Crianza y tecnología

Tecnología

Los nuevos formatos y tecnologías informáticas preparan a los chicos para el mundo que viene y los vinculan con su comunidad de pares, en un tiempo signado por la vertiginosidad de los cambios. A su vez, el uso excesivo, o al margen de la contención de los padres, puede resultar nocivo. Cabal Digital conversó sobre el tema con un especialista, Julio Moreno,  doctor en Medicina y psicoanalista, autor del libro "Ser humano, la inconsistencia, los vínculos y la crianza".

Hace sólo unas décadas atrás, la infancia era, al menos como concepto, una etapa relativamente predecible. Los chicos iniciaban su escolaridad no antes de los tres años –hasta entonces se vinculaban exclusivamente con su grupo familiar-, se relacionaban con un círculo acotado de amistades, jugaban con juguetes (materiales, no virtuales) y veían a los adultos como los poseedores del saber. Todo eso parece haber cambiado con la irrupción de las nuevas tecnologías, los videojuegos  y las redes sociales, que imponen nuevos desafíos a la crianza y obligan a redefinir categorías que parecían estáticas.

Los niños del siglo XXI tienen pasión por las pantallas -la televisión, las computadoras- y las consolas de videojuegos, desde que ingresan al jardín de infantes, e incluso antes. Se vinculan por chat o mediante juegos online con sus pares, con los que comparten saberes que los mayores muchas veces desconocen, y hacen un culto de ciertos consumos que parecen atentar contra los valores tradicionales de la niñez.

Es un hecho que la revolución informática ha impuesto cambios drásticos, no sólo en el plano de la vida cotidiana, los vínculos interpersonales y la educación que reciben los menores en sus casas, sino también en el ámbito de la escuela, que por momentos parece 'atrasar', ante la celeridad de las transformaciones y las rutinas a menudo solitarias  las que los chicos parecen habituados.

Padres y abuelos, educados en la cultura de las muñecas y las pelotas, miran con mezcla de sorpresa y espanto el consumo de entretenimientos de sus hijos y nietos -no es raro encontrar a niños de 10 ó 12 años haciendo su tarea escolar con un celular en la mano, un libro en la otra, mientras simultáneamente chatean con un amigo, mantienen abierto un videojuego y escuchan música a todo volumen-, nacidos en una cultura absolutamente distante de la de generaciones anteriores.


En este contexto cabe preguntarse, ¿los cambios hacen peligrar el reino de la infancia o, por el contrario, son la antesala del mundo que viene? ¿La violencia extrema de algunos de estos juegos inducen a los niños a la trasgresión de las normas instituidas, o no tienen mayores implicancias en el comportamiento infantil? En definitiva, ¿cómo deben pararse frente al cambio, padres y educadores?  
Estas son algunas de las cuestiones sobre las que se presta a reflexionar Julio Moreno, doctor en Medicina, psicoanalista, miembro titular y secretario científico de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA) y autor del libro "Ser humano. La inconsistencia, los vínculos y la crianza" (Libros Del Zorzal).

-¿Hasta qué punto la cultura de los videojuegos y las redes sociales han modificado lo que hasta hace dos o tres décadas se entendía por 'infancia'?

Julio Moreno: -Sin duda estas tecnologías forman parte de los cambios que afectan a la infancia como concepto cultural -lo que determina gran parte de lo que cada etapa y cultura llama “niño”-; pero también de un cambio que se da a un nivel más extendido, y que incluye a las distintas generaciones. Facebook y Twitter, por ejemplo, están cambiando el concepto de lo que llamamos "contemporáneo", el lugar de "la narrativa" e imponiendo la categoría de evanescente a casi todo lo que es. Yo diría que el formato de los videojuegos es más amigable que otros, como -por más que nos pese- puede ser el de los libros de cuentos. No es que éstos últimos vayan a desaparecer, como por ahí se suele escuchar. Seguramente adquirirán otro lugar, quizá más específico.

-Antes la familia era un círculo relativamente acotado, hoy las tecnologías parecen haber cambiado la dinámica de la vida en el hogar y la interacción con los otros –ajenos al círculo más íntimo- se produce más precozmente. ¿Qué reflexión le merece este hecho?

J.M: -Esa es una realidad que se impone. Yo sospecho que se combina con otros factores, como por ejemplo el hecho de que la familia tradicional, como casi todas las instituciones tradicionales, esté en crisis. Los niños acuden “naturalmente” a otros ámbitos para socializarse. 

-¿Son esos cambios en alguna medida riesgosos para el desarrollo psicológico de los chicos? ¿Por qué, y en ese caso qué puede hacerse para amortizar su peligrosidad?

