Lo que mata es la ansiedad
La inquietud constante por la familia, la salud, el trabajo y otros temas que pueden afectar tanto a quien la padece como a terceros, cuando no hay indicios de que nada malo vaya a ocurrir, es lo que caracteriza al Trastorno de Ansiedad Generalizada, un síndrome que avanza sobre la salud mental a pasos agigantados. En los Estados Unidos se estima que lo sufren cuatro millones de personas, es decir el 1,2% de la población.
Una particularidad de este trastorno es que se presenta no como el resultado de una serie de problemas “reales”, sino que mayormente opera sin motivo, o al menos sin motivo aparente, por lo que también sus causas son más difusas y difíciles de tratar, no así de diagnosticar. Otra característica es que opera de manera constante, lo que no da descanso a quien lo padece. Como consecuencia de este estado de preocupación permanente, llega acompañado de dolores, cansancio y malestares físicos sin causa evidente.
Los especialistas suelen decir que todas las personas se preocupan de vez en cuando, pero las que sufren de ansiedad generalizada se mantienen todo el tiempo en ese estado, con miedo de que algo malo vaya a ocurrir y sin posibilidad cierta de relajarse y pensar en otra cosa. Lo que dificulta la situación es que al mismo tiempo se tiene la sensación de que el mundo es un lugar peligroso, lleno de amenazas, y que no hay a la vista recursos para hacer frente a estas presuntas señales de alerta.
En su libro Tecnoadictos (Ediciones B, 2017), Enzo Cascardo y María Cecilia Veiga explican que “quienes lo padecen suelen alarmarse excesivamente por una amplia gama de situaciones cotidianas, y les cuesta mucho controlar la ansiedad que estos pensamientos les generan. Usualmente, sobreestiman la probabilidad de que ocurran cosas malas, por lo que los pensamientos casi siempre están relacionados con temas negativos o, como solemos llamarlos, catastróficos. Esta manera de pensar genera síntomas de ansiedad que se sienten en el cuerpo. Fatiga, irritabilidad, tensión muscular, contracturas, dificultad para dormir o para concentrarse y sensación de inquietud son los síntomas más frecuentes que se experimentan, y suelen ser el motivo de consulta: ‘No puedo parar la cabeza, doctor. Es como un motor que no para nunca. Quisiera poder desconectarme’”.
Los especialistas en trastornos de ansiedad señalan que “los pensamientos que generan los síntomas de ansiedad son distorsionados, erróneos y poco ajustados a la realidad. Si el paciente los intenta acallar, evitándolos mediante una actividad que lo distraiga, solo calma los síntomas precariamente. No modifica, no resuelve, no ‘trabaja’ esos pensamientos porque evita ponerse en contacto con ellos. Entonces, solo desarrolla el recurso de distraerse, que casi siempre resulta escaso, porque los pensamientos catastróficos insisten en aparecer”.
“Por otro lado –agregan–, los pacientes que se preocupan tienden a intentar resolver problemas por adelantado. (…) Si temen a las enfermedades, buscarán información (en Internet) acerca de los síntomas, que invariablemente confirmarán la idea catastrófica de que padecen algo terrible. Si se preocupan por el próximo viaje en avión, buscarán cómo está el clima en la ciudad de salida y de destino. O las críticas acerca de la aerolínea. O la tasa de accidentes aéreos del último año. Así, las búsquedas se tornan infinitas conductas de chequeo o reaseguros que solo apuntan a calmar la ansiedad por un rato, pero que hacen que el trastorno de ansiedad perdure a lo largo del tiempo”.
Cómo detectarlo
Aunque pueden variar, estos son los síntomas más habituales:*
•Preocupación o ansiedad persistentes por determinados asuntos que son desproporcionados en relación con el impacto de los acontecimientos
•Pensar demasiado los planes y las soluciones a todos los peores resultados posibles
•Percibir situaciones y acontecimientos como amenazantes, incluso cuando no lo son
•Dificultad para lidiar con situaciones de incertidumbre
•Temperamento indeciso y miedo a tomar la decisión equivocada
•Incapacidad para dejar de lado u olvidar una preocupación
•Incapacidad para relajarse, sensación de nerviosismo y sensación de excitación o de estar al límite
•Dificultad para concentrarse, o sensación de que la mente se pone “en blanco”.
Síntomas físicos:
•Fatiga
•Trastornos del sueño
•Tensión muscular o dolores musculares
•Temblor, agitación
•Nerviosismo o tendencia a los sobresaltos
•Sudoración
•Náuseas, diarrea o síndrome del intestino irritable
•Irritabilidad.
Preocupaciones frecuentes en niños y adolescentes
•Desempeño en la escuela o en eventos deportivos
•Seguridad de los familiares
•Llegar a tiempo (puntualidad)
•Terremotos, guerras nucleares y otras situaciones catastróficas.
Un niño o adolescente con preocupación excesiva puede manifestar lo siguiente:
•Sentirse demasiado ansioso por tratar de integrarse
•Ser un perfeccionista
•Volver a hacer algunas tareas porque no salieron perfectas la primera vez
•Pasar demasiado tiempo haciendo las tareas de la escuela
•Carecer de confianza
•Esforzarse para obtener la aprobación
•Exigir demasiada atención sobre su desempeño
•Tener dolores de estómago frecuentes u otros síntomas físicos
•Evitar ir a la escuela o evitar situaciones sociales.
Así las cosas, y entendiendo que un poco de ansiedad es normal, es necesaria la consulta profesional (médica o psicológica) cuando:
•Siente que se preocupa demasiado y eso interfiere en su trabajo, sus relaciones u otros aspectos de su vida
•Se siente deprimido o irritable, tiene problemas con el alcohol o con las drogas o tiene otros problemas de salud mental además de la ansiedad
•Tiene conductas o pensamientos suicidas, en cuyo caso la búsqueda de atención profesional debe ser urgente.
(*) Fuente: Mayo Clinic