El último apaga la luz
El 23 de enero de 2018, hace solo unas semanas, falleció en su casa de La Reina, Santiago de Chile, el gran poeta trasandino Nicanor Parra a la edad de 103 años. Hermano de la extraordinaria cancionista y poeta, Violeta Parra, cuya fama se extendió por su país y el mundo antes de que Nicanor alcanzara la celebridad que lo rodeaba al morir, el poeta de Calcetines huachos fue consolidando de a poco y con mucha perseverancia una obra poética sólida que reconoció distintas influencias y períodos, pero a la que siempre trató de mantener en una línea de innovación que no alterara, sin embargo, la claridad que propugnaba para llegar al gran público sin declinar su calidad. Su fallecimiento no sorprendió dada su avanzada edad, si bien mantenía toda su lucidez y tres años antes había celebrado su centenario incluso visitado por la presidenta Michelle Bachelet. En Buenos Aires, hace muy poco había arribado este libro que comentamos El último apaga la luz, que reúne lo mejor de su obra en una pulida selección que hace Matías Rivas. Este florilegio incluye desde el inaugural Poemas y antipoemas –que se pública íntegro- hasta los Discursos de sobremesa, pasando por las Canciones rusas, Sermones y prédicas del Cristo, Lear, rey & mendigo y Hojas de parras, más una buena cantidad de poemas dispersos en otros títulos. Considerado por Harold Bloom –con quien compartía un acendrado amor por Shakespeare- como uno de los mejores poetas de Occidente, no hay duda que Parra fue un extraordinario vate, con el enorme valor de haber sobresalido además en una tierra colmada de gigantes líricos como Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha. Al contrario de los dos primeros nunca pudo conseguir el Premio Nobel de Literatura, a pesar de que en diversos años hubo movimientos de intelectuales que solicitaron para él ese galardón. Hombre polémico por excelencia, anarquista consumado (“yo no soy derechista ni izquierdista, sino simplemente rompo todo”, fue su credo), se caracterizó en la vida diaria por su falta absoluta de solemnidad –rasgo que trasminó a su poesía y lo hizo simpático a las posiciones de quienes propugnaban posiciones contra el sistema-, pero al mismo tiempo por infinidad de desplantes –y no precisamente a personajes del poder- que terminaron por convencer a algunas personas que trabajaron con él, por ejemplo el traductor inglés de sus Poemas y Antipoemas, de que era un manipulador. Por encima de esos trazos de carácter, fue, sin duda, un inmenso poeta. Y es su obra la que quedará para la posteridad antes que las conductas que lo hicieron una figura polémica. Respecto de El último que apaga la luz, que venía vendiéndose con ritmo normal, luego de su muerte desapareció de las vidrieras y estanterías de varias librerías. Pero todavía se consigue en alguna de ellas.