De Rusia sin goles y sin amor

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La Selección se quedó en octavos de final en el Mundial. Más allá de las expectativas que generaban los nombres propios, no había razones para llegar más lejos.

 

En su peor actuación en un Mundial desde Corea-Japón 2002, cuando tras ganar cómodamente la eliminatoria continental no pudo superar la primera fase, la Selección Nacional fue derrotada por Francia en octavos de final. “Crónica de un final anticipado”, coincidieron en general los análisis. Y es que a pesar del envión anímico que se suponía podía significar la clasificación agónica ante Nigeria en el último encuentro del grupo, en realidad no había demasiados argumentos racionales para que la Argentina tuviera un buen torneo. Veamos por qué.

Arrancó mal. En un torneo tan exigente como es el Mundial, un partido solo ya suele ser medida de lo que un equipo puede ofrecer. El empate contra Islandia en el debut, con penal fallado por Messi incluido, fue señal inequívoca de que ni la Argentina ni su mejor jugador estarían a la altura en Rusia. Uno podría ir más atrás y recordar que el equipo nacional casi no pasa las eliminatorias o el papelón en el 1-6 amistoso de marzo ante España. La goleada sufrida ante Croacia en el segundo encuentro ratificó esta sensación, solo aliviada por el ajustado triunfo ante Nigeria. Pero enseguida, ante Francia, se volvió a la cruda realidad: Argentina no tenía un equipo para llegar más lejos.

Más jugadores que equipo. Casi una constante de las últimas décadas, la Selección Argentina se caracteriza por contar con varios jugadores de categoría que se destacan semana a semana en los equipos y las ligas más competitivas pero que no terminan de conformar un equipo sólido y temible. Y no parte este concepto solo de la paradoja de que quien creemos los argentinos es (¿o ya habría que decir “ha sido?”) el mejor jugador de estos tiempos, Lionel Messi, no haya ganado más que una medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008. Tres finales (dos Copas Américas y el Mundial de Brasil 2014) no son pergaminos para desdeñar, pero no terminan de reflejar la talla de jugador que es la Pulga ni muchos de sus compañeros. A excepción de la final de la última Champions League, el partido a nivel clubes más importante del mundo y en el que no hubo presencia argentina, siete de nuestros jugadores mundialistas han salido campeones este año en las principales ligas de Europa: Messi con Barcelona en España, Higuaín y Dybala con Juventus en Italia, Di María y Lo Celso con Paris Saint Germain en Francia y Otamendi y Agüero con el Manchester City en Inglaterra. Entonces, no era una ilusión sentir que teníamos un plantel de categoría. Lo que nunca aparece es el equipo, es decir una idea clara de juego ejecutada medianamente bien.

Los errores de Sampaoli. ¿Cuán justo es caerle a un DT que se hizo cargo de la Selección recién sobre el final de las Eliminatorias y con la urgente misión de clasificarla al Mundial? Más allá de las siempre apresuradas especulaciones periodísticas respecto de la continuidad de un entrenador que fracasa, y hasta de las antipatías que puede generar el casildense por su forma de caminar, sus tatuajes o sus ideas políticas, Sampaoli se equivocó bastante en el año que lleva en el cargo. Si apuntamos solo a lo sucedido este año mundialista, primero se lo vio dubitativo respecto de la lista para el Mundial. Y eso lo sienten los propios jugadores. Un ejemplo: por la lesión de Lanzini debió convocar a Enzo Pérez, quien había quedado marginado de la lista final. Y el volante de River terminó siendo titular. En el banco, y sin un minuto de juego en Rusia, quedó por ejemplo Lo Celso, quien en la previa parecía tener varios boletos para, por lo menos, ser una opción en el mediocampo. Luego, su plan se desarmó en 180 minutos de Mundial, cuando Wilfredo Caballero le sirvió el gol al croata Rebic. Y es que lo acontecido alrededor del arquero ya venía mal barajado. Lesionado Romero y con un Franco Armani en un nivel superlativo, Sampaoli se inclinó por Caballero, quien con 36 años hace cuatro temporadas que no es titular en las competencias de clubes. Y así, si uno repasa línea por línea, va a encontrar que nunca tuvo claro cuál era el equipo.

Se jugó mal. Todo esto podría ser una anécdota si a la hora de salir al campo de juego la Argentina hubiese mostrado cierto nivel de juego. Pero no fue así. La Selección intentó hacer de la posesión y la paciencia sus principales armas de ataque. Pero con la lentitud en la circulación de la pelota, especialmente cuando se cambiaba de banda con Mascherano como eje, y la falta de presencia en el área cuando se lograba algún desequilibrio hicieron infructuoso un estilo de juego que quizá en este Mundial haya entrado en crisis. Si hasta la propia España, es decir el equipo que más alto logró llevar esta forma de juego en los últimos tiempos, no le encontró la vuelta a rivales como Irán, Marruecos y Rusia, mucho más difícil es que lo hiciera la Argentina con menos trabajo. Pero encima esta obsesión por salir jugando desde abajo, rozando el fundamentalismo, terminó provocando el fallo de Caballero que rompió el partido cerrado contra Croacia. Y eso que tanto contra Islandia como en el primer tiempo frente al equipo de Modric y Rakitic ya había habido señales de que el error grosero del portero estaba cerca. Y luego faltó profundidad. La Selección se excedió en el toque para atrás o para el costado, esperando encontrar un hueco por el cual penetrar las defensas rivales. Y las pocas veces que Pavón o algún lateral lograban desnivelar, la pelota volvía porque el área estaba vacía de compañeros. Este esquema solo lo podía romper Messi, pero el diez estuvo más ausente que presente. Como nunca quedaron en evidencia sus bajones emocionales.

¿Y ahora qué? Una vez más le corresponde a la también cuestionada dirigencia de la AFA determinar el camino a seguir. Desde la salida de Alejandro Sabella tras el Mundial de Brasil la viene pifiando feo en lo que a la Selección se refiere. Lo ideal, se suele decir con bastante razón en el mundo del fútbol, es apostar a un proyecto de largo plazo. Como mínimo, un entrenador debería poder encarar un proceso de cuatro años, es decir desde el fin de un Mundial hasta el próximo. En ese tiempo, la AFA primero descuidó a Gerardo Martino, quien dirigió al equipo hasta mediados de 2016. Después lo reemplazó increíblemente con Edgardo Bauza, un entrenador sin ningún tipo de roce con el fútbol europeo, donde juegan la mayoría de los futbolistas propios pero también los rivales. Hasta que el riesgo de quedar fuera de Rusia llevó a sustituirlo por Sampaoli. Si ratifica al actual DT sería deseable pero difícil que lo sostenga por los próximos cuatro años, pues ya arranca en deuda. Cualquier traspié hará rodar su cabeza y volveremos a improvisar. Si se inclina por un nuevo entrenador, este deberá tener la espalda bien ancha para poder trabajar tranquilo hasta darle al equipo su impronta. Por lo pronto, los argentinos nos tendremos que conformar con ser meros espectadores de lo que resta del Mundial.