Fake news: un mal de la web
Y de pronto todos están hablando de las “fake news”, esa especie infame del periodismo que se extiende por la web atentando contra el derecho a la información verídica y minando los acuerdos más elementales de confianza.
En la actualidad el mundo está pasando por una pandemia mundial a causa del Covid 19. Son muchas las voces que se alzaron y calificaron al tráfico de información sobre la enfermedad como una "Infodemia". Afrontamos una pandemia de información. En el caso de la Argentina, la agencia de noticias Télam lanzó la plataforma Confiar que sirve para aprender a chequear las noticias falsas combatir la desinformación. Ya poco importa que luego hayan aparecido las correspondientes desmentidas: en parte porque muchas veces nuestros cerebros igual terminan archivando como verdadera a la información falsa; en parte porque hay cantidad de lectores a los que esas rectificaciones ni siquiera les llegan.
¿Quiénes producen noticias falsas? Los comités de campaña que intentan por esa vía dañar al oponente, los periodistas inescrupulosos que buscan algo de fama, los especuladores que solo pretenden generar tráfico y traducir eso en publicidad, los estudiantes que no tienen nada mejor que hacer y solo quieren divertirse. El rango de orígenes posibles es de lo más diverso.
Y además de falsedades burdas hay también filtraciones, trascendidos, situaciones ambiguas que son explotadas al máximo y deformaciones sutiles. La dificultad para combatir su difusión radica en que el problema no es tanto tecnológico como psicológico, ya que en realidad tiene que ver con nuestro propio sesgo cognitivo.
“La manipulación de la información existe desde siempre, de hecho los medios de comunicación la conocen muy bien. ¿Por qué tanto escándalo ahora? ¿Porque antes no había mentiras? No, porque el tema se le fue de las manos al establishment de Estados Unidos cuando Trump logró ganar las elecciones con la mayoría de los medios en contra. Y porque si hay algo en lo que su equipo de campaña tuvo éxito es en el uso de las redes sociales. Lo que entre otras cosas hicieron fue segmentar los distintos mensajes de acuerdo a los diferentes públicos, que es algo que Facebook habilita a hacer de una forma bastante efectiva”, explica el docente y periodista especializado en tecnología Esteban Magnani.
Gracias a la información que volcamos en las redes empresas como Facebook, Google o Twitter conocen con bastante precisión nuestros intereses y predilecciones, y así como esa información se puede ofrecer para afinar la puntería de las campañas publicitarias lo mismo sucede con el marketing electoral, en el que la elección de Trump resultó paradigmática. Las redes sociales permiten que los mensajes puedan dirigirse a públicos muy específicos y muy bien localizados, y entonces el magnate neoyorkino proponía más obra pública a los votantes que sabía preocupados por la infraestructura, les decía a los nacionalistas que el país podría llegar a tener 30 millones de inmigrantes ilegales y les hablaba a los católicos y evangelistas con una biblia en la mano de la que contó que fue un regalo de su madre cuando era un niño. “En algunos casos la gente de Trump apeló a mensajes contradictorios o directamente falsos. Y para peor las redes raramente nos contradicen, sino que muy por el contrario nos mantienen en nuestra zona de confort, con lo cual las desmentidas que de algún modo desafían lo que pensamos no aparecen en nuestras pantallas”, marca Magnani.
“Si indicamos que nos gustó una publicación de Aníbal Fernández, Twitter nos ofrece una publicación de Cristina Fernández. Si retuiteamos una publicación de Gabriela Michetti, Twitter nos ofrece un tuit de Mauricio Macri. En la medida en que Twitter busca maximizar nuestro placer informativo, todas las actividades que depositamos en nuestros muros son utilizadas para definir qué tipo de publicaciones desearíamos ver. Es decir, la información que recibimos es un eco de aquello que depositamos en Twitter. Tanto favs como retuits son procesados por algoritmos que después ofrecen nuevas publicaciones (o nuevos productos) en nuestros muros”, explicaba el politólogo Ernesto Calvo en una nota de Anfibia sugestivamente titulada “La grieta es un algoritmo” (http://www.revistaanfibia.com/ensayo/la-grieta-es-un-algoritmo/).
Calvo decía en ese texto que aun cuando percibimos a Twitter como un espacio en el que las ideas circulan libremente, la diseminación personalizada de la información ha ido creado unas comunidades más bien estables. “Cada uno de nosotros vive en estas comunidades –escribió- donde nuestros valores y preferencias son también los valores y preferencias de cuantos nos rodean. Los algoritmos que trabajan bajo el capot de Twitter son un mecanismo de formación de comunidades que ha probado ser muy exitoso, pero que al mismo tiempo homogeneiza a grupos de usuarios que viven en distintos mundos informativos. La polarización avanza también en las redes sociales: aquí y ahora, en nuestra propia esquina de Twitter, todos somos mayoría”.
La solución
Tanto Facebook como Google están trabajando en la gestión del fenómeno de las noticias falsas con mecanismos como la posibilidad de incluir etiquetas que comprueben la veracidad de las noticias, además de alianzas con sitios de verificación de terceros (como PolitiFact y Snopes, del estilo de Chequeado.com) para comprobar los contenido de sus millones de usuarios.
“Pensar que un algoritmo va a detectar noticias falsas es un poco ingenuo -advierte Magnani-, más interesante sería profundizar en qué está pasando a nivel social y cómo las noticias circulan de acuerdo a una lógica comercial que anula todas las demás lógicas”.
¿Puede hacer algo más Facebook aparte de incluir un algoritmo? El experto sostiene que tal vez sí, aunque el límite es el negocio. “Si la gente usa más Facebook cuando Facebook le reconfirma lo que ya piensa, entonces ¿para qué cambiar?, ¿para qué atentar contra el propio negocio? Hay algo que cuesta decir porque resulta paralizante, pero lo cierto es que a los problemas que va planteando el capitalismo se le plantean soluciones que terminan profundizando el capitalismo”.
Cultivar el pensamiento crítico –con los chicos, los jóvenes, en la escuela, la universidad, la familia- puede ser otro de los antídotos contra las fake news, y en ese sentido es útil preocuparse por entrenar nuestras habilidades para contrastar la información, adquirir cierta cultura estadística, identificar falacias argumentativas y detectar conflictos de intereses. La francesa Divina Frau-Meigs, docente de sociología de los medios en la Universidad de La Sorbona, viene insistiendo en varios foros acerca de la necesidad de un movimiento pedagógico que responda al nuevo panorama de los medios, lo que llama la “alfabetización en medios digitales”. Según Meigs esta alfabetización no puede quedar reducida a su componente técnico. En otras palabras: con instalar pantallas en el aula no alcanza.
“Tras haber pasado de la navegación ligera, el balbuceo y el chateo a la minería de datos con fines de manipulación y desestabilización, la transformación digital del panorama de los medios de comunicación pone de relieve la creciente importancia de los conocimientos básicos sobre alfabetización de la información en medios digitales. Esta forma de educación debe repensar los medios de comunicación y los fundamentos políticos y éticos que lo legitiman”, marcaba en un artículo difundido por la UNESCO (https://en.unesco.org/courier/july-september-2017/developing-critical-m…) y que precisamente se refería a la educación mediática como una vía para combatir las fake news.
La especialista cita en ese texto al complejo GAFAM (acrónimo de Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft), que representa al macroconjunto de las mayores empresas mundiales de tecnología y que a través de sus algoritmos son capaces de ejercer un profundo control editorial, y en definitiva de definir lo que la verdad es. “Si bien esas empresas se resisten a la regulación y quieren hacer sus propias reglas, al mismo tiempo necesitan contar con la confianza de las comunidades online. De ahí que esas comunidades pueden organizarse para co-regular las noticias”, concluye y desliza incluso la alternativa de co-diseñar un algoritmo.
“El futuro no está decidido, no es inevitable”, aseguraba hace poco el director general de la OIT Guy Ryder. “No es la tecnología la que por sí sola decide, ni es la demografía la que por sí sola decide. Estamos acá para construirlo”, destacó esgrimiendo uno de los argumentos más valiosos para defender una educación crítica que reconozca a la información como un derecho humano y contribuya a que tengamos una visión compartida de hacia dónde queremos ir, siempre de acuerdo a nuestros propios deseos y nuestras propias necesidades. Por suerte nos queda todavía mucho margen para modelar lo que viene.
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