"Nuestro trabajo es tirar botellas al mar”
Hace ya varios años que se habla en el mundo de las realizaciones audiovisuales del talento de la directora cinematográfica Sabrina Farji, expresado claramente y de manera especial en dos películas que le proporcionaron un gran reconocimiento dentro y fuera del país: Cuando ella saltó (2007) y Eva y Lola (2010). No obstante, Sabrina no es alguien que haya accedido a esos triunfos sin una experiencia previa. Todo lo contrario. Formada rigurosamente en distintas disciplinas artísticas -estudió escenografía con Gastón Breyer y Héctor Calmet, pintura con Guillermo Kuitca y puesta en escena en la Escuela Municipal de Arte Dramático-, tiene además una amplia y significativa carrera como videasta, ámbito en el que fue premiada varias veces. Su primer video fue Estúpida más no zonza, de 1992, que la mostró como una creadora original y con una fuerte tendencia a la experimentación. Y después de varios videos más, se lanzó a su largometraje inicial Cielo azul, cielo negro, que guionó y dirigió en 2005 junto a Paula Luque. A su vez, en 2009 escribió el guión para la película Felicitas, de Teresa Constantini.
Donde Sabrina no había probado aún sus habilidades era en la televisión. Pero rompió el fuego a comienzos de este año con el estreno de la miniserie de trece capítulos El Paraíso, que se emitió por Canal 7 y tuvo buena repercusión entre el público. El trabajo volvió a probar, pese a la escasa duración de cada capítulo (media hora) y las acotadas condiciones de producción, la capacidad de la directora para contar una historia atrapante, tanto por lo que cuenta como por la forma en que lo cuenta. Farji comenta que la idea de hacer una miniserie estaba desde hace tiempo en su cabeza, pero que la aparición de los concursos sobre contenidos para la televisión digital organizados por el INCAA en 2009 aceleraron los trámites de su concreción. Sabrina presentó una propuesta (cuatro capítulos y una sinopsis de nueve)y, como otros realizadores, ganó. Y ante esa circunstancia debió a ponerse a trabajar rápidamente para finalizar los trece pues entre los requerimientos de haber sido elegida estaba el de entregar las miniseries en un breve plazo.
“Esa idea había surgido –dice- del deseo personal de armar una historia que, incursionando en un nuevo formato, tuviera por destino la televisión. Eso lo veníamos hablando con Alejandro Awada, mi marido, que tiene mucha experiencia en el medio.
Pensábamos en cómo hacer contenidos novedosos en TV y así apareció la idea de un médico que viajaba en un tren sanitario por distintas provincias. Pero ese planteo encarecía mucho el proyecto y entonces fue reformulado y se escribió a partir de una sala de atención primaria ubicada en un barrio carenciado del suburbio bonaerense, donde lo que se mostraba, a diferencia de un hospital, era una situación más precaria. Con el agravante de que los casos que llegaban allí tenían consultorios durante el día, pero solo una guardia durante la noche. Como las historias transcurrían en la guardia de la noche, con casos en general de urgencia, los conflictos se extremaban y sabemos que cuando los personajes más sufren más se atrapa al público.”
Antes de que aparecieran los concursos del INCAA, Sabrina había tentado a algunos canales con la serie, que en el módulo original tenía capítulos de duración de una hora. “Pero no hay muchas puertas abiertas para nuevos contenidos y productoras distintas a las ya establecidas en estos lugares –comenta la directora-. Allí todo está demasiado estructurado y los que están no la largan. No digo que esté bien o mal. Y entiendo que en esos canales se manejen presupuestos altos y quieran trabajar con personas que tienen mucha trayectoria en el medio o son muy conocidos. Pero eso determina que figuren en la pantalla siempre los mismos y que, por falta de renovación, quede mucha gente afuera. Así que cuando aparecieron los concursos, lo que hicimos fue adaptar los capítulos de una hora, convirtiéndolos en dos de media. Y luego desarrollamos toda la serie con urgencia, porque ya se sabe: cuando se escribe para uno se tiene todo el tiempo del mundo, pero las fechas puntuales de entrega imponen otros ritmos. Debo decir que eso a mi me ayudó.”
