Crítica de cine: Ardor
Aunque el duro clima de violencia y las sombrías caracterizaciones de algunos personajes reaparecen en la nueva película Pablo Frendrik, un director cinematográfico de estilo muy atractivo, su ambientación cambia por completo en relación a sus dos primeros films: El asaltante y La sangre brota. Esta historia transcurre en la selva misionera, cuyo marco salvaje le imprime al rodaje una sugestión particular tanto en lo visual como en el desarrollo argumental. El guión no tiene enredos especiales: un hombre que vive con su hija en una vivienda precaria del monte, donde se dedica a la plantación de tabaco en forma muy sacrificada y sin recursos técnicos, se enfrenta a una patota de matones que le quieren hacer vender a la fuerza la parcela que explota.
Los bandoleros actúan por comisión de alguien que quiere ampliar sus propiedades. El libro es deliberadamente escaso en información, pero se supone que quien ha mandado a esos tipos desea plantar soja y como el campesino no transige en vender su campo le envía a esos facinerosos armados para obligarlo. Un día llegan al lugar, hieren al muchacho que convive con esas dos personas, hacen firmar bajo amenaza al padre un papel de compraventa y luego lo matan y se llevan de rehén a la hija. Entretanto, en esos días ha arribado a la casa un joven indígena enigmático y de pocas palabras, Kai, pero conocedor profundo de los misterios de la selva. Y ha presenciado oculto el crimen y el rapto, sin intervenir porque no está en condiciones en ese momento de impedir los hechos.
Sin embargo, a partir de allí, el indígena, y gracias al detallado conocimiento que tiene de la selva y de los recursos de que dispone allí para defenderse y atacar a los malhechores, comienza una persecución para recuperar a la chica. Esta operación, y luego la cacería en sentido inverso desarrollada por los matones cuando Kai se lleva a la joven, constituyen un verdadero western, pleno de acciones y pasajes de suspenso y tensión. La filmación, aunque no abunda en diálogos, es muy llevadera, porque la odisea se despliega en ese medio pletórico de escollos naturales y cada milímetro de la selva es un desafío que hay que vencer. Los paisajes tienen una gran belleza y hay en la resolución de la historia cierto culto a la selva y sus animales como seres casi divinos, capaces de realizar actos de autoprotección milagrosos, idea que, por supuesto, no le resta fuerza al relato sino que le brinda hasta cierto encanto ecológico. La aparición de un tigre de hermosa estampa juega un papel preponderante en esa elección.
Otro detalle de la película es que Pablo Frendik ha cambiado de actores en esta realización, a pesar de que quienes intervinieron en sus dos películas previas habían rendido en un nivel óptimo, entre ellos el conocido Arturo Goetz. El cambio es muy adecuado y no lesiona el nivel que había logrado ya en sus otras presentaciones. Gael García Bernal, como el indígena lacónico y sabio que restablece el equilibro en ese mundo salvaje y una justicia tal vez provisoria, reitera sus ya conocidas condiciones de buen intérprete. Alice Braga es una actriz muy sugestiva y cumple su trabajo con toda idoneidad, como el resto de elenco, donde habrá que subrayar la presencia de dos conocidos hombres de teatro, directores y autores, además de actores, Claudio Tolcachir, como el jefe de los bandoleros, y Lautaro Vilo, el novio de la chica que es herido y luego se recupera, que cumplen con mucha eficacia sus roles. El ardor, además, formó parte de los títulos proyectados con buena repercusión en el último Festival de Cine de Cannes.