Crítica de cine: Aire libre
Aire libre. Argentina/Uruguay, 2014. Dirección: Anahí Berneri. Guión: Anahí Berneri y Javier Van de Couter. Fotografía: Hugo Colace. Montaje: Eliane Katz. Sonido: Catriel Vidosola. Intérpretes: Leonardo Sbaraglia, Celeste Cid, Marilú Marini, Fabiana Cantilo, Máximo Silva, Lorena Vega, Erica Rivas. Duración: 104 minutos.
¿Qué pareja alguna vez, en un momento de crisis de sus relaciones, no pensó que un viaje o algún proyecto en común podría ser un buen remedio para sortear los fantasmas que amenazan la armonía conyugal? Lucía y Manuel, dos profesionales jóvenes aún, ella arquitecta, él ingeniero civil, suponen que la idea de construir una casa nueva, soñada, lejana del ruido de la gran ciudad y diseñada con todos los detalles que ellos consideran perfectos para un hogar, puede ser un objetivo en cuya concreción se desarrollen las energías creativas que le den nueva vida a un vínculo que ya comienza a mostrar señales de deterioro. Por otra parte, son gente de clase media alta y pueden hacerlo.
Y deciden llevar adelante este propósito, pero mientras la casa se está construyendo, y puesto que ellos se han ido de su anterior vivienda, acuerdan en el mientras tanto ir a vivir cada uno con sus respectivas madres a la espera de que la nueva residencia esté terminada. ¿Hay algo en esta determinación que indica ya que esa separación momentánea está anticipando una de mayor envergadura? La directora Anahí Berneri (realizadora de Un año sin amor, de 2005, y Por tu culpa, de 2010) no plantea nunca un instante a partir del cual la pareja se parte o agrieta de manera definitiva. No, va transmitiendo indicios, pequeñas señales de que algo no va entre ellos y que la unión se va desvaneciendo.
Se notan ciertas diferencias, escenas en las que el sexo ya no funciona como antes y otros detalles de la convivencia que exponen la vecindad de una crisis más profunda y al acecho. Esa visión se ahonda cuando, en el tiempo en que ambos viven con sus respectivas madres, aceptan tener aventuras extramatrimoniales. Con un verdadero ojo de entomóloga, la directora pasa el peine fino sobre una relación cuyos integrantes, tal vez sin percibirlo ni quererlo conscientemente, van contribuyendo a un goteo fatal sobre ese lazo matrimonial hasta llegar a una situación de verdadera agresión.
Todo ello está filmado con mucha sutileza y el uso de una cámara que se detiene en cada plano y permite ahondar en cada una de las miniaturas del proceso que, de a poco, se acerca al borde del abismo. Con un criterio inteligente, el guión, que pertenece a Berneri y a Javier Van de Couter no expone cómo se resuelve lo que ocurre entre los cónyuges. Como en la propia vida, las vertientes por donde puede deslizarse las relaciones de las personas son infinitas y en algunos casos insondables. Se trata de una película que no edulcora nada y se explaya en un planteo muy honesto, que incita al espectador a que también haga sus propias conjeturas sobre lo que ha visto.
En los papeles centrales de este trabajo lucen mucho Leonardo Sbaraglia y Celeste Cid. El primero de los dos viene ya construyendo una carrera actoral muy respetable y plena de excelentes trabajos, tanto en cine y teatro como en televisión. Su labor es la ratificación de lo mucho que han crecido sus dotes de intérprete. En el caso de Celeste Cid, si bien su trayectoria no es tan nutrida en papeles, venía ya exponiendo en algunos de sus intervenciones televisivas una consistencia de actriz que este filme reafirma totalmente. En otros roles igualmente sugestivos, a Marilú Marini (como la madre de Manuel) no le cuesta nada confirmar su reconocida maestría y Fabiana Cantilo sorprende como la madre de Lucía. También en su debut cinematográfico pica alto el niño Maximiliano Silva, que hace de hijo del matrimonio y vive con su abuela materna.