La vida por la patria
Uno de los padres fundadores de la patria e introductor, junto a Manuel Belgrano, Hipólito Vieytes y Juan José Castelli, del pensamiento progresista de la época, en las antípodas del corpus ideológico-colonial representado en la Primera Junta por Cornelio Saavedra y el deán Funes, Mariano Moreno es una de esas figuras a las que la historia oficial o buena parte del revisionismo han tratado por todos los medios de ningunear, bajándole sus indudables aportes intelectuales a la Revolución de Mayo o adjudicándole, con un propósito evidente de distorsión, concepciones que nunca sostuvo, como la de liberal, unitario o “porteñista”. Víctima de una maniobra ilegítima para desplazarlo del poder y coagular su obra moderna, progresista y democrática, la mano del enemigo completó su estrategia envenenándolo durante un viaje en barco a Londres posterior a su renuncia a la Junta.
Por fortuna, frente a esa corriente histórica que insiste en denostarlo una y otra vez –y que en ocasiones representan los mismos intereses que Moreno combatió en su tiempo-, aparecen otros estudios que han trazado un perfil más verdadero del gran patriota argentino, mucho más justo con su papel en la liberación ante el poder español. La biografía del ensayista e historiador Felipe Pigna es uno de esos trabajos, que contribuye a recuperar la real figura de ese abogado y periodista de enorme lucidez que fue secretario de la Primera Junta. El libro, muy completo y ameno, explora la vida y obra de Moreno para desentrañar los mitos y debates en torno a lo que fue su papel en la Revolución de Mayo y su auténtico pensamiento. Para eso escudriña en su formación familiar, las lecturas que lo formaron, su trayectoria profesional y política y cuáles fueron las ideas que defendió en sus escritos.
Hombre preocupado por su familia y enemigo confeso de la inequidad y la explotación de los más desprotegidos, Moreno fue también un padre de familia atento y dedicado. Y como una demostración de esto, Pigna le otorga un espacio destacado en este volumen a catorce cartas que María Guadalupe Cuenca, su esposa, le dirigió a su marido y que nunca llegaron a destino y que nos dejan un invalorable testimonio de los sucesos de la época, de su amor incondicional al patriota, y de sus comprensibles temores sobre la suerte que podía correr su vida. Cuentan que cada 4 de marzo, día de la muerte de Moreno, su mujer, junto con Marianito, su hijo, se acercaba al río que vio partir a su marido y arrojaba flores rojas al agua. Sin saberlo inauguraba una tradición argentina desgarradora: la de homenajear en ausencia forzada y sin lugar donde enterrar sus restos a un desaparecido.