La intimidad, un aliado clave en la pareja
“Muchas parejas se terminan porque están formadas por hombres del siglo XX y mujeres del siglo XXI”. Para el psicólogo Sebastián Girona este es uno de los factores por los que las parejas (heterosexuales) atraviesan crisis que, muchas veces, no logran superar. Y es el gran tema del flamante Cada cual por su lado. Claves para recomponer la pareja (Ediciones Urano). “La diferencia entre estas dos formas de ver el mundo y de entender la pareja –amplía– produce grandes desencuentros en las relaciones. Sobre todo, porque parten de una idea muy distinta acerca de la intimidad”.
Rápidamente Girona aclara que la intimidad no refiere solamente a lo sexual, ya que la vida en pareja, un vínculo por demás complejo, se conforma con diversos elementos que integran un todo que, cuando funciona, nos acerca a la felicidad individual y compartida y a la salud de la relación. Y enumera: confianza, amor, sexo, cariño, ganas de estar y compartir con el otro, alegría por los logros de la pareja, poder bien distribuido, etc.
“Lo íntimo –explica Girona– representa mi mundo interno, mi profundidad; es aquello que sucede muy dentro de mí, eso que me pasa y que no cualquiera sabe. Íntima es mi historia, íntimos son mis miedos y mis fantasmas, íntimos son mis deseos más grandes y mis ilusiones, íntimos son mis sueños y aspiraciones, íntimo soy yo. La intimidad es algo que no le mostramos a cualquiera, sino algo que decidimos exponer cuando se supone que nos sentimos seguros con el otro, seguros de que no nos va a lastimar, seguros de que no se va a burlar con lo que le muestre cuando me abra, seguros de que va a respetarme. Se suele preservar la intimidad porque en ella está mi identidad, y si alguien la daña o intenta dañarla, será muy doloroso para mí”.
El problema es cuando esa intimidad compartida, que en los comienzos de una relación suele implicar una comunicación fluida, deseo de saber todo del otro y de que el otro sepa todo de uno, va perdiendo intensidad, cuando la cercanía se convierte en distancia, cuando la soledad se interpone en la convivencia. “Existen muchas relaciones sentimentales en las cuales alguno de sus integrantes se siente solo a pesar de estar en pareja”, afirma Girona. Y agrega: “Muchas parejas sienten que ya no hay tema de qué hablar después de estar mucho tiempo juntos. Al principio los dos tenían ganas de construir la relación y los dos eran conscientes de la necesidad de hacerlo, pero en algún momento eso se perdió y la construcción se interrumpe. O, más bien, uno de los dos deja de construir y el trabajo de ambos recae en el otro”. Ese trabajo, dice el especialista, por lo general lo asume la mujer, que es quien más suele sentir los cambios en el vínculo que llevan al distanciamiento y a la soledad.
Y es la mujer, esa mujer del siglo XXI que describe el autor, la que toma la iniciativa –como en otros campos–, la que enfrenta el problema en busca de una solución. “Habitualmente, la mujer lo expresa de la manera que sea durante un tiempo hasta que se cansa y decide no decirlo más. Llegado este punto, parece que la pareja mejora, porque ya no hay reclamos. Sin embargo, suele tratarse de la calma que antecede a la tormenta. Cuando la mujer se cansa, se cansa. Puede tardar mucho en perder la paciencia, pero una vez que la perdió muy pocas veces hay vuelta atrás. Lo que queda por delante suele ser el final de la relación”. Antes puede haber un intento de recomposición a través de una terapia de pareja (que puede ser una buena medida preventiva, antes de que la crisis avance), que en un comienzo, define Girona, “es una suerte de respirador artificial”. De todos modos, el denominador común es que ambos llegan a la consulta con percepciones y objetivos diferentes: por lo general, la mujer en esa instancia lo hace con deseos de terminar la relación y el hombre, de continuar.
El autor se pregunta “¿de qué hablamos cuando hablamos de hablar?”. Y responde: “Cuando hablamos de dialogar hablamos de entendernos, de poder expresar lo que sucede de la forma más clara posible. Y también, de poder manifestar lo que sentimos sin miedo y sin vergüenza, pero siempre con respeto y buscando la mejor forma de decir las cosas. Asimismo, dialogar tiene que ver con poder conectarnos con nuestro mundo interno y vivenciar lo que nos sucede”. Y cuando esto no sucede, cuando no hay diálogo en ese “nosotros” que es la pareja, “uno de los dos integrantes del vínculo resigna sus ganas y deseos de tener una pareja sana y archiva las ilusiones de a poco hasta que se resigna”.
La grieta vincular
Para graficar las realidades que suelen definir a los miembros de una pareja, Girona se refiere a la “mujer invisible” y al “hombre mudo, distraído y medio sordo”, como dos caras de una moneda en crisis. En el primer caso, la mujer percibe al mismo tiempo la presencia física y la ausencia psicológica, una especie de estar en cuerpo pero no en alma, que deviene en lo que el autor llama “la presencia de la ausencia”, es decir que “se presenta cotidianamente lo que falta, en este caso la falta de la mirada, el compañerismo, la contención, el apoyo, etc. Y a partir de esto, la mujer, muchas veces, se vuelve invisible para el hombre”.
Del otro lado de la grieta vincular aparece el hombre del siglo XX: “Por hombre del siglo pasado hay que entender a un hombre con carencias empáticas, dificultades para dialogar, falta de sensibilidad y con una lógica según la cual la mujer es un súbdito a su servicio. Ese hombre no colabora en las tareas de la casa, tiene poca participación en la educación y el cuidado de sus hijos y genera una conexión con la mujer de muy baja calidad”.
“Por otro lado –explica el especialista, quien también menciona como desestabilizador a un tercero en discordia, en este caso la tecnología–, la mujer del siglo XXI comprendió que tiene derecho a ser feliz y estar en una relación sana, en el caso de que quiera formar una pareja. Ya se dio cuenta de que no se tiene que arreglar con cualquier cosa. Comprendió que tiene los mismos derechos que el hombre y a partir de esto pelea por tener una pareja ‘pareja’ y por menos asimetría en su relación, comparada con las relaciones que se formaban en el siglo pasado”.
Además de la falta de diálogo, la demora en la construcción de un “nosotros” y la sensación profunda de soledad, el autor menciona una serie de indeseables “aliados” de la soledad: “Como si los primeros no fueran ya suficientes, la invalidación, la rutina, la zona de control, los celos, la competencia y hasta los hijos representan riesgos cotidianos, y muchas veces silenciosos, para un vínculo”. También remarca que “cuanta mayor seguridad tiene la pareja, más peligros corre”.
Finalmente, Girona se dirige por separado a hombres y a mujeres. A ellos les da algunas pistas para luchar contra el problema y convertir a su pareja en un vínculo sano y sustentable, además de brindar un “curso para aprender a mirar a las mujeres”. A ellas las invita a enfrentar el desafío cotidiano de convertirse en mujeres del siglo XXI.