Encendiendo el asombro: ¿cómo interesar a los chicos por la ciencia?

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Los chicos tienen una curiosidad innata y miles de preguntas.  Así y todo queda mucho para hacer en aras de promover un verdadero pensamiento científico y el amor por aprender. 

¿Es siempre innata la vocación investigadora, o puede el entorno ayudar a despertarla? ¿Qué tiene para aportar el sistema educativo en el interés que puedan tener los chicos por la ciencia? En otras palabras: ¿nace el científico, o se hace?
La respuesta, a esta altura, resulta casi obvia: sí que puede incitarse esa curiosidad, sí es necesario intentarlo y efectivamente hay muchísimo que la escuela y los hogares pueden hacer en ese sentido. Lo que no está tan claro es el cómo, aunque los expertos tienden a coincidir en algo: de lo que se trata, más que nada, es de alentar a los chicos a hacerse preguntas. 

Melina Furman -bióloga, educadora, investigadora del CONICET- se dedica entre otras cosas a estudiar cómo es que se enseñan las ciencias naturales en las escuelas, y en ese afán viene desde hace años recogiendo preguntas de los pizarrones y encontrando interrogantes como “¿Qué es una célula y cuáles son sus partes?”, “¿qué es la nutrición?” o “¿qué tipos de formas puede tomar la energía?”. 
“Y no es que sean preguntas horribles – decía durante la charla Educar mentes científicas en la escuela - sino el hecho de que apuntan a una respuesta acabada, una información que se busca, se copia y tal vez al otro día se olvida. El problema no es tanto que estas preguntas estén en los pizarrones, sino el hecho de que son las únicas preguntas que están en los pizarrones”. 
 

Chicos y ciencia

Según la experta -que acaba de publicar en Siglo XXI el libro Guía para criar hijos curiosos- el desafío pasa por transformar esas preguntas fácticas, casi muertas, en preguntas para pensar, en casos y problemas que presenten cuestiones intrigantes. “Así la pregunta ya no es un callejón sin salida -marcaba-, sino una puerta para aprender y un camino para explorar”.  
Como ejemplo citó este caso que se presentó en una prueba piloto: dos chicos que hacen un experimento mezclan sopa con diferentes clases de cucharas y van, a la par, anotando cuánto tarda el mango de cada una en calentarse. 

 

 

Luego se interrogaba al aula sobre qué era lo que estos chicos querían responder, qué conclusiones sacaron y qué experimento plantearía cada alumno para saber si es la madera un buen material para fabricar cucharas de sopa.  “Lo más lindo de estas preguntas para pensar es que los chicos no solo aprenden conceptos importantes, sino también capacidades de razonamiento que los van a acompañar toda la vida”, señala Furman en relación con estas vías para ayudar a los estudiantes a reconectarse con el aprendizaje y adquirir un pensamiento propio y activo en el que existan preguntas que responder, datos que recoger y debates sobre cuáles son las mejores maneras de recolectar información. En suma: lo opuesto de un aprendizaje pasivo en el que solo hay que tomar notas y repetir datos.

 

Más pistas

Chicos (de Ciencia Hoy, www.chicosdecienciahoy.org.ar) es una revista argentina que trata sobre ciencia y va dirