Epopeya del altiplano



Deportes

La mayor hazaña del fútbol boliviano frente al siempre poderoso Brasil.

En general, el tema de las asimetrías,  siempre ha sido motivo de denuncia e incomodidad. Nos molestan y nos rebelan las asimetrías, sean estas de índole  económica, política, cultural o hasta geométrica.
Habita allí, un manifiesto rechazo a la desigualdad, un explícito repudio a la injusticia. Siempre que hay asimetrías, se rompen las perspectivas de la armonía, de la equidad, de la  integración.
En el plano deportivo, sin embargo, forma parte de la “normalidad”. Sea cual fuere el deporte en cuestión, siempre tenemos en el candelero y por ende al frente del huracán mediático, a los poderosos de turno, que no paran de sonreír socarronamente por la pleitesía que se les rinde día tras día.
Quizás sea esta “ley de hierro” la que motive siempre esa mixtura entre resentimiento  y envidia frente a la previsible catarata de triunfos de los poderosos que pueblan todos los canales de comunicación. ¿O en el fondo no nos da un poco de tirria ver siempre sonrientes a los Nadal, Feder, Bryant, Neymar, Ronaldo y tantos otros?
Por ello, cada vez que se produce un batacazo, cada vez que una hazaña deportiva nos muestra a deportistas humildes derrotando a los poderosos de turno, tendemos a festejar aunque sea de manera exigua.
Algo de esto ocurrió y no hace tanto – solo 19 años – cuando el estadio Hernán Siles Suazo de Bolivia, fue testigo en el año 1993 de la mayor epopeya del fútbol boliviano: la selección del Altiplano le dio una verdadera lección de fútbol a los herederos de Pelé con Romario a la cabeza, y sacó pasaporte directo para el Mundial de 1994.
Algún triunfalista podrá decir que solo se festejan los títulos. Desde esta sección, rechazamos a los nobiliarios y nos sumamos a un festejo que todavía retumba allí donde Los Andes, abrazan al sol. Bolivia festejó y desde aquí en este 2012, le rendimos homenaje.