Consultada sobre si la media hora de cada capítulo fue un factor que incidió en forma negativa en el público. Sabrina afirma: “Las aguas están divididas al respecto. Algunas personas decían que se quedaban con sabor a poco y otras que ese formato de media hora era estupendo. Nosotros teníamos libro e historia para una hora, así que tuve que sacar mucho material, pero los proyectos son como partidas de ajedrez y el autor va tratando de resolver sobre el propio tablero. Lo que se vio, fruto de ese formato, fue un producto donde los conflictos estaban tratados sin ninguna voluntad de estirar, con un propósito condensador. Además, como la historia trabajaba sobre casos de una sala de atención primaria y el estrés de los personajes no daba respiro, se producían muy escasos o pequeños momentos de distensión. Y eso se trasladaba al propio montaje. Por otro lado, la idea fue que cada capítulo funcionara como una suerte de historia en sí misma, a pesar de que los personajes centrales seguían siendo los mismos.”
Un buen balance
¿Si tuviera que hacer una evaluación final de esta experiencia que diría en lo que se relaciona con lo personal?
Que fue una experiencia maravillosa. Y muy feliz. Hubo, es verdad, momentos de urgencia y tensión al filmarla. Pero siempre supe a lo que me enfrentaba. Y así como los personajes estaban en esa trinchera médica, yo, los actores y los técnicos sabíamos que íbamos a estar también en una trinchera. En este caso audiovisual. Por la escasez de presupuesto, los actores no tuvieron motorhome, que es la casa rodante o trailer donde ellos se maquillan, se cambian, repasan letra, comen o descansan entre escena y escena. No es un lugar que se tiene por vanidad, sino necesario para usar en el tiempo muerto. Y debían cambiarse en cualquier lugar. Así que debo destacar también la excelente disposición y buena onda de los actores, que en todo momento se identificaron con el proyecto y trabajaron sin arredrarse por los problemas.
¿Y esta escasez de presupuesto no influyó en contra de algunas previsiones del libro original?
Lo que ocurre es que si uno sabe que cuenta con un presupuesto pequeño adapta el libro. De nada sirve quejarse de que hay poca plata, eso se sabía ya al presentarse a los concursos. Nadie engañó a nadie. Frente a una contingencia de esa naturaleza lo que se debe decidir es si se está dispuesto a encarar el desafío o no. En mi caso, esa escasez lo que hizo fue agudizar, potenciar mi creatividad. Lo cual es un resultado que tomo a favor. Las escenas que había pensado de choque de autos con heridos obviamente las saqué y lo resolví cuando llegaba la ambulancia con el único camillero que tenía. No sé como quedó, obviamente que el choque en cadena hubiera sido efectista y filmado hubiera quedado divino, pero no era este el proyecto en el que esa escena debía estar. Lo que hubo que hacer fue trabajar para que no se extrañase la ausencia de ese choque en cadena. Y se potenció la cámara en un primer plano con el dolor de los personajes que están llegando finalmente que interesara lo que está y no lo que no está.
¿Y en que lugares trabajaron?
Trabajamos mucho en locaciones reales como el hospital Alvarez, que ahora se incendió, y el hospital Israelita, donde a veces nos ocurría que estaban planteadas las luces o la aparición de la ambulancia y, de golpe, debíamos salir rápido del lugar porque llegaba la ambulancia de verdad, con un enfermo de verdad. Y los médicos o enfermeros reales entraban a trabajar. La verdad y la ficción se corrían de límite todo el tiempo. Me acuerdo que a los actores que iban con el uniforme o el guardapolvo les decían con frecuencia “doctor”. Esas cosas eran rarísimas, pero las recuerdo muy feliz. Es un privilegio que como directora y productora independiente haya podido caer en este concurso y ganar, porque era una presentación muy extensa. Para mí fue una enorme oportunidad y me permitió tener horas de vuelo. Fue como hacer trece películas, siento que estoy con un entrenamiento que me permite desarrollar nuevas posibilidades creativas en mi cabeza. No tengo más que agradecer la experiencia.
