La hora de los balances personales
Hay un chiste, basado en hechos reales, que circula por las redes sociales y que dice: “Propósitos de año nuevo. 2013: bajar 2 kilos; 2014: bajar 3 kilos; 2015: bajar 5 kilos; 2016: bajar 7 kilos; 2017: bajar 8 kilos; 2018: luchar contra los patrones de belleza establecidos por esta sociedad moralista, materialista, capitalista y opresiva”. Es que llega diciembre y comienza una rutina de la que parece muy difícil escapar. Por un lado, hacer un análisis de lo hecho –y, quizás especialmente, de lo no hecho– durante el año; los avances, estancamientos y retrocesos en los que hemos participado en distintos ámbitos: individual, social, sentimental, laboral, etc. Por otro, y en base a este balance, formular propósitos para el nuevo año, una hoja en blanco sobre la que tenemos la libertad de escribir lo que se nos ocurra, aunque esto puede acarrear nuevos problemas y saldo negativo en el futuro balance, y así sucesivamente.
“El fin de año es la conclusión de algo, y cuando algo concluye, naturalmente surge la necesidad de hacer un balance. Es algo que se impone, que se da por sí mismo, y aunque se trate de una realidad externa, el pasaje de un año a otro funciona como algo simbólico. Es un fenómeno de la mente que, sin embargo, nos brinda la posibilidad de repensarnos, nos ofrece poder pensarnos mejor y tomar una posición subjetiva más crítica con nosotros mismos”, explica la psicoanalista Any Krieger. Y agrega: “Es una oportunidad para cambiar, para mejorar, para intentar nuevamente alcanzar la ilusión, sostener la esperanza del deseo, la meta, el logro. Y es, esencialmente, un momento de reflexión y de toma de posiciones”.
Frente a una realidad apabullante, como describe la licenciada Krieger, “hace falta una fortaleza yoica (relativa al yo) muy importante porque de otro modo esa realidad nos puede alienar. Por eso, tener deseos y proyectos sirve para desalienarnos, son como un refugio, y el corte, la conclusión que significa el fin de año, nos da una nueva chance para ver cómo seguimos”.
Del balance anual también hay resabios. Y estos restos, eso que cae, hay que convertirlo en una causa. Porque siempre hay un resto, señala la especialista. “Es como la comida. Siempre queda algo en el plato, un hueso, o simplemente algo que no nos gusta comer. Lo que queda, entonces, sería lo negativo, lo no digerible, lo que no se puede tragar. Es decir, algo totalmente asimilable a lo negativo que, en otros órdenes, nos hizo sufrir o nos provocó una pérdida. En uno y otro caso es muy importante poder reciclar, sean restos materiales o heridas personales. Es poder servirse de la experiencia dolorosa y transformarla en una experiencia de vida, lo que algunos llaman resiliencia”.
¿Qué pasa cuando el balance es positivo y qué cuando es negativo? ¿De qué manera se puede aprovechar el balance positivo? ¿De qué modo se puede procesar el balance negativo? “En los dos casos –dice Krieger, que es miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA)–, lo fundamental es seguir trabajando: si el balance es negativo, hay que insistir en aquello que nos preocupa, que no nos satisface, que nos duele, siempre apostando al deseo, que es algo que no se logra sin trabajo; y si es positivo, hay que trabajar para sostenerlo. Por supuesto que es mejor si el balance es positivo, pero si se le resta libido y energía, inevitablemente se cae. Hay que seguir alimentándolo”.
Ayer, hoy y mañana
La hora de los balances de fin de año coincide con los festejos en general, y en particular con las celebraciones en familia, que suelen implicar encuentros, reencuentros y desencuentros, para los que no siempre estamos preparados, o dispuestos a enfrentar situaciones de conflicto, historias que unen pero en ocasiones también separan, heridas que muchas veces permanecen abiertas en el tiempo y no terminan de cicatrizar. “En las reuniones familiares recrudece lo doloroso, pero también aparece la oferta de una esperanza. Todo depende de la estructura mental, del aparato psíquico de cada persona, para poder hacer frente a situaciones conflictivas, ausencias, evocaciones…”.
Anotarse en el gimnasio e ir regularmente; bajar esos kilos de más que están ahí desde hace tiempo; terminar la carrera que quedó interrumpida o iniciar una nueva; estudiar un idioma; mejorar o retomar la relación con ese familiar o amigo con el que estamos enemistados o distanciados; dedicarle más tiempo a la lectura; tener una vida social más activa; estar más presente en el día a día familiar… Al mismo tiempo que los balances anuales, llegan los propósitos para el futuro inmediato, o sea el año que está por comenzar. ¿Es preferible formular metas realistas para el nuevo año o es mejor proponerse objetivos de máxima aun a riesgo de que si no se cumplen generen frustración a la hora del balance? Para Krieger, “es irracional proponerse metas que claramente no se pueden cumplir. Hay que tener en cuenta que todo necesita de cierto esfuerzo, y no se puede encarar al mismo tiempo varias metas para las que habrá que trabajar duro. Respecto de la frustración sobre lo no conseguido es importante pensar que aquello que queríamos y no pudimos obtener fue por algo. Lo que tenemos que hacer es revisar por qué”.
Además, agrega la psicoanalista, “hay mucha exigencia externa sobre el aspecto físico, los logros económicos y los objetos que ‘hay que tener’. El problema es que si compramos esas exigencias disparatadas, las aceptamos como metas y no las podemos cumplir, sobreviene la frustración. Por eso hay que tener conciencia de los objetivos que uno se propone, por ejemplo para el año próximo. Tienen que ser cumplibles, tiene que haber una transacción entre la demanda social ilimitada y la solución posible. Lucir eternamente joven, tener dinero y ser feliz son exigencias horribles de una sociedad de consumo que quiere ser de hiperconsumo, y en la que el riesgo es quedar consumidos”.