Odio a los indiferentes
Uno de los pensadores marxistas más lúcidos del siglo pasado, Antonio Gramsci es de esos autores que provocan siempre asombro por la agudeza de su pensamiento, por el esfuerzo permanente de su razonamiento por evitar las fórmulas dogmáticas y encontrar la verdad en la investigación rigurosa de la realidad. Además de sus conocidos trabajos publicados como libros (Cuadernos desde la cárcel, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno; Literatura y vida nacional y Pasado y presente) escribió multitud de escritos periodísticos, tantos que en algún momento se jactó de poder editar varios tomos de 400 páginas cada uno con ellos. Los textos que componen esta selección proceden de la publicación de los escritos de Antonio Gramsci editada por Sergio Caprioglio para Giulio Einaudi Editore. En particular de la colección La ciudad futura. Escritos 1917-1918, publicada en 1982. Con dos excepciones: Los obreros de la Fiat, aquí recuperado parcialmente, y el discurso ante la Cámara de Diputados de 1925, publicado por el diario L’Unitá.
La mayor parte de estos artículos tienen origen en un momento especial de Italia: 1917-1918, todavía en plena Primera Guerra Mundial, y se escriben desde una ciudad clave: Turín. En esa ciudad, el hambre, el agotamiento, las fábricas y los trabajadores vuelven a ocupar el centro del escenario. Solo entre 1918 y 1919, la gripe española agravará la situación provocando en Italia cerca de medio millón de muertos. Se necesita una mirada intensa para observar los hechos y una cabeza penetrante para entenderlos. Gramsci tiene las dos cualidades. Es un hombre que habla mucho, pero que sabe escuchar de buen grado a los que opinan. Tiene una percepción incisiva sobre los acontecimientos y es categórico en su análisis y definiciones, pero está dotado de una moral incorruptible para exigir lo que piensa y una poderosa capacidad pedagógica. Y sus escritos están elaborados escudriñando las cosas menudas, los comportamientos de las personas, sus palabras y caracteres, al alcance y a la medida de lo humano.
“No conocemos Italia. Peor aún, no tenemos los instrumentos adecuados para conocer Italia, tal como es realmente, así que somos incapaces de hacer predicciones, de orientarnos, de establecer líneas de acción que tengan probabilidad de ser correctas”, escribe en noviembre de 1923, desafiando a teóricos y políticos de su partido y de los otras tendencias a sacudirse de los dogmatismos que cierran la visión y ahogan la profundidad del pensamiento. Y todavía hoy, a casi cien años de haberse pronunciado, resuenan nítidas y de una claridad excepcional para cualquier hombre de la actualidad que intente o se disponga a cambiar la realidad de su propio país o la del planeta. Algunos artículos tienen particular interés, como Contra la burocracia, sobre la permanente ineficiencia que provoca ese flagelo; Políticos ineptos, que reflexiona sobre la crisis de la clase política aliada al sistema, o Las mujeres, los caballeros y los amores, una exposición de los vicios privados y las virtudes públicas de la sociedad de aquel tiempo.
Pero, sin duda, son dos escritos los que se llevan la palma de oro por la pasión con que han sido redactados y la potencia de su pensamiento: Antes que nada (Odio a los indiferentes), que inaugura la lista de los textos publicados, y Una ley liberticida, de 1917, que es el último y se publica como un apéndice. El primero tiene un párrafo de inicio inolvidable: “Odio a los indiferentes. Creo como Friedrich Hebbel, que ‘vivir significa tomar partido’. No pueden existir quienes sean solamente hombres, extraños a la ciudad. Quien realmente vive no puede no ser ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes. La indiferencia es el peso muerto de la historia.” El segundo es el texto de un discurso pronunciado en la Cámara de Diputados en 1925 y donde Gramsci critica una ley sobre asociaciones secretas aprobada por el fascismo y discute e interpela con inteligencia y autoridad al propio Benito Mussolini, que participa en el debate.