¿Por qué le interesó tanto el tema médico?
Siempre estoy buscando historias interesantes de personas y había visto, en un reportaje, la de un médico que iba en un tren sanitario, pueblito por pueblito. Y admiro una tarea así. Además cada pueblito tiene ochenta historias y puse el ojo ahí. También soy hipocondríaca, a lo mejor tiene que ver con eso. Lo tendría que ver en la terapia. Debe ser una manera de reírme de mí misma. ¿Qué hace un hipocondríaco? Si es directora, trabaja en una serie de médicos, qué se yo. Por otro lado, me apasiona pensar en manos de quien estoy. Y me interesa conocer los pliegues internos de los seres humanos, retratar personas que están altamente capacitadas para salvar vidas como los médicos –o para resguardarlas como es el caso de los pilotos de avión- y que, sin embargo, en sus existencias personales son vulnerables a asuntos que parecerían ser de más sencilla solución, como podría ser no descuidar con desatenciones reparables con un mínimo esfuerzo a sus afectos. Un médico, por ejemplo, que salva casi todos los días una vida y no es capaz de llegar en horario a una reunión de padres en un colegio.
¿Investigó mucho para elaborar los guiones?
Si consulté algún trabajo, pero igual tuve una bendición celestial. En las clases que doy hace muchos años en el Centro Cultural Ricardo Rojas tengo alumnos con mucho potencial. Y siempre trato de trabajar con los que están formados por mí debido a que compartimos un código común. Entonces, entre esos alumnos estaba Romina Rissolo, que ni bien me surgió la idea de hacer una serie de médicos pensé en consultarla, porque es médica pediatra y estuvo en una sala de atención primaria. Todo lo que tenía que ver con los casos, el desarrollo y la verosimilitud de ellos –que creo fue uno de los aciertos de la serie- se debe a su supervisión.
¿Y cómo se hizo con los actores?
La manera en que se vio a los actores haciendo de médicos, el modo en que operaban o utilizaban ciertos procedimientos –a fin de que si los observaba un médico comprobara que estaban bien hechos, que no eran una chantada-, todo eso fue supervisado por Romina. Y había cosas que yo escribía y que funcionaban muy bien en lo dramático y ella me las bochaba. Y ahora agradezco que lo haya hecho porque redundó en beneficio de la calidad de la serie. Y me evitó tener que leer libros y libros de medicina. Además no hubiera podido hacerlo nunca, mucho más teniendo en cuenta la urgencia del proyecto. No es mi especialidad. Yo puedo ir a sentarme a una sala para ver cómo funciona una guardia –y con los actores lo hicimos- pero hasta ahí. Romina también les enseñó a todos los actores como tomar la presión, a sacar sangre, a poner suero, a colocar una vía, a Awada le enseñamos a poner y sacar el estetoscopio, porque tenía que hacerlo de una forma que resultara natural. Y eso, como dije, mejoró la verosimilitud, pero no hubo una investigación, sí asesoramiento. Romina y Ramiro San Honorio fueron, por otra parte, coguionistas de las historias y lo que es gracioso es que los casos más inverosímiles eran todos casos reales.
¿Se podría considerar a los primeros concursos del INCAA de 2009 como una experiencia piloto para todos los que intervinieron?
Si, y también para el Consejo Asesor que diseñó el proyecto, que trabajó un poco a prueba y error. Pero, hubo también una muy buena escucha para solucionar los problemas que se fueron suscitando sobre la marcha, como el respeto a los derechos de autor, o sea la propiedad intelectual, o el no descuento del IVA con el 21 por ciento a lo que se otorgaba en dinero por tratarse de un premio. Los sindicatos y sociedades de gestión se avinieron también a elaborar tablas de mínimos y máximos o tablas diferenciales para cobrar menos porque con los montos establecidos para una producción normal no se hubiera podido hacer la miniserie.
Pero, ¿usted diría que estos concursos deben continuar?
Desde luego. Porque si duran dos años nada más no sirven. Pero si se sostienen en el tiempo le abren un espectro fantástico a la sociedad argentina. Lo digo con conocimiento de causa. Me tocó también ser capacitadora en la región del noreste argentino y vi allí unas cosas impresionantes. Estos concursos le dan a los realizadores con formación de las provincias perspectivas ciertas de trabajo en ficción y documentales que antes no tenían. Si esto sigue no necesitan ahora solo hacer sociales, casamientos y fiesta de 15 para vivir de lo que saben. Y podrán filmar historias relacionadas con su región y con la idiosincracia de sus habitantes, que se verán reflejados en esos trabajos. Y de ese modo los creadores se multiplicarán.
Realidades y proyectos
Sabrina Farji, después de El Paraíso, está trabajando en la edición de Grandes chicas, grandes, que es una miniserie documental de ocho capítulos realizada en el marco de otro concurso que organizó la Secretaría de Cultura de la Nación. Trata sobre la vida y la trayectoria de varias mujeres que fueron adolescentes y jóvenes durante los años setenta y ochenta y que hoy son mujeres adultas. “Es un proyecto que me encantó realizar porque ahí funcioné, además de directora y guionista, como entrevistadora –cuenta-. Es una suerte de documental de creación donde busco encontrar similitudes y diferencias entre las mujeres abordadas. Trabaja conmigo Elena Rogers, que está en todos los capítulos, y hace al final una canción diseñada con fragmentos de las voces de las “chicas grandes” entrevistadas. Ha sido un privilegio, un honor y una felicidad poder filmar a todas las protagonistas de la miniserie: Cecilia Roth, Paula de Luque, Patricia Sosa, Adriana Varela, Marta Betoldi, Gabriela Rádice, María Cher, Liliana Mazure, Marcela Cardillo, Cristina Civale, Esther Feldman, Andy Cherniavsky y Ana Torrejón. Todas minas geniales, todas con un testimonio espectacular. Ya lo filmé todo y me estoy pasando horas y horas editándolo.”
Al mismo tiempo, Sabrina escribió la segunda parte de El Paraíso, que presentó en un nuevo concurso para la televisión digital que se realiza en estos días con vistas a producciones destinadas a horario prime time y donde hay que estar asociado a un canal de televisión o por lo menos tener la seguridad de que se va a poner en el aire en ese horario. Los capítulos de esa miniserie son una hora no de media. “Es otra ley de juego, otra propuesta. Hay que ver qué pasa porque se presentaron 70 proyectos y se eligen solo 8 –agrega-. Ojalá tengamos suerte. Se que muchos de los proyectos que se presentaron son de calidad. En la nueva hay nuevos personajes y se continúa con la historia de los personajes que estaban. En esta segunda temporada, combinado con la guardia nocturna, se van a ver algunos consultorios diurnos donde funcionan otras especialidades. Eso dará pie a otras historias, a otros personajes, a otras conexiones de los que estaban con los que aparecen ahora y nuevas aventuras.”
Respecto a los largometrajes, la directora afirma seguir escribiendo el guión de una próxima película que trataría de filmar el año que viene y que, en principio, tendría por título El otro hombre. “Este año me gustaría presentarla para hacerla más tranquila el año próximo. Lo nuestro es tirar muchas botellas al mar y ver cuáles son descubiertas. Este año tiré muchas botellas al mar, espero que alguna sea tomada por alguien. La segunda temporada de El Paraíso me gusta y creo que está buenísima, pero también los otros realizadores deben pensar lo mismo de sus proyectos. El tema con estos concursos es que abren el juego y eso incrementa la competencia. Pero eso es bueno, porque para ganar uno tiene que ser mejor. Y que uno sea mejor es mejor para todos.”
A.C.