Hijos únicos: de caso aislado a tendencia mundial
El dato se llama “tasa de fertilidad”, mide la cantidad de nacimientos por mujer y en la Argentina viene cayendo en forma pronunciada: si en 1960 era de 3,11 hijos, diez años después había caído a 3,07 y hoy está alrededor de 2,26, tendencia que según el Banco Mundial se corrobora en todo el planeta. Los motivos del descenso están bastante estudiados y pasan por cuestiones como el retraso en la edad de concepción y las restricciones económicas y sociales por las cuales sostener un hijo se vuelve más y más complicado.
Pero más allá de las macrotendencias demográficas que se desprenden de estos números (principalmente el envejecimiento poblacional), el caso es que a menos hijos por mujer más hijos únicos se observan en la actualidad, hasta el punto que estos pasaron de caso aislado a clarísima tendencia: hoy ser hijo único está de moda. Y lo excepcional, en cambio, viene a ser la familia numerosa.
Hace no demasiado tiempo tener un solo hijo era visto por el entorno social y familiar como algo problemático, únicamente derivado del hecho de haber tenido alguna restricción puntual a la posibilidad de concebir otro más. Y hoy persisten todavía algunos coletazos de esa teoría, pero lo cierto es que cada vez se observan más mujeres que dan a luz por única vez porque así lo deciden.
“Hay una idea instalada de que tener un hijo solo no está bien, que ser hijo único es algo malo y que el niño se criará con carencias si no tiene un hermano”, marca la puericultora Vanina Schoijett, autora de La revolución de la crianza. “Pero realmente la premisa de tener otro hijo ‘para darle un hermanito a’ es cuasi absurda -prosigue-. Un hijo representa demasiada responsabilidad, dedicación y esfuerzo como para hacerlo como un regalo al primogénito”. De acuerdo a la experta crecer siendo hijo único no tiene ninguna contraindicación: como seres sociales que somos, nos proveemos de vínculos que nos contienen y acompañan en las diferentes etapas de nuestras vidas. “Porque además -remata- valga la aclaración, tener un hermano no es garantía de un vínculo sano ni para toda la vida”.
El estigma
Aún persiste el estigma que afirma que los hijos únicos son personas sobreprotegidas, egoístas, caprichosas y malcriadas, pero cada vez más expertos indican que todo eso no es más que parte de un gigantesco mito. Y que, al contrario de lo que muchos piensan, ser hijo único podría tener algunas ventajas, como el hecho de monopolizar los recursos de sus progenitores (no solo dinero, sino también atención y tiempo) y la predisposición a convertirse en “generadores naturales” de amigos ante la imperiosa necesidad de socializar. También es cierto que a la vez pueden sentirse presionados al ser depositarios de todas las expectativas de sus padres, así como un poco solos tanto en la niñez como en la adultez.
“Me parece que no se puede decir que ‘conviene’ más una cosa u otra, porque cada situación es absolutamente única. Las configuraciones familiares son muy especiales, a lo que se suma que venimos también de una familia con su configuración y filtramos nuestra historia a los que nos siguen”, indicaba durante una entrevista la especialista en desarrollo infantil y crianza respetuosa Melina Bronfman. “En todo caso -agregaba- que los chicos sean caprichosos y consentidos no depende solamente de cómo son esos chicos, sino de cómo son esos padres. Y tiene que ver con el estilo de crianza más que con si en esa familia hay uno, dos o tres niños”.
También rescata Bronfman que hay parejas que se ven tan transformadas emocionalmente por la llegada de su primer hijo que ni siquiera pueden asimilar la posibilidad de tener otro, así como mujeres que quieren “sacarse el gusto” de tener otro hijo para parir o amamantar de tal o cual manera. “Sacarse las frustraciones que le quedaron pendientes de su propio ejercicio de lo que es la fisiología femenina -marca-, con el pequeño detalle de que venimos trayendo vidas a esta tierra”.
Algunas sencillas pautas
El primer consejo y más obvio para padres de hijos únicos tiene que ver con encontrar para ellos espacios en donde puedan estar en contacto con pares, esto es: buscar lugares de juego, casas de los primos, vecinos y amigos, plazas donde sean capaces no solo de aprender mediante observación (cuando son más chiquitos) sino también de empezar a tolerar la frustración, compartir y desarrollar la generosidad y la empatía. No presionarlos, tratarlos siempre de acuerdo a su edad, no agobiarlos, permitirles equivocarse de vez en cuando y jamás hacerlos sentir “incompletos” por el hecho de no tener hermanos. Valorar sus logros, sin tampoco endiosarlos. Y destinar una buena cantidad de tiempo a jugar con ellos. En suma: que si la idea es desterrar etiquetas viejas, entonces el mensaje sobre los hijos únicos debe ser positivo.
No se trata de valorar algunos esquemas familiares por encima de otros, sino de atender a cada situación particular observando además macrotendencias sociales, como el hecho de que los chicos en general disponen de menos tiempo, juegan menos en la calle, están más expuestos a las pantallas y viven en permanente contacto con la experiencia del consumo, lo que impacta en su socialización y hace que crezcan un poco más solos, sean o no hijos únicos.
La psicóloga estadounidense Susan Newman –autora del clásico Educar a un hijo único- advierte que “nadie se sorprende si los chicos de una familia tienen una computadora de última generación; pero si es un hijo único, rápidamente lo tildan de malcriado”. Según marcaba Newman en una extensa charla con Materna, lo que hace falta son más padres que puedan resistirse al reclamo de sus hijos y superar la temporaria infelicidad que les provoca la palabra “no”.
“Es verdad que el hijo único está solo para hacerse responsable por el cuidado de sus padres cuando éstos envejecen. Muchos piensan que ésta es la peor parte de la historia y el precio que deben pagar por los años de dedicación exclusiva”, afirma la experta, a lo que añade que ante ese escenario de lo que se trata es de aprender a pedir ayuda y recurrir a aquellos que fueron formando su red de contención, porque al fin y al cabo -concluye- “familia no significa siempre lazos de sangre”.