Crítica de cine: Agenda secreta



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Agenda secreta. (Der Saat gegen Fritz Bauer, Alemania 2015). Dirección: Lars Kraume. Guión: Lars Kraume y Olivier Guez. Fotografía: Jens Harant. Edición: Bárbara Gies. Supervisión musical: Julian Maas y Christoph Kaiser.  Intérpretes: Burghart Klaussner, Ronald Zehrfield, Sebastián Blomberg, Christopher Buchhotz, Joerg Schuettanf, Ulith Strangenberg, Laura Tonke. . Duración: 105 minutos.

Muchas personas saben que Adolf Eichmann fue secuestrado en la Argentina en mayo de 1960 por un comando clandestino del Mossad y trasladado a Israel, que lo procesó y llevó a la horca dos años después. No tantas conocen, en cambio, de la detección del jerarca nazi en nuestro país se debió a las diligencias de Fritz Bauer, un abogado de la Alemania de posguerra, que jugó un papel decisivo en el procesamiento de muchísimos criminales de guerra en su patria. Fue él quien dio los datos del paradero de Eichmann al servicio secreto exterior israelí. Bauer, un judío de origen socialista, era por los tiempos de Konrad Adenauer el procurador general del Estado de Hesse en su país. Y desde allí pugnaba con enorme tenacidad por llevar a la cárcel a los responsables de los genocidios perpetrados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Y uno de ellos era precisamente Eichmann, que había logrado huir y esconderse bajo la protección de otros funcionarios del régimen hitleriano que habían logrado sobrevivir e introducirse en altos puesto del gobierno de Adenauer, como es el caso del ex SS Hans Globke, que era director de la cancillería.

     Ni Globke ni la CIA tenían interés en capturar a Eichmann por temor a que develara la red de complicidades con el nazismo ya vencido en que había caído el gobierno alemán y también el Departamento de Estado norteamericano. Aun los israelíes se mostraban en un principio reacios a tomar una decisión en el caso si no era muy segura la información de dónde se hallaba el ex jefe nazi. Preferían, y así lo decían, ocuparse de los árabes, que ya por entonces aparecían como su desvelo principal. Pero la insistencia de Bauer -al que su gobierno lo presionaba para que no hiciera nada- y la contundencia de algunas pruebas terminaron por convencerlos. En ese momento, Bauer no podía revelar públicamente que había pasado el dato al Mossad porque corría el riesgo de ser acusado de traidor a la patria. En realidad, los alemanes habían comenzado ya a rearmar al ejército israelí, lo cual para ellos fue un muy buen negocio económico, y no querían que ningún problema surgiera en su relación futura con ese país. Israel tampoco. De modo que, al ser atrapado Eichmann, y a pedido de los alemanes, Tel Aviv no envía al criminal de guerra a Bonn para que lo juzguen -tal como se lo había prometido el Mossad a Bauer- y lo juzgó y condenó en su propio suelo. Los alemanes consiguen también así calmar a los nazis que colaboraban en su gobierno. El papel decisivo que tuvo el cerebro de Bauer en esa operación fue revelado recién diez años después de su muerte.

      La trama de la película, como un elemento reforzador de la narración de los hechos incluye algunos episodios de ficción, como es la invención de un joven fiscal de nombre Karl Angerman, quien es una suerte de colaborador fiel del procurador en este tema. Y, además, una especie de hijo adoptivo al cual lo aconseja en temas profesionales y privados. Angerman, como al parecer también Bauer, según informes de la policía secreta, era homosexual y esa condición, en un período de fuertes prejuicios homofóbicos y represión, sirve como herramienta de chantaje sobre ellos para que no actúen. Lejos del thriller violento y negro que hubieran hecho con seguridad los productores norteamericanos, Lars Kraume se vuelca más bien hacia un relato clásico, muy sólido eso sí, que intenta profundizar en la podredumbre moral que todavía arrastraba Alemania del Oeste en esos tiempos, que van de los años cincuenta a los sesenta, una década y media luego del fin de la guerra. Todavía algunos rasgos de aquella época -eso de preferir tener una buena cocina y un buen auto a preocuparse por una vida democrática auténtica, como dice Bauer- se siguen notando en la conducta de esa sociedad, cosa que no debe sorprender, pues muchos de los males de hoy provienen de la pervivencia de ideologías del ayer.

       Pero, además de esa elección narrativa, el film tiene varios otros méritos: una excelente ambientación de época (el clima de los cabarets y lugares de vida nocturna hacen acordar a otras recientes películas alemanas), una impecable actuación del elenco, empezando por Burghart Klaussner como el procurador y Ronald Zehrfield (se lo vio en Bárbara y Ave Fénix, de Christian Petzold) como el fiscal joven. También el retrato de esos personajes es de mucha verosimilitud, pues en ningún momento la figura del procurador, a pesar de su gran estatura moral, excede la de un ser humano con sus habituales contradicciones de vida y pensamiento. Eso es lo que todavía acentúa aún más la excelencia de lo que se cuenta que, por otra parte, proviene de hechos reales.
 

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