Las maldiciones
Hay maldiciones y también personas que reaccionan de modo distinto ante ellas: unas que les atribuyen verdadero poder y otras que no. Fernando Rovira, cuya madre es una sanadora al parecer con poderes especiales, apuesta firmemente en que no solo existen sino que provocan consecuencias malignas sobre aquellos a quienes van dirigidas. Y, como conoce la histórica Maldición de Alsina, un maleficio según el cual ningún político que ha sido vicegobernador de la provincia de Buenos Aires puede llegar a ser presidente de la Nación, él aspira a quebrarla mediante una maniobra que consiste en propulsar un proyecto de ley que divida al Estado bonaerense en dos. Según sus cálculos, el crear dos estados (uno llamado Vallimanca, y el otro Atlántida), el primero de los cuales no tendría como capital La Plata, origen del maleficio, y al cual Rovira pretende gobernar en poco tiempo, podría transformarse en el remedio a tan viejo obstáculo y dejarle libre luego el camino a la presidencia.
Rovira, que ha creado un partido político denominado Pragma, muy en la línea de las agrupaciones que hoy trabajan con mucho estilo marketinero y emplean discursos vacíos dirigidos más al costado emocional de la gente que a su cerebro, pero tan ambiciosos e inescrupulosos como los representantes de las antiguas formaciones partidistas, está abocado con cuerpo y alma a esa tarea. Y en esa maquinaria ingresa Román Sabaté, un joven de Santa Fe que ha venido a Buenos Aires a probar suerte, pero más por el afán de conseguir una ocupación que le permita vivir que por vocación política, que en rigor le falta. Sin embargo, él tendrá algunos rasgos de la personalidad muy aceptables para que Rovira y su madre lo elijan como la herramienta perfecta –después se verá que no es tan así- para cumplir una misión que este comentario no revelará, pero que constituye uno de los ejes fundamentales de la intriga sobre la que se desarrolla esta historia, con algo de policial y un poco de denuncia social de lo que es la política practicada como una carrera sin objetivos de servicio público y humano sino de enriquecimiento personal y realización ególatra.
Piñeiro, como lo ha demostrado en otras novelas y relatos, muestra una especial pericia para el impulso de un relato fluido y siempre capaz de atrapar al lector con las distintas variaciones que va tomando la historia. Su meta narrativa esencial es que nunca decaiga la atención y el interés del lector. Y de verdad que lo logra.