Otra forma de ser padres

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Se llama “coparentalidad” y propone que dos personas que no son pareja ni van a serlo puedan encontrarse para tener y educar un hijo juntos.

La palabra “coparentalidad” tiene dos acepciones. La primera y más difundida se refiere al componente relacional de la custodia compartida. Esto es: cuando una pareja se separa y ambos progenitores ejercen la custodia de sus hijos menores de edad en igualdad de condiciones, entonces se puede decir que son “co padres” en la medida en que -más allá de haber finalizado la unión conyugal- ambos siguen ejerciendo su rol de cuidadores de una forma conjunta y cooperativa.

Pero existe para coparentalidad otro sentido más novedoso, menos conocido y de seguro bien interesante, ya que tiene que ver con ese recorrido que las sociedades hace tiempo emprendieron hacia la aceptación de nuevas y muy diversas formas de familia. ¿De qué estamos hablando? De que también se habla de “co padres” para definir a aquellas personas que desde el vamos no mantienen entre ellas ningún tipo de vínculo romántico ni sexual, sino que simplemente se eligen en libertad para traer un hijo al mundo y compartir su crianza.

¿Son amigos que deciden tener un hijo? Algo así, pero tampoco exactamente. Porque lo que los une no es tanto un vínculo de amistad (que tranquilamente podría existir), sino que la relación se deriva del compromiso mutuo para cumplir el rol de padres y asumir todas las responsabilidades que paternar y maternar implica.

Coparentalidad

Las razones que pueden llevar a pensar en esta posibilidad pueden ser variadas: están los que se descubren con el deseo de ser padres pero no encuentran pareja, aunque también quienes de plano rechazan la idea de la familia nuclear más tradicional. Existen parejas gays que buscan una mamá o un papá para una crianza triparental. Y si bien en estos casos se podría recurrir a un donante anónimo, es esa idea que no termina de cerrarles porque lo que quieren -justamente- es alguien que además del cuerpo y el material genético permanezca cerca para criar a ese niño y verlo crecer.

 

 

Cuando empezó a pensar en convertirse en papá, Braulio estaba solo. “Quería tener un hijo, pero también quería la figura de la madre”, confiesa. Así es que estuvo un tiempo largo buscando en copadres.net, una web originalmente española que cuenta con perfiles de todo el mundo y ofrece la posibilidad de diferentes acuerdos de coparentalidad. “Me entrevisté con muchas mujeres, a veces descarté yo, otras me descartaron a mí. Porque en el fondo esto es un poco como buscar pareja: una pareja parental”, explica.

Virginia también estaba sola. Con cuarenta años y un enorme deseo de ser madre comenzó a hacer un tratamiento con esperma donado. “Ya había completado el duelo de que no iba a tener un compañero para tener un hijo cuando una amiga me presentó a Braulio. Al principio dije que no. Pero después decidí conocerlo y me encontré con esta persona que tenía el mismo anhelo que yo, con quien teníamos recorridos parecidos, hasta nos gustaban las mismas cosas”, dice mientras carga a la beba de ambos que nació en octubre del año pasado.

Hoy comparten una casa en la que por ahora viven juntos cinco veces por semana -Braulio conservó su departamento-, y dicen que ellos mismos tuvieron que soltar prejuicios y aprender a explicar el tipo de relación que mantienen.

Algunas voces militan fervientemente por esta opción afirmando que una relación basada en el amor romántico es, a diferencia de lo que muchos piensan, una fórmula bastante volátil. Y que la coparentalidad evitaría en cambio esos vaivenes garantizando a los hijos un ambiente más estable y unos padres que en principio jamás se separarían.

Braulio y Virginia aseguran que no es tan así, dicen que sí pelean y que muchas veces piensan en el cimbronazo que podría llegar a significar que cualquiera de los dos o los dos encuentren de pronto una pareja. “A veces hasta a nosotros mismos nos cuesta ubicarnos en este vínculo”, reflexionan advirtiendo que lo suyo no es modelo de nada, sino apenas “otra posibilidad”.

 

Hacia un pensamiento diverso

“Estas formas de armar una familia son vanguardias”, asegura María Cristina Rojas, psicóloga y autora de varios libros sobre infancia, adolescencia y familia. “Y el que hace vanguardia -continúa- puede llegar a toparse con ciertos tipos de sufrimiento ante la falta de consenso social, incluido aquel que diga cosas como ‘cómo va a salir este chico’. Pero la verdad es que el hecho de que una persona se críe saludablemente no depende del género ni del tipo de vinculación escrita que tengan las personas que lo crían. No depende tampoco de si está en una o en dos casas, o de si tiene dos papás, o dos mamás, sino de otros factores como el sostén y la contención, lo que tradicionalmente se llamaba ´función materna´ y que tampoco puede despegarse de otra gran función que es hacer entrar a ese chico en la cultura, en algunos casos regulándolo. El amor contiene las dos funciones al mismo tiempo”.

Según la experta esa diversidad en las formas de tener hijos existió siempre, lo que pasa es que las familias que no eran como supuestamente “debían ser” -es decir: casadas legalmente, con hijos dentro del matrimonio y todos viviendo juntos para toda la vida- era consideradas desviaciones. “Lo que hoy está cambiando son los modos de pensamiento. Y el pensamiento diverso no implica solamente que existan más posibilidades de familias, sino el de pensar que familias son aquellas que dicen que son familias, y parejas las que se sienten parejas. Y a lo mejor alguien puede querer armar una familia sin querer tener una pareja. Admitir todo eso nos saca de la zona del prejuicio”, señala Rojas. “Permanentemente vivimos cambios psíquicos -concluye-, y cuando la sociedad se transforma la familia también lo hace al igual que la pareja, los adultos y los niños”.

 

Fotos: istock