Madame Primavera
Tan importante como su talento interpretativo es a veces para un actor o una actriz cierto fulgor de la personalidad que no se compra ni se aprende. Es propio. Mercedes Morán ha probado en su larga carrera estar dotada de esas dos cualidades que tanta empatía provocan en el público. Tal vez por eso no solo es una de las actrices más populares además de admiradas y queridas por los espectadores. Y una de las artistas que con más naturalidad y ausencia de pompa narcisística habla de su vida y de su carrera, como lo demostró en una conversación que mantuvo con Cabal Digital durante una bella tarde de otoño.
Tiene un pacto con la luz, porque nació en Concarán, San Luis, “un mundo como un sol que, a la siesta, si se aguanta, te ilumina para siempre”, dice un verso suyo. De esa cosecha de claridades en la niñez debe venir ahora este resplandor intenso, alegre, que arroja su sonrisa sobre todo lo que la rodea. Pero Mercedes Morán podría evocar más genealogías que expliquen el fulgor de su rostro: su madre la dio a luz un 21 de septiembre, ese día en que la primavera regresa cada año a nuestras vidas recordando el itinerario hecho por la diosa Afrodita para recuperar a Adonis de los infiernos y sembrar de nuevo la tierra estéril con la semilla del amor y la reproducción. Un día que, según un mito de Chipre, los territorios por donde ella pasaba florecían de anémonas rojas. Afrodita es la diosa que Mercedes elegía hasta no hace mucho como su favorita. Hoy prefiere la templanza de Hestia, la diosa que con su fuego da calor y protege al hogar y la familia. Pero no hay contradicción entre esas dos elecciones, ambas pueden ser cobijadas bajo el denominador común del amor.
Entre aquella luminosidad inicial absorbida en Concarán, un pueblo ubicado en el departamento de Chacabuco, al noreste de San Luis, y esta claridad presente que inunda el departamento de Mercedes en la Capital, no han pasado años luz, pero si los suficientes como para permitir que la actriz haga un balance reposado e inteligente de lo que ha sucedido en su vida y en su carrera que, como lo sabe la amplia platea de espectadores que la ha seguido en sus distintos trabajos, está repleta de satisfacciones, premios y buenos resultados. Resultados que no la han mareado ni movido de una conducta de gran responsabilidad en su trabajo y en sus apariciones públicas, siempre alejadas de la frivolidad o el ruido barato. Su conversación con Cabal Digital es un buen ejemplo de esa frescura radiante que transmite su personalidad, pero también de esa madura lucidez con que aborda los temas relacionados con su existencia o su trayecto artístico.
Sissi, emperatriz
Concarán, en el valle de Conlara, no siempre se llamó así. Primero fue bautizado La Cruz y más tarde Villa Dolores. Con la llegada del tren en 1904 se decidió ponerle el mismo nombre que tenía la estación. Se lo hizo a fin de evitar confusiones con la Villa Dolores cordobesa, ciudad ubicada más al norte y en la que, en rigor, nació Mercedes. “Poco antes de darme a luz, mamá se trasladó a Villa Dolores, que era la ciudad más cercana a mi pueblo -explica Mercedes-. Allí se produjo el parto. Así que estoy anotada como cordobesa, pero mi afecto está puesto en Concarán, adonde viví hasta los seis años.” A partir de esa edad se trasladó a Buenos Aires. Su hermano mayor había emigrado a la metrópoli para empezar sus estudios universitarios y sus padres, un poco obedeciendo al deseo de su madre de salir del pueblo, lo siguieron junto a Mercedes y una hermana menor. Lo curioso es que al poco tiempo, el hermano se volvió a Concarán donde se casó con la que era su novia y sigue aún viviendo en el lugar. Y la familia se quedó en Buenos Aires. “Cuando mis padres se jubilaron regresaron allá y mi hermana se radicó en España. Y yo estoy acá. La vida”, sentencia Mercedes.