-J.M.: No creo que sean peligrosos en sí mismos. Sí es cierto que un niño perturbado o con problemas de los llamados “psicológicos” puede usar estos dispositivos como aliados con formaciones sintomáticas. Pero es tan preocupante que un niño se pase largas horas jugando con la Wii, la Xbox, la Play o unos videojuegos como que otro rechace de plano esta onda de preferencia cuando ha invadido a toda su comunidad infantil.

-¿En qué medida, a su vez, estas tecnologías preparan a los chicos para el mundo que vendrá?
J.M.: Sin dudas que en gran medida. Todo lo que advendrá en unas pocas décadas se parecerá mucho más a los formatos mediáticos que a las prácticas de mediados del siglo pasado. Me refiero a todos los sistemas de producción, inclusive los de las máquinas agropecuarias, los modelos de aprendizajes de oficios, etcétera.

-¿Cómo imagina ese mundo, para el que nos preparan los videojuegos?

J.M.: -Lo imagino mediático, con gran preponderancia de los dispositivos que generan una pasividad frente a tareas en las que solíamos ser activos. La pregunta quizás crucial sería: ¿qué haremos con el tiempo que sobra? Y ¿qué con el aumento de productividad que esa efectividad procurará?

-El hecho de que los chicos sean para los adultos seres menos predecibles que en décadas pasadas, parece un hecho innegable. Pero, ¿se trata de un problema de los niños o de los adultos, que de alguna forma deberían aggiornarse a este presente que muchas veces no comprenden?

J.M.:- Ocurre que el mundo se ha vuelto menos predecible. Las instituciones, como los dispositivos -y las instituciones son decididamente mucho más fugaces- se tornan obsoletas en tiempos cada vez más breves. No hay tiempo para comprender. Ese es el gap que nos separa de los denominados “nativos digitales”: ellos no requieren "entender algo" para utilizarlo, o hacerlo funcionar. A los adultos formados en la Modernidad nos convencieron de que sí, que saber antes de usar era necesario. La mayoría de los dispositivos ya ni precisan el antes infaltable "manual de instrucciones". Entonces, no hay forma de no aggiornarse, lo hacemos como modo espontáneo de supervivencia, tan sólo para permanecer. Como le dijo la Reina Roja a Alicia: "En un paisaje que cambia, si te quedas quieto en realidad retrocedes". Otra cosa es que alguien critique mucho o poco eso. Pero es un hecho que por ahora nada logra detener  lo vertiginoso de los cambios que están sucediéndose.

-¿Cuáles son las ventajas de que los padres y educadores puedan compartir esas experiencias con sus hijos o alumnos, habilitando en este sentido la posibilidad de interacción y de diálogo?

J.M.: -El diálogo es una práctica absolutamente necesaria. No sólo porque los niños -que fueron concebidos por la Modernidad como un "vacío a llenar"- pueden estar más contenidos y mejor cuidados sino, y quizá fundamentalmente, porque de ese modo los padres, -que naturalmente están atrasados con respecto a los niños en cuanto al acceso a las novedades mediáticas- pueden aggiornarse en estas cuestiones que los chicos manejan. Este es el mundo de la conexión directa.

-¿Cuál es la manera en que los adultos deberían acercarse a los chicos, para orientarlos o aconsejarlos en este tipo de consumos (videojuegos, redes sociales), y poder acompañarlos en su crecimiento?

J.M.: -El problema aquí es, quizás, que las compañías publicitarias de juguetes se han “dado cuenta” de que no es importante convencer a los padres (es decir explicarles las bondades didácticas de los dispositivos o los juguetes), sino apuntar directo a los niños, por lo que los padres son pasados por alto, como en un bypass. Es interesante comparar esto con las prácticas publicitarias de la Modernidad (hace apenas 50 años) en la que el target eran los padres, a quienes les recomendaban los efectos didácticos de los juguetes. De modo que los padres imponían al niño a jugar con lo que ellos (comparando esto con su propia infancia) creían que sería bueno para los pequeños. Es notable que, por la vertiginosidad de los cambios en estos tiempos, el concepto infancia, como el de crianza de los padres, no es ni de cerca el que impera en la actualidad para sus niños. Por lo que la práctica anterior no tiene sentido. Padres: humildemente, acérquense a los niños para entender de qué se trata el mundo que ellos ya habitan.

-Usted ha dicho: “Que la infancia sea distinta a la de la época de Freud no implica que haya que  sancionar como patológica una forma de ser contemporánea”. ¿Puede desarrollar  brevemente  esta idea?

