El país de Juan
Una historia de amor hilvanada sobre un fondo de miseria y dura existencia, la de Juan y Amarina es una más de muchas que se gestan día a día en la realidad de un planeta cada vez más áspero e injusto y al que Argentina, un país que muchos soñaron como un vergel de frutos y alimentos para todos, parecería ser arrastrada cada vez con más decisión por los poderosos de turno. Juan es el nieto de unos abuelos que, en el norte del territorio, vivieron criando vacas, hasta que la sequía, los gobiernos y los ladrones de ganado los hicieron perder todo lo que tenían. El padre de Juan heredó esa situación de escasez de sus progenitores y debió trabajar bajo la tutela de unos patrones que les hacían cuidar las vacas que ya no eran suyas. Pero esos patrones también se empobrecieron y entonces el padre de Juan con su esposa y su hijo se fueron vivir a la gran ciudad, a un lugar llamado Villa Cartón, donde sobrevivieron como cartoneros. Allí Juan conoció a Amarina, cuyos abuelos vivían de unas ruecas que heredaron y les permitía hilar la lana en un lugar de la ciudad grande. Pero un día las ruecas se rompieron y los padres de Amarina, que habían aprendido el oficio de los abuelos, se emplearon en una fábrica. Pero como la crisis alcanzó también a esta empresa, ellos se quedaron sin trabajo y en la indigencia. Y un día que el padre de Amarina murió, ella y la madre comenzaron errar por distintos lugares hasta llegar a Villa Cartón donde como muchos otros juntaban en las noches papeles, botellas y cartones para luego venderlos y poder subsistir. Allí se conocieron Juan y Amarina que, ya al cumplir la mayoría de edad se casaron, y más tarde se radicaron en el norte, en las mismas tierras de los abuelos y padres de Juan. Y se dedicaron a trabajar un telar. Allí tuvieron un hijo y si bien no se enriquecieron, pudieron sobrevivir pobres, pero de otra manera: en medio de un aire limpio y seco, las flores de los tunales, y bajo el canto de los zorzales y un cielo grande y sin cables.
Este hermoso y esperanzador relato, contado con la delicada destreza y fino manejo del lenguaje a que nos tiene acostumbrados la talentosa María Teresa Andruetto, fue escrito en 2001 durante la abismal crisis económica que sufrió la Argentina y narra las desventuras de la diáspora a que son obligados regularmente para sobrevivir distintos sectores humildes del país –y del mundo, digámoslo también- por las políticas de elencos gubernamentales cuyo único objetivo es ganar cada vez más dinero y su hábito como gestores administrativos el de desentenderse del destino de quienes están desamparados. Editorial Sudamérica lo reedita ahora ilustrado por varios trabajos del lúcido artista plástico uruguayo Matías Acosta, en tiempos en que las condiciones de vida de miles y miles de personas en este país se está acercando peligrosamente a aquella situación que vivimos en los comienzos del milenio. Esta narración muestra la alta calidad de la prosa de Andruetto, que como se sabe fue galardonada en 2012 con la mayor distinción dentro del campo de la literatura infantil y juvenil: el Premio Hans Christian Andersen, considerado una suerte de premio Nobel en ese género. Pero no solo eso muestra, convoca también a continuar la lectura de su obra que es amplia y rica y abarca además de la línea de literatura para niños y jóvenes, la de novelas y narraciones para adultos, muy recomendables también por las características de sus universos poéticos, siempre tan humanos y sensibles.