Vacaciones ensambladas
Hubo una película muy popular, protagonizada por Henry Fonda y Lucille Ball, y una remake con Dennis Quaid y Rene Russo, en ambas con gran cantidad de hijos provenientes de matrimonios anteriores, y la llegada de uno en común. La situación, que en Los tuyos, los míos y los nuestros buscaba reflejar una realidad que en los años 60 empezaba a darse tímidamente, hoy es cada vez más habitual: una pareja de personas separadas, en la que sus miembros ya tienen hijos, se va de vacaciones con toda la descendencia más, en algún caso, el resultado de la nueva unión. ¿Qué hacer? ¿Cómo manejar esta comedia de enredos para que no llegue al drama?
Para la psicóloga y psicoanalista Carina Abbona, “lo primero a tener en cuenta antes de salir todos juntos por primera vez es tratar de que la exigencia de que salga todo bien no sea un factor contraproducente. Tendemos a idealizar lo nuevo, a cargarlo de expectativa, y eso es vivido generalmente como una presión, tanto para uno como para los demás. Y en esta situación puntual de las parejas ensambladas suelen jugarse en los adultos cuestiones relacionadas con los ideales, porque no tenemos que olvidar que ambos vienen de anteriores relaciones y se suele esperar que la nueva estructura cumpla las expectativas que la anterior no cumplió”.
Las vacaciones son un momento especial del año, una situación muy esperada, y la convivencia obligada full time puede generar conflictos, roces y hasta peleas importantes. Si esto es así para parejas, amigos o familias no ensambladas, ¿qué pasa cuando se da este escenario de nueva pareja con hijos de uno y de otro origen? “En vacaciones –explica la especialista– los deseos son diferentes y las expectativas también. Generalmente se cree que en vacaciones hay más derechos, se escuchan frases como ‘todo el año fue de tal modo, ahora que estoy de vacaciones...’. Los adultos suelen querer descansar de las obligaciones cotidianas y tener más espacio para descansar, hacer actividades diferentes, no estar tan pendientes de lo que sucede con los hijos, o tener más espacio para la intimidad. Para los hijos es una experiencia nueva que puede generar expectativas singulares en virtud de cómo se habrá internalizado hasta ese momento la nueva situación”. Sobre la necesidad de establecer pautas previas (responsabilidades, tareas, horarios, gastos, etc.), opina que si lo que se pretende es que cambie mucho la situación en relación a lo que sucede habitualmente, sí conviene hacerlo, considerando que si el cambio es muy brusco, esto puede generar roces innecesarios.
Las edades y las crisis
¿Hay mucha diferencia cuando hay hijos que aún son niños y cuando los hay ya adolescentes? “Hay diferencias. En general, a los niños pequeños les resulta más simple aceptar la nueva situación familiar, siempre y cuando la nueva pareja no intente de ningún modo ocupar el lugar de su mamá o papá biológicos, salvo en el caso en que este nunca haya estado. Con los adolescentes es más difícil, porque ya están formados sus rasgos de personalidad y su estructura psíquica, y esto los hace más resistentes a los cambios. Y por otro lado, porque se suma a esta nueva situación familiar la del complejo trabajo de atravesar la adolescencia, con todo lo particularmente arduo que esta etapa trae”, señala la licenciada Abbona.
No ocupar un rol que no les corresponde es un gran desafío para cada uno de los integrantes de la pareja respecto de los hijos del otro. “Lo mejor –opina Abbona– es acompañar desde su lugar. Actuar con el mismo rigor que los papás biológicos solo traería confusión y enojo en los chicos. Además, no hace falta. Se puede tener autoridad, se puede transmitir respeto sin intentar forzar los vínculos ni posicionarse desde un semblante. Esto vale tanto para las situaciones de puesta de límites como para todas las otras. Es de fundamental importancia que haya lugar dentro de la nueva estructura para conservar espacios de intimidad de cada uno con sus propios hijos. Hay que entender que la nueva situación es extraña y, además, no elegida por ellos”.
También puede darse que se manifieste una crisis con alguno de los chicos. En ese caso, ¿solo debe actuar su progenitor o el rol debe ser compartido con su pareja? “Debe actuar su padre o madre biológicos, siempre y cuando en el afán de que la cosa funcione no se dejen de lado las particularidades y necesidades individuales. Además, siempre compartir es generador de vivencias. Incluso si se ocasiona algún conflicto, de esto también surgen lazos. Y a veces con aquel con quien más se polemiza termina siendo con quien más se establece una profunda unión”.
Menos frecuente, pero a tener en cuenta por las dudas, es la presencia de un hijo pequeño de la nueva pareja. En ese caso, dice la psicoanalista, dependerá de la gravedad de la situación pero, si no se confunden los roles, la nueva pareja podrá aportar desde su lugar en relación a lo sucedido con el chico en cuestión o desde el apoyo y colaboración hacia su pareja.
“Las vacaciones –concluye la licenciada Abbona– son una lente que resalta lo que viene sucediendo en el día a día. La fantasía de que algo mejorará si las cosas no vienen bien es una fantasía bastante habitual pero errada. Las cosas solo mejoran si vienen bien, y empeoran si están mal. Así que, dependiendo del estilo y realidad que se viene logrando o no, será con lo que se encontrará uno en vacaciones. Si hay conflictos, aparecen agrandados, pero si las vivencias son amables, la experiencia de vacacionar juntos es gratificante y añorada. Además, si la experiencia es satisfactoria alimenta el deseo y por supuesto tiende a repetirse. Como dice la canción: ‘Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida’”.
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