Filosofía, pasión de multitudes
Más inscripciones para la carrera en la Universidad de Buenos Aires, récord de participantes en las Olimpiadas Nacionales de la especialidad, viejos y nuevos divulgadores en los medios, libros convertidos en best sellers, especialistas en la materia que opinan en programas de radio y televisión, todos de alguna manera tratando de demostrar aquella idea de que la filosofía no soluciona los problemas sino que los crea. En realidad, como debería suceder con el periodismo, lo que hace la filosofía es formular preguntas y tratar de dar respuestas. Y aunque a veces da la impresión de que la divulgación de la filosofía de algún modo la puede banalizar, no deja de ser una buena noticia el hecho de que haya gente haciéndose preguntas en una época en la que lo que abunda, tanto en los medios tradicionales como en las redes sociales, son las respuestas, tengan o no fundamento.
A la presencia del Café Filosófico de Roxana Kreimer, que lleva casi dos décadas de actividad, y de los programas de TV conducidos por José Pablo Feinmann y Darío Sztajnszrajber, que siguen repitiéndose en el canal Encuentro, un fuerte espaldarazo a este auge se debe a la serie catalana Merlí, en la que un heterodoxo profesor de filosofía logra llamar la atención de sus alumnos, inicialmente desinteresados, a punto tal que sus vidas empiezan a girar en torno a las preguntas esenciales y a las grandes corrientes filosóficas con sus pensadores fundamentales.
Mientras desde algunos sectores académicos se ve este florecer de la disciplina como una afrenta a los modos tradicionales, otros creen que se trata de una oportunidad de poner a la filosofía en un lugar central. Y eso, en estos tiempos, guste o no, implica aceptar que, sin traicionar las ideas y objetivos esenciales, requiera de ciertos divulgadores en clave pop, del mismo modo que los hay en matemática, con Adrián Paenza (recientemente premiado como la máxima autoridad mundial en la materia), y en física y química con Diego Golombek, entre otros.
El más conocido divulgador de temas filosóficos en la Argentina es, sin dudas, Darío Sztajnszrajber. Autor de varios libros, entre los que se destacan el provocador Para qué sirve la filosofía y el exitoso Filosofía en 11 frases, acaba de publicar el primer tomo de Filosofía a martillazos, donde recopila las clases que dicta en la UBA. En esta primera entrega analiza la obra de pensadores de diversas épocas y corrientes –de Platón a Jacques Derrida, de Friedrich Nietzsche a Karl Marx, de San Pablo a Roberto Esposito– a través de quienes busca preguntarse y dar respuesta a cuestiones como dios, la democracia, el amor y el post amor, la verdad y la post verdad. Lo hace en ese tono coloquial que brinda la oralidad, una característica que también lo llevó a la radio (Demasiado humanos) y a los escenarios, con sus espectáculos Desencajados y Salir de la caverna, donde aborda la filosofía en clave de stand up.
En su libro anterior, el hilo conductor fueron 11 frases de muy diversos autores: Heráclito (“Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”), el mismísimo Dios (“Soy el que soy”), Sócrates (“Solo sé que no sé nada”), Aristóteles (“Oh, amigos, no hay amigos”), San Agustín (“Ama y haz lo que quieras”), Thomas Hobbes (“El hombre es el lobo del hombre”), René Descartes (“Pienso, luego existo”), Carlos Marx (“Todo lo sólido se desvanece en el aire”), Friedrich Nietzsche (“Dios ha muerto”), Jacques Derrida (“Nada hay fuera del texto”) y Michel Foucault (“Donde hay poder, hay resistencia”). En Filosofía a martillazos, en cambio, recurre a los autores en función de la temática preestablecida por los requerimientos académicos.
De todos modos, señala, “una clase de filosofía es un acontecimiento. Quiero decir que allí algo acaece. Incluso cuando no pasa nada. Es una provocación a la sensatez de lo diario, un freno al buen funcionamiento de las cosas, una interrupción de la productividad cotidiana. Parece que hay muchas cosas más importantes para hacer en el mundo que desviar la mirada y hacer filosofía. Y sin embargo, nos juntamos y provocamos una diferencia. Hay un desvío, un lenguaje otro, una comunidad que desordena y habilita el espacio para que otro tipo de pregunta irrumpa. Hacer filosofía no es más que partir de cualquier sentido común para dislocarlo y provocar el extrañamiento. Una torsión del alma, decía Platón en la República. Mover para que la cosa se mueva. En la intimidad más propia de la cosa, en su darse más sencillo, se abre siempre el escorzo que hace posible que todo se derrumbe. Una clase de filosofía es una práctica de subversión. Se descoloca la versión instituida para que estallen todas las versiones imposibles”.
Para pensarte mejor
Sztajnszrajber no es el único. Realidad, mente, lenguaje, amor, felicidad, belleza y arte, libertad, muerte, dios y ser persona son los 10 “casos” para la filosofía que Tomás Balmaceda presenta en su flamante #Piénsalo, un libro en el que el autor hace convivir las ideas de los grandes pensadores de todas las épocas con las suyas propias, y en las que además de las preguntas de rigor que plantea la disciplina se entremezclan algunas de sus otras pasiones, como los gadgets tecnológicos y las series espaciales. Balmaceda es doctor en Filosofía especializado en Filosofía de la Mente y Filosofía de la Tecnología, da clases en la UBA, la Universidad Di Tella y la UCES.
El autor aclara que se trata de un libro de casos filosóficos y no de uno que responda exactamente de qué se trata la filosofía. “Nadie puede decirte qué es exactamente la filosofía o, al menos, nadie puede decírtelo sin incluir otras posibles definiciones que discutan con ella, que la contradigan, que la pongan en aprietos o con las que no se ponga de acuerdo. Esta es la característica que siempre me fascinó de esta disciplina en la que me vengo formando desde hace casi dos décadas. Mientras los ingenieros saben qué es la Ingeniería y los abogados están de acuerdo en cuál es el ámbito del Derecho, los filósofos nos podemos dar el lujo de hacer preguntas acerca de todo y poner en duda cualquier tema… incluso la filosofía misma”. Muy probablemente sea esta característica, más el lenguaje desacartonado que utilizan los nuevos divulgadores, lo que hoy induce a adolescentes y jóvenes a sumergirse en las aguas profundas de la filosofía, algo que de alguna manera hicieron siempre, al margen o no de las nuevas olas.
Balmaceda va más allá de los “grandes pensadores”. Dice: “Tal vez esta disciplina que se cuestiona todo y nunca está satisfecha ni se da por vencida esté motivada por la propia naturaleza humana. Entonces, ¿por qué no creer que todos somos filósofos? Tal vez esté en nuestra misma naturaleza que nos fascinen cuestiones profundas pero de improbable resolución. Dejar de hacernos estas preguntas sería dejar de lado una de las características que nos vuelven quienes somos. La pregunta por el fin de la filosofía es, entonces, en sí misma filosófica en este sentido: no hay una única respuesta. Quizá ni siquiera haya una respuesta y toda la aventura sea, simplemente, recorrer el camino que nos propone esta pregunta y todo lo que surge a medida que intentamos responderla”.