Confabulaciones
John Berger, novelista, poeta, crítico de arte y pintor inglés, es uno de los mayores escritores artistas que nos brindó el siglo XX y parte del XXI. Fallecido este año, el 2 de enero, a los 91 años, la noticia desoló a sus admiradores que ya lo creían eterno. Autor de textos fundamentales, tanto en ficción como en crítica, sus historias y pensamientos lograron intersectar de una forma única los tres grandes temas que lo obsesionaron toda su vida: la creación artística, la reflexión sobre ella y la política como forma de resolver la injusticia, porque, por sobre todo, fue un profundo humanista, cuya sensibilidad no dejó jamás de denunciar las miserias de un mundo dominado por el egoísmo de las finanzas y el afán absoluto de ganancias, ni de pelear por la instalación de una esperanza apoyada en la idea de que, a pesar de todas esas miserias, el mundo es un lugar que puede mejorarse, a poco que se deje avanzar la hermosura y la solidaridad, dos elementos por los que bregó sin tregua en su existencia personal y en su literatura. Confabulaciones, un volumen ha aparecido en estos días y presentado como su último libro –posiblemente lo sea como producto de una selección de varios trabajos suyos de distinta época- es una clara prueba de eso. Editado con una gran delicadeza, Berger atraviesa en esta travesía gráfica varios universos: la canción, la pintura, los recuerdos que nunca mueren, la danza. Sus evocaciones de Rosa Luxemburgo, de Albert Camus y lo que su primer libro le provoca a Berger, de Charles Chaplin, del poeta iraquí Abdul-kareem Kasid y otras figuras son de una profundidad y capacidad de observación que conmueven siempre el corazón, con frecuencia a partir de pequeños señalamientos o descripciones mínimas. Hay una que solo un ojo entrenado y culto, ejercitado toda su vida al trabajo de extraer poesía de sus vigías sobre la realidad, puede darnos una comparación tan grata y reconocible como la que hace entre el Autorretrato de un filósofo risueño o como Democritus, de Rembrandt, y la de una fotografía de Charles Chaplin a mediados de los ochenta, ya viejo. La expresión del rosto y la sonrisa de ambos son casi idénticas, como si un hilo de hermandad lejana e inextinguible de la naturaleza humana, un soplo de ironía sabia e intemporal, las uniera. Como estas perlas, el libro regala muchísimas otras. No se pierda de leerlo.