Los algoritmos y nosotros
En el libro La revolución silenciosa. Cómo los algoritmos transforman el conocimiento, el trabajo, la opinión pública y la política sin hacer mucho ruido, (publicado originalmente en 2012 y hace poco editado en la Argentina), la teórica cultural alemana Mercedes Bunz recoge experiencias incipientes, propone miradas y aporta lúcidas reflexiones acerca de esta “segunda transformación” de la era digital que suponen los algoritmos. Es que “algoritmo” se convirtió en el concepto tecnológico de moda, pero, ¿qué es exactamente un algoritmo? En realidad se trata de algo bastante más sencillo de lo que parece: un algoritmo es una serie de indicaciones sencillas que se llevan a cabo para solventar un problema, desde una receta de cocina hasta las instrucciones para armar una practicuna. En términos de Bunz -y arrimándonos ya al plano informático- hablamos de “instrucciones que transforman signos siguiendo un esquema determinado”.
Ricardo Peña Marí, autor del libro De Euclides a Java, la historia de los algoritmos y de los lenguajes de programación, señaló en una entrevista que “el algoritmo tiene que ser finito y ejecutar las instrucciones de manera sistemática, es decir, ser ciego ante lo que está haciendo”. Por otro lado -agregaba- “los pasos con los que opera son bien elementales”. ¿A qué viene esto último? A que los algoritmos recogen operaciones tan sencillas que pueden ser realizadas hasta por las máquinas. Y ahí está el meollo del tema: es la conjunción de máquinas y algoritmos lo que está cambiando el mundo de una forma sutil y silenciosa.
“Las máquinas de la revolución industrial automatizaron el trabajo humano, mientras que los algoritmos de la revolución digital nos asisten en el conocimiento”, lanza Bunz para referirse luego a casos como el de Stats Monkey (el programa capaz de redactar crónicas deportivas) o a la experiencia del Intelligence Information Laboratory de la Universidad de Northwestern programando algoritmos que redactan críticas de cine. “Mucho más allá del periodismo, también en otros ámbitos laborales los algoritmos pueden reunir y reestructurar la información disponible en línea”, explica, y también aclara que “los algoritmos reorganizan el conocimiento y transforman así nuestra idea de lo que significa pensar”, dado que buscar es, en cierto modo, una nueva forma de saber algo.
La experta asume que en rigor de verdad las máquinas no “entienden”, pero reconoce que gracias a la astronómica cantidad de información disponible online estos algoritmos pueden hacer progresos evidentes traduciendo textos, distribuyendo publicidad o diagnosticando enfermedades. “More data is better data” dicen los programadores para referirse a este aprendizaje estadístico que permite a las máquinas un mejor registro de significados.
Uno de los algoritmos más célebres es el PageRank, que Google registró y patentó en 1999 y a través del cual asigna de forma numérica la relevancia de las páginas web que tiene indexadas por un motor de búsqueda. Al principio el PageRank ordenaba los resultados priorizando la cantidad de webs linkeadas a cada página, pero el algoritmo de Google fue complejizándose y hoy tiene en cuenta al usuario (su edad, su ubicación), realiza sugerencias de búsqueda, ofrece mapas e imágenes y hasta corrige la ortografía.
Más allá de Google, los algoritmos están por todas partes: los utiliza Netflix al proponernos qué ver, Facebook para decidir qué muestra y qué oculta, YouTube para recomendarnos música. Todas estas redes analizan la información de nuestras cuentas y el comportamiento que tenemos en la web para decidir qué tipo de información ofrecernos, lo que resulta necesario si tenemos en cuenta que por día se producen millones de posteos, videos, fotos y tweets que solo los algoritmos son capaces de filtrar en cuestión de milisegundos. ¿Cuál es el resultado de esta práctica? Es difícil analizarlo en toda su dimensión, pero una de las consecuencias tiene que ver con cierto “autoencierro” informativo que en el caso de Facebook o Twitter funciona más o menos así: ellos procesan todo aquello que hacemos (likes, favs, retuits) para definir qué tipo de publicaciones mostrarnos. Ergo: lo que veremos vendrá a ser, en algún sentido, una suerte de eco de lo que ya somos.
“Es casi como si nos encontráramos ante un fantasma moderno del rey Midas: todo lo que tocamos, es decir, lo que filmamos o fotografiamos, se convierte en datos y acaba en internet, y las partículas de esta nube de datos penetrarán nuestro mundo de un modo mucho más completo e intenso de lo que lo han hecho los libros”, escribe Bunz enfatizando en el hecho de que hoy son los algoritmos los que organizan el saber y configuran los índices de nuestro mundo.
Así y todo, la especialista advierte que la tecnología no nos determina, con lo cual, en vez de temerle, se trata de aprovechar este potencial. “Entender, por lo menos en parte, cómo filtran los algoritmos de búsqueda es esencial en una época en la que la búsqueda se ha vuelto la praxis cotidiana de apropiación de conocimientos”, concluye.
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