J.M.: -Hay que poder distinguir las formas propias de lo contemporáneo de las formas patológicas o que indican alguna patología. Cuánto tiempo un niño mira TV y cuánto está con los videojuegos no es sólo una cuestión que puede afectar su sistema nervioso o ser índice de cómo está su psiquismo, es un parámetro que tiene que ver con lo que consensuadamente hacen los demás chicos. El ámbito natural de los niños de esta época es -cada vez a edad más temprana- el de sus pares. Si un niño lee libros en el recreo quizás deba preocuparnos más que si chatea una hora por día. Pero cada una de estas observaciones debe ser entendida dentro de la situación en que se da, y en relación a la singularidad propia de cada ser humano.

- ¿Cómo se traduce la influencia de las nuevas formas de conexión en red sobre las estructuras cognitivas de los chicos? ¿Tienen valor didáctico?

J.M.: -Sí pero no didáctico en el sentido que tenía esa palabra hace 50 años -enseñar al niño las pautas del colegio, por ejemplo- sino en el sentido de preparar y entrenar a los niños para lo que será el porvenir mediático.

-El aparente y progresivo abandono de los juguetes tradicionales, ¿atenta contra el desarrollo saludable de la imaginación y el intelecto?

J.M.: -Las instituciones modernas han hecho enormes esfuerzos por controlar de algún modo el torrente de información cada vez más indiscriminado que fluye por los medios que, debido al avance tecnológico, penetran cada vez con mayor velocidad en la sociedad. En el apogeo moderno, todo lo que se consideraba no apto para los niños era cuidadosamente apartado de ellos: libros, juguetes, espectáculos, filmes, conversaciones, chistes que eran clasificados cuidadosamente como “sólo aptos” para determinada edad. En estos tiempos se hace evidente el fracaso total de esos filtros. Ni la TV, ni Internet, ni los medios gráficos logran administrar esa diferencia. El “horario de protección al menor” de la TV no es eficaz, y en muchos países ya no existe; los sistemas de seguridad “para que los Sitios de Internet de adultos no sean abiertos por menores” son inútiles. En fin, todos los esfuerzos vienen siendo inconducentes: el massmedia logra romper esas barreras y todos, sin distinción de edades, somos alcanzados por igual por la pantalla. Sin embargo, creo que los receptores privilegiados de esa información son los niños.

La alianza entre las computadoras y el niño es mucho más eficiente que la de aquellas con el adulto. Todo nos lleva a pensar que, para los adultos que serán los niños actuales, la computadora en red será una extensión tan natural como lo es el reloj para los adultos contemporáneos. La inercia racional típica de la mente de los adultos modernos -o sea el intento de “comprender” racionalmente porqué o cómo se relacionan los hechos- es un estorbo.

-¿Como rescatar y transmitir, por sobre las virtudes técnicas de las máquinas, los valores subjetivos de 'lo humano?

-J.M.: -Charlando, compartiendo, viviendo juntos la experiencia del jugar… y sobre todo mostrando el interés por ellos y por lo que hacen. Deberíamos saber que cada vez tenemos más que aprender de ellos y demostrarles que pueden contar con nosotros (los adultos). En general es conveniente que el pedido –de compartir- provenga de ellos.

-¿Qué lugar debería ocupar la escuela en este nuevo contexto?

J.M.: -¡Pregunta compleja! Porque la escuela debe aggiornarse y reformular su enseñanza clásica basada en muchos casos en una narrativa cronológica, extendida que es muy anticontemporánea. Para los niños es mucho más amigable el discurso típico de los clips, de planos que duran instantes y se superponen sin relación causal; como los de la TV. Lo complejo de la pregunta es que los educadores están formados en otra época, son en el mejor de los casos lo que se ha llamado “inmigrantes digitales” y, en general, les cuesta mucho hacer contacto con los discursos propios de los niños, a los que se ha llamado acertadamente “nativos digitales”, porque se han conformado con el discurso y los dispositivos mediáticos.

-¿Un consejo para padres desconcertados?

J.M.: -Que se acerquen a los niños. Que les pregunten más y que les “enseñen” menos. Luego, en comunidad con ellos y su situación, podrán, llegado el caso, “dar consejos”. Si un chico da muestras de no poder habitar el mundo de sus pares, o de no poder jugar, o tiene otras dificultades visibles, les aconsejo que consulten a un profesional. A veces la consulta misma ayuda y con eso basta. Otras, puede ser requerido un tratamiento.  Lo importante es facilitar el diálogo y, desde ese lugar, intentar entrar en contacto con elmundo de ellos.

                                                                                                                               Verónica Abdala