de figura fetiche del director (ella fue dirigida por él en Yella, película por la ganó el premio a la mejor actriz en la Berlinale de 2007, y Triángulo en 2008, además de estar en la preparación de otro filme). En ese hospital la médica conoce a un colega, André (Ronald Zehrfeld), que al parecer ha sido enviado allí por idénticos motivos. De entrada él se siente atraído por ella, quien, sin embargo, le rehuye todo lo que puede, pensando que puede ser un agente de la Stasi (policía secreta de aquel país) que la está investigando.
Ella tiene un amante con el que ha decidido fugarse del país. La actividad de este hombre se mantiene velada, como una forma de acentuar el clima de misterio e intriga policíaca, a tal extremo que en ocasiones se encuentran para hacer el amor en zonas que son boscosas y no en un hotel. Pero, el objetivo de ella se verá pronto obstaculizado no precisamente por la Stasi sino por otras razones que no es lícito adelantar. Petzold ubica la peripecia en 1980, pero como lo confesó en un reportaje reciente su heroína está tomada de una novela alemana llamada también Barbara, que transcurre en tiempos del nazismo. “El tema –decía en esa entrevista- es el choque entre los sueños antifascistas del comienzo y la deriva que después tuvo la RDA. El libro hace particular hincapié en las llamadas ‘nuevas mujeres’ que representaban esos sueños de una sociedad mejor y que me sirvieron para darle forma a la heroína de la película”.
Porque la película habla, antes que nada, de las elecciones morales del ser humano, sea hombre o mujer. De la entrega de algunos individuos –como médicos u oficiantes de otra profesión, incluida desde luego la política- a ciertos ideales éticos y la primacía que esos ideales deben tener frente a las dificultades del medio. El entorno es el de los años ochenta, que era claramente opresivo, como lo sabe todo el mundo, pero no más de lo que en esta segunda década del siglo, donde se ha tornado costumbre explícita de los grandes Estados, no oculta como antes, espiar y meterse en la vida de todos las personas gracias al desarrollo brutal de los medios tecnológicos. Para no ser ingenuos digamos que el clima de vigilancia, tal vez más disimulado gracias al secreto oficial y el silencio de la prensa, existía también, y de manera extendida, del lado occidental de Alemania.
Una muy documentada investigación del historiador Josef Foschepoth, volcada en un libro llamado Alemania vigilada, revela que la República Federal Alemana espió mediante su propio aparato policial la correspondencia de sus compatriotas orientales durante toda la Guerra Fría. “Quien crea que todo eso se acabó con la reunificación de 1990 se equivoca: Alemania era y sigue siendo un Estado vigilado”, dice Franziska Augstein, la excelente columnista del Süddeustsche Zeitung. El inteligente filme de Petzold apunta a ese rasgo de cualquier régimen que quiera conculcar la libertad del individuo. Y, como buen artista, está del lado de las víctimas, como con mucha sutileza se lo hace decir al personaje de André en ese pasaje en el que le explica a su colega qué significa que en La lección de anatomía del Doctor Nicolaes Tulp, el célebre cuadro de Rembrandt, todos los discípulos de Tulp estén mirando el Atlas médico y no el cuerpo exánime del reo que venía de ser ajusticiado y que está en la camilla. Qué quiso sugerir el gran pintor flamenco al público que miraba la escena.