Messi, el gen argentino

Deportes

Lionel Messi es el hombre más influyente en las noticias deportivas del mundo. Nadie duda que su talento es el combo perfecto entre; una infancia de potrero y picardía en su Rosario natal y el orden, el trabajo y disciplina que adquirió en la Masía catalana durante su adolescencia. En épocas donde muchos futbolistas pierden la impertinencia de jugar a la pelota como cuando eran niños, esta es una visión sobre quién es, tal vez, uno de los pocos bastiones de resistencia de lo lúdico dentro del profesionalismo.

El 24 de junio de 1987 las tapas de los diarios deportivos españoles hablaban de un debut con mal pie del Barcelona que caía 1-3 ante el Inter de Milán en “El Mundialito”. En Buenos Aires se conmemoraban los 52 años del aniversario de la muerte de Gardel, un pibe llamado Juan Román apagaba nueve velas mientras deslumbraba con la pelota en sus pies y en su Balcarce natal el Chueco Fangio celebraba su cumpleaños número 74.  Ese día, mítico para el suelo albiceleste, nacía Lionel Andrés, el tercer hijo varón de la familia Messi. Papá Jorge trabajador fabril por entonces y mamá Celia limpiadora de medio tiempo vivían en el barrio Las Heras de una de las ciudades más futboleras de nuestro país: Rosario. La cuna de Newell’s y Central, la casa de Menotti y Bielsa y la musa inspiradora de Fito Páez y el Negro Fontanarrosa fue la escuela de la Pulga. De muy pequeño cuando solo era Piqui, apañado por su abuela Celia,  debutó en el equipo del barrio: el Grandoli.  Salvador Aparicio, su primer técnico, con más de 40 años en el fútbol parecía haber visto todo luego que grandísimos jugadores habieran pasado por su club. Pero aquel muchachito lo tomó descuidado y cuando dominó su primer pelota solo atinó a gritar: "¡Pateala!", luego de que el niño haya recorrido la cancha entera sin deshacerse de esta y apilando rivales.

El jovencito que esquivaba contrincantes como conos se quedó encerrado en un baño, un rato antes de disputar su primera final. Como una ironía del destino el purrete que era imparable en el potrero golpeaba incesantemente la puerta sin ser escuchado. El trofeo de aquella tarde estaba lejos de asemejarse a todo lo que un futbolista profesional aspira, pero para un niño rosarino de comienzos de los años 90’ era el más preciado del planeta: una bicicleta. Como en el guión de “Esperándolo a Tito”, un extraordinario cuento de Eduardo Sacheri donde la amistad puede más que todo, sus compañeros de aquel entonces debieron comenzar el partido sin su As de espadas. Juan Cruz Leguizamón, amigo de la infancia y arquero de ese rejuntado barrial recuerda: “empezamos el partido sin él, íbamos perdiendo 1 a 0”. Muy cerca del potrero, vestido de final del mundo, Leo no dudó en romper el vidrio del baño para estar con ellos. El pequeño, que por aquel entonces ya deslumbraba a propios y extraños, irrumpió en el segundo tiempo y marcó los tres goles del 3 a 1 definitivo y cada uno de los chicos del barrio se aseguró su bicicleta.

En segundo grado sus compañeros del colegio lo veneraban. Su carisma, a pesar de haber sido un buen alumno, se debía a lo que hacía con la número 5. No existe nada que de más consenso en la infancia que jugar bien a la pelota. Diego, su vecino y amigo de toda la vida, remarca que “nunca quería perder” y que en los recreos del colegio todos “hacían trampa en el pan y queso para estar con Lionel en el equipo”. Jugasen a lo que jugasen: cartas, escondidas o quemado había que estar atento a sus maniobras, ya que en cualquier momento, si las cosas no salían como quería, derrotaba a los demás con una trampa. “Si perdía, desparramaba las cartas y se negaba a seguir jugando”, recordaron sus padres en una entrevista televisiva.

