El idioma de la fragilidad
En el puerto de Montevideo, un hombre vestido con un traje cruzado de lana azul con finas rayas blancas, un sobretodo de pied de poule (pie de pollo o pájaro en la traducción textual del francés por imitar su diseño ese sector de las extremidades), una corbata gris perla, un sombrero Homburg y guantes amarillos, saluda desde la cubierta de un barco a tres jóvenes amigos que lo despiden. Es un 28 de setiembre de 1942 y el barco lleva por nombre Talk of the town (título de una película de Georges Stevens, que se estrenó ese mismo año y que se tradujo al castellano como Tres contra todos). El hombre responde al nombre de Guy Delatour y es un uruguayo extravagante cansado de la vida en ese país que se dirigirá a Londres, en medio de la Segunda Guerra Mundial, para encarar una nueva vida. En esa nave, que partió de Buenos Aires y recaló luego en Montevideo, viajan también voluntarios argentinos que van a pelear a Europa. En la travesía, el dandy experimentará distintas vicisitudes del mundo real, que lo enfrentarán al sexo, la muerte, el amor y los espías que vigilan el viaje por un océano vigilado por submarinos alemanes.
Ya desde las primeras páginas del libro, el lector se enterará que Guy Delatour no es más que un personaje de ficción de una novela inconclusa que escribió, casi como una autobiografía, el periodista oriental Arturo Despouey, pionero de la crítica de cinematográfica en su país, que a los 33 años emprendió un viaje similar y ya radicado en Europa llegó a ser corresponsal de guerra y locutor de la BBC de Londres, director de la edición hispana del Correo de la Unesco y traductor muy codiciado en las Naciones Unidas, fallecido en Jaén, España, en 1982. Esa novela incompleta, que él quiso denominar Quijote 44, supervive en unas hojas mecanografiadas en papel de seda, con manchas de óxido en los bordes, que llegan a las manos de un tercer personaje, Carlos Brauer, el narrador de El idioma de la fragilidad, que decide redondear la historia. Como un modelo de mamushkas (o matrioshkas si se prefiere), esas muñecas rusas que se presentan una adentro de otras, los tres niveles del relato se van desarrollando en la novela, empezando por la travesía de Guy, el develamiento de su verdadera identidad, y luego los caminos por los que Brauer llega a reconstruir todo. Tres personajes con pulsiones similares (y tal vez por eso el nombre elegido para el barco: Tres contra todos), que es el escenario principal de las peripecias de la narración. La sobria pero siempre bien entrelazada sutura entre ficción y realidad, en la que Carlos María Dominguez ya trabajó con mucha destreza en El bastardo, lo vuelve a presentar en un momento de su trabajo creativo muy alto y que lo confirma como uno de los escritores latinoamericanos –él es argentino, pero uruguayo por adopción desde 1989- más interesantes de las últimas décadas.