De Concarán es también su primer recuerdo de una película. Tendría cuatro o cinco años y fue con su familia al club del pueblo para ver Sissi emperatriz, una película de 1956 dirigida por Ernst Marischka, protagonizada por Romy Schneider. “Así que esa actriz fue bastante icónica para mí porque de grande la volví a ver en otros trabajos y cada vez su imagen, tan fuertemente impresa en mi memoria, me traía remembranzas de otro tiempo”, comenta. En Buenos Aires terminó el primario y el secundario. Pero a los 17 años ya estaba casada y cursó quinto año en tal condición. De ese matrimonio nacieron sus hijas Mercedes y María. La última, Manuela, pertenece a la unión con el actor Oscar Martínez. Esa tradición de madre hiperjoven no se repitió en la familia. “No, los jóvenes que se casan no lo hacen a esa edad –dice-. Los otros directamente no se casan. Bueno, son esas paradojas de la vida. Yo fui abuela hace dos años, de mi hija del medio, María, que tuvo a su bebé a los 33 años. Así que la tradición no siguió. Tengo la pequeña, la menor de 17 años, que espero no la repita. Es que las costumbres han cambiado mucho en pocos años. Hoy los jóvenes gozan un tipo de libertades que nosotros no teníamos en la época de nuestros padres. Creo que mi urgencia en casarme tuvo que ver con mi necesidad de tener una vida más independiente, que en ese momento, si no se estaba casada no se podía alcanzar.”
Terminado el secundario, Mercedes ingresó en Sociología. Estaba concluyendo primer año y había aprobado algunas materias cuando sobrevino el golpe de Estado de 1976, que cambió totalmente el programa de la carrera. “Y justamente lo que a mí más me gustaban eran varias de las materias que se habían eliminado –cuenta-. De modo que perdí interés en seguir en la facultad y me fui. Y al poco tiempo -ya estaba embarazada de mi primera hija- me picó la curiosidad por el teatro e ingresé a un curso a ver qué pasaba. Y la actuación me atrapó de inmediato. Fui la primera en sorprenderse con ese hecho, porque no soy una actriz que haya tenido una vocación temprana. Yo era una chica muy tímida, con una timidez importante. Y al ingresar a ese curso y comenzar a estudiar se me reveló lo que mi profesor me decía: que tenía las famosas condiciones naturales. Y estudiando descubrí que manejaba un montón de mecanismos casi compulsivos de observación del comportamiento de la gente que me ayudaban, que eran parte de las técnicas para actuar bien. De ese modo fui ganada por esa nueva pasión.”
Rosa de lejos
A los dos o tres años del comienzo de sus estudios teatrales aparecieron sus primeras oportunidades de trabajo. La inicial fue en televisión con María Herminia Avellaneda, una directora muy prestigiosa en ese momento, que estaba haciendo unos especiales en la vieja ATC. “Un día cayó en la escuela de teatro donde yo estaba en busca de alumnos para que hiciéramos de extras en algunas escenas –relata-. Y fuimos elegidos dos o tres y llevados al canal. Y resultó que en la grabación de una escena a la protagonista se le cayó algo sin querer y tuvimos que improvisar. A María Herminia, que estaba presente, le debe haber llamado la atención mi comportamiento, y al poco tiempo me convocó para un pequeño papel. Era una época en la que no se hacían castings. Después me dio otro rol en un especial que también dirigía. Y en 1980 tuve mi primer papel de cierta relevancia en televisión, en la novela Rosa de lejos, de Celia Alcántara, que fue muy exitosa en su tiempo. Pero como venía de una formación muy teatral y en el ambiente artístico de esos años pesaba mucho el prejuicio de que trabajar en TV era algo desprestigiante, cuando se me empezó a armar una especie de incipiente carrera en el medio (primero de extra, luego en un papel pequeño, después en un reparto más importante y enseguida un llamado para hacer una coprotagonista o una contrafigura) me escapé de la televisión. Y volví al teatro, donde hice mi primera obra, una producción independiente llamada El efecto de los rayos gamma sobre las caléndulas, de Paul Zindel. Y allí comencé una carrera teatral, después siguió la televisión, de nuevo el teatro, y bastante tardíamente arribé al cine.” En aquella obra teatral (1983/1984) fue dirigida por Carlos Rivas, que fue uno de sus maestros, como también lo fueron Augusto Fernandes, Carlos Gandolfo, Lito Cruz y Dominique De Fascio.
Acerca de si la televisión de aquella época no era un poco refractararia a cierto modo de actuación teatral un poco opulenta, Mercedes contesta: “Sí, sobre todo antes, más que ahora, en que el modo de actuación ha cambiado bastante. Pero todavía y en algún caso se puede seguir notando. Hay una calidad de la expresión en los actores formados exclusivamente en teatro que a veces no funciona en cine o la televisión, porque estos medios tienen un nivel expresivo más minimalista. Un actor que en teatro puede sonar muy verdadero y muy realista puede parecer algo sobreactuado en otro medio, porque la cámara imprime de otro modo. Los actores formados en teatro sabemos que todo nuestro cuerpo tiene que expresar. En cambio hay actores que hacen exclusivamente cine, que no pueden abordar el teatro porque su expresión está más limitada a su rostro. También al pasar el tiempo cambiaron muchas cosas, cambiaron los parámetros estéticos, hay convenciones que se referían tanto al teatro como a otros ámbitos que han perdido fuerza, hay una nueva manera de actuar. Había una escuela de teatro que privilegiaba en la actuación lo que tenía que ver con las cualidades vocales y físicas y eso conformaba un prototipo de actor o actriz. Me parece que eso ha cambiado, no solo en la actuación, también en la música. Lo más importante no es una gran voz sino un trabajo más interpretativo. Se busca en la actuación algo que tenga que ver más con la verdad que con aquella fuerza declamatoria de otro tiempo. Se juzga a la actuación desde otro lugar.”
La experiencia con Campanella
Los sucesos de Mercedes en televisión han sido muchos. Sin pasar la lista completa de ellos, se podrían mencionar Culpables, Infieles, Atreverse, De poeta y de loco, Nueve lunas, Gasoleros (que en el papel de Roxy en 1989/90 la lanzó a la consideración del público masivo), Amas de casa desesperadas, Mujeres asesinas, Socias. Y en 2011, su estupenda labor como Gloria Pinotti, una mujer de decisiones muy firmes en los negocios y prima de Hugo Bermúdez (Guillermo Francella), en El hombre de tu vida.
¿Cómo se compadece su timidez con la personalidad de este personaje?
Es que Campanella, a pesar de estar yo crecidita y haber aprendido bastante en la vida, contribuyó mucho a quitarme una serie de pudores, que hasta el año pasado aún estaban en mí. A él siempre le hizo gracia que los tuviera y siempre me empujó hacia esos personajes tan “zarpados”, tan mal hablados como éste último que hice. Y la verdad es que, al final, se lo termino agradeciendo porque estos personajes provocan tanta empatía en la gente que luego todo es devolución afectuosa.
¿Cuándo tuvo su primera experiencia artística con Campanella?
La primera fue Culpables (2001), una serie en televisión de la que era autor. Y en cine Luna de Avellaneda, en 2003. Campanella es uno de los pocos directores de género que hay en la Argentina. Es una concepción del cine que él ama y la hace como nadie. Y que incluye ese tipo de personajes tan atractivos, casi todos losers, perdedores que a gatas pueden defender los últimos restos de dignidad que les queda y que atraviesan siempre situaciones difíciles. Por eso trabajar en cine o en la televisión en personajes escritos o dirigidos por él ha sido muy reconfortante. Pero, además, es grato trabajar bajo su dirección porque es claro que ama a los actores y que disfruta de la actuación. Un actor cuando trabaja con Campanella no siente que es una pieza más del engranaje, como muchas veces pasa con otros directores de cine. Todo lo contrario: se siente valorizado como persona e intérprete y opera en un clima de amistad y alegría.
Es, por otra parte, muy riguroso en la elaboración de sus filmes.
Sí, es un perfeccionista obsesivo, tremendo, que repara a cada momento en los diálogos que escribe. Tener a Campanella en televisión y hacer El hombre de tu vida fue un lujo, porque cada capítulo parecía como una pequeña película de colección. Por mi edad, su impronta creativa me remite mucho a un cine del que me enamoré en mi juventud, sobre todo el neorrealismo italiano. Hay algo en su labor que, por su rigurosidad, por esa preocupación meticulosa por los guiones y la forma de dialogar, por la calidad y el humanismo de sus personajes, que evocan mucho de aquellas inolvidables películas. Por eso el público se engancha tanto con su cine o un programa como el del año pasado.
¿Cómo fue la segunda etapa de El hombre de tu vida?
La terminamos de filmar también el año pasado, porque la primera temporada se hizo en tres meses y medio y, como nos pidieron una segunda y todos teníamos compromisos para el 2012, decidimos seguir tres meses y medio más de filmación. Fueron siete meses en total. Esta segunda parte, que está por salir en cualquier momento al aire, se compone de once capítulos, dos menos que la de arranque. No vi los capítulos terminados, pero creo que la nueva temporada es todavía superior a la que se vio, que ya era espléndida. Los personajes estaban más instalados en nosotros, en los guionistas y en la propia gente. Entonces fue interesante intentar situaciones diferentes. Y los resortes de los comportamientos respondían con mucha efectividad, debido a que pudimos profundizar los vínculos que tenían los personajes entre ellos. Todo eso hizo que la historia fuera más rica y nos pudiéramos divertir mucho más.
¿Continuaron con la costumbre de convocar actores invitados para cada capítulo?
Claro, pasaron algunos actores y actrices fantásticos por los distintos capítulos. Para mí era un placer cada vez que venía una actriz, porque con Francella, Brandoni y Campanella todo el tiempo al lado me sentía un poco como en un club de hombres. Así que la llegada de una nueva actriz la festejaba como un cumpleaños. Tuve oportunidad de trabajar con actrices estupendas y yo funcionaba un poco como anfitriona, era la que me ocupaba, más allá de que la producción fue extraordinaria, de que se sintieran bien, en su casa. Fue realmente una experiencia preciosa.
¿Cómo fue la experiencia de dirigir teatro en Amor, dolor y qué me pongo?
Muy linda, la verdad es que se cumplieron sobradamente mis expectativas. La primera era hacer un poco el ejercicio de cambiar de rol, para ver como era esta historia de estar del otro lado de una actriz. Además elegí un material donde dirigía a cinco actrices de primer nivel, pequeño, nada pretencioso, ni siquiera una obra, un show pequeñito. Fue genial poder cambiar el rol, para constituyó una especie de seminario, de aprendizaje total. Tenía la sensación de que las actrices necesitamos algunas pequeñas concesiones, que pueden ser vistas como caprichosas desde afuera pero responden a la naturaleza de las mujeres y de las mujeres actrices, y quería ver si otorgando ese tipo de laxitudes, como las que yo había necesitado como actriz, podía florecer una distinta manera de estar. Y lo logré más allá de que a veces a los productores no les divertía mucho la situación. Eran permisos muy tontos pero necesarios, como dejar que una actriz llegue tarde a un ensayo porque no encontraba los zapatos para su personaje o permitir que se quedara en casa para darle la teta a su bebe. Creo que las mujeres y las mujeres actrices necesitamos algunas cosas que a veces, en estos patrones tan formateados que existen en los esquemas de producción y de trabajo, no tienen lugar. Yo pude probar que sí, que es posible contemplar esas situaciones y que eso hace bien, porque las actrices se sientan mejor. Además pude establecer con ellas un vínculo de igual a igual, que son los vínculos que más me interesan últimamente y que me parecen los más ricos de todos. Eso sin contar con que concreté un espectáculo que fue muy bien de público y tuvo una respuesta favorable de la crítica. Y lo más importante: que durante los seis meses que duró la experiencia las cinco actrices iban a las funciones muy felices y sentían eso como una fiesta. Eso fue para mí fue fundamental.
¿En teatro, sin dirigir, en Agosto había acometido ya la tarea de traducir y adaptar el texto de Tracy Letts?
Sí, lo hicimos mi marido (el pintor uruguayo Fidel Sclavo) y yo de una manera formal. Sobre todo porque esa obra la descubrimos nosotros, no era que me habían llamado para hacerla. Así que la tradujimos y adaptamos. Pero debo decir que hacía ya varios espectáculos que venía haciendo ese trabajo al lado del director y en esta ocasión decidí hacerlo yo. Porque a mí los materiales que no son nacionales y que me interesan son aquellos que tienen algo universal, un tema que me atrape y que a la vez me resulte posible de hacer. Igual la historia de Agosto estaba ubicada en Chicago. Normalmente, las adaptaciones la sacan de Chicago y la colocan en lugares locales, como sería acá Venado Tuerto. Y creo que hay algo que se pierde al hacer eso. Entonces Fidel y yo encontramos una manera de mantener lo universal del texto deslocalizándolo, pero sin localizarlo acá. Además el público no se hace preguntas sobre dónde ocurre, ocurre en una ciudad. Es un trabajo muy delicado de hacer, muy fino, porque no es que se suprime algo y ya está. Por otra parte, siento un gran respeto por los autores, un respeto que a menudo me doy cuenta que algunos adaptadores no tienen. Y lo sufro como actriz cuando hago materiales adaptados por otros. Se toman algunas libertades con las que no estoy de acuerdo. Y finalmente otro factor: lograr la empatía de la gente con los personajes es fundamental, a no ser que se trate de un clásico que ya está internalizado en todos nosotros. Entonces la convención es otra, pero cuando los materiales no son clásicos es duro oír que un personaje le dice a otro Jimmy. Y tampoco se trata de argentinizarlo. Por eso en Agosto y en la obra que estoy ensayando en estos días para estrenar a mediados de mayo, también de autor norteamericano, Fidel y yo nos preocupamos por hacer la adaptación.
Casi un culebrón
¿Cuál es la obra a la que se refiere Mercedes? Se trata de Buena gente, del dramaturgo David Lindsay-Abaire, que fue hace poco premio Pulitzer. “Me interesó esta pieza –comenta la actriz- porque tiene algunas características que siempre me han acercado a ciertos materiales. Están muy bien tratados el tema de los vínculos, en este caso se habla de pobres y de ricos, de las oportunidades que tenemos en la vida, de los prejuicios que, de alguna manera, todos tenemos en una proporción mayor a la que nos gustaría, de la discriminación que se ejerce siempre de arriba para abajo, pero también de abajo para abajo, de abajo para arriba, de arriba para arriba. El prejuicio y el hábito de discriminar y tratar mal al diferente es un tema cultural que pertenece a todas las clases y todas las personas. Y todos tenemos ese estigma mucho más adentro nuestro de lo que creemos.”
La anécdota es sencilla, casi un culebrón sostiene Mercedes. Se trata de una señora que tiene una vida tranquila hasta que, por efecto de la crisis de su país, queda sin trabajo y desalojada. En medio de esas complicaciones volverá a ver a un viejo amor que se había ido del barrio para estudiar en la universidad y que ahora ha instalado en la zona un consultorio médico. Son dos mundos diferentes que se tratarán de unir otra vez, pero no sin dificultades. “La historia está escrita con mucha inteligencia –abunda Mercedes-. Y tiene una muy buena lectura del humor, que es un género que en teatro me gusta hacer. No es una comedia pura y dura, pero tiene muchísimo humor. Justamente, ahora que empezamos a ensayar descubrimos vetas que nos causan mucha gracia a pesar de no ser una comedia. Mediante esas pinceladas de humor el autor logra que podamos digerir mejor el drama que nos está contando. La dirige Claudio Tolcachir, que tuvo también la responsabilidad de conducir Agosto. Y el elenco es alucinante: están Gustavo Garzón, Verónica Llinás, Silvina Sabater, Gerardo Otero, Maríana Bellati y yo. Estoy muy contenta con el proyecto y las funciones serán en el Teatro Liceo.”
En cine, lo último que hizo fue Los Marziano, película dirigida por Ana Katz, que se estrenó el año pasado y con la que viajó hace poco a San Sebastián. Y también una pequeña participación en el filme Olimpya, que en realidad fue una devolución de favores, una colaboración de onda con un grupo que la ayudó en su momento a hacer una película suya muy independiente. Ha tenido otras propuestas interesantes en ese medio y también en la televisión, pero cree que con Buena gente tendrá la agenda completa por este año. “Cuando hago teatro me gusta concentrarme, dedicarme casi con exclusividad a eso. Hay actores y actrices que pueden hacer varias cosas al mismo tiempo, tienen en ese aspecto más capacidad. Yo no puedo. Además está mi familia que es grande y muy demandante. Y me gusta ocuparme de ella, de darle el espacio que merece en mi vida.”
Hestia de nuevo, con la misma luz que Afrodita, pero más sabia.
Alberto Catena