Poco después el pequeño talentoso desembarcó en el  Predio Malvinas Argentinas del club Newell’s Old Boys.  “A mí me lo trae Claudio Vivas. No es sencillo que haya jugadores a los 6 años con la categoría que tenía Lionel. La gente se quedaba a verlo jugar a él y La Máquina 87 -equipo del que formaba parte-” recuerda Ernesto Vecchio su primer entrenador Rojo y Negro. En aquel entonces él era una sensación, llegábamos a todas las canchas y los rivales decían “por éste no doy 2 pesos pero cuando te agarraba la pelota te pintaba la cara” argumenta con aire nostálgico Leandro Benítez, otro integrante de la categoría 1987 y ladero incondicional de Messi.

Pocos días antes de cumplir 9 años, los padres preocupados por su baja estatura lo llevaron al médico. Ese día supieron que le faltaba una hormona que permite el crecimiento, si bien existía tratamiento costaba 1500 dólares mensuales, algo imposible para los Messi en aquella infame década del 90’. Dos compañías de Rosario apoyaron parcialmente el tratamiento al principio.  Lionel se inyectaba en la pierna una vez al día pero, dos años después el dinero para las inyecciones no pudo seguir fluyendo. Newell's Old Boys no quiso asumir el gasto y Messi viajó a Buenos Aires para probarse en River Plate. Cuentan quienes estuvieron presentes en las canchas auxiliares del Monumental que el crack jugó solo los últimos dos minutos. Pasó de ser ninguneado a observado en una sola acción. El responsable de tomar la prueba atinó a preguntar quien era su padre. Jorge Messi apareció detrás del alambrado y solo atinó a levantar su mano derecha. "Se queda" fueron las palabras que escuchó del entrenador riverplatense. Pero la incorporación nunca se dio, River se negó a negociar el pase con Newell’s y mucho menos a pagar el tratamiento.

El año 2000 significó el comienzo de un período de exilio laboral para muchos argentinos. La crisis económica que aquejaba el país obligó a miles de compatriotas a cruzar el Atlántico en busca de un sueño. En ese contexto, el astro cruzó el océano para probarse nada más y nada menos que en el Barcelona. Ni Leo ni su padre se imaginaron lo difíciles que fueron los primeros días en Cataluña. Carles Rexach, el entrenador que había quedado en recibirlos, se encontraba en Australia. Jorge y su hijo no 

tuvieron otra opción que esperar durante dos semanas en un hotel con vista a Montjuic. Cada vez que recuerdan aquellos días Jorge reconoce que se vieron tentados a abordar el autobús azul que partía de Plaza España, justo enfrente de la habitación, al aeropuerto. Desolados y a punto de empacar supieron que Rexach regresaría al día siguiente. El día de la cita el DT llegó al campo con bastante retraso. Ni bien vio al pequeño en el césped con la pelota afirmó "Hay que contratarlo". No podemos dudar de él: "¡Estuvo 15 días en Barcelona, pero sobraron 14!”.  El 14 de diciembre del año 2000 en una servilleta de papel,  una leyenda comprometió a Rexach a velar por el niño. Ese documento sin ningún tipo de valor legal hoy es una de las preseas mas custodiadas de la historia del club catalán.  Tres meses más tarde, el 1 de marzo de 2001, se firmó el verdadero contrato y los Messi se trasladaron a Barcelona para acompañar a la Pulga.
No fue fácil la ambientación familiar, mientras el niño daba sus primeros pasos en la Masía con sus compinches del futuro Iniesta, Cesch y Piquet, su madre y hermanos regresaron a la Argentina y Leo junto a su padre decidieron seguir probando suerte.

En las sobremesas familiares quedará para el recuerdo la tarde en que Jorge abrumado de desolación le propuso a un Leo ya casi adolescente regresar a casa. El parque de La Independencia y las barrancas del Paraná parecían el único sitió donde debían estar junto al resto de la familia. Esa charla, esa respuesta del genio a su padre, tal vez, fue la más grande iluminación en la vida del fenómeno. Al punto de compararla con esa postal levantando la Copa del Mundo, a lo Maradona en México 1986, que tanto se hace esperar pero que indefectiblemente, tarde o temprano, tiene que concretarse. Nunca sabremos cuales fueron las palabras exactas, de Lionel, pero la respuesta fue quedarse. Ese fue el fin de la infancia, el momento que como inmortalizó otro rosarino – Fito Páez- en el tema Al del lado del camino “El chico que jugaba a la pelota” y al que nadie le prometió un jardín de rosas asumió “el peligro de estar vivo”. Ese es el comienzo de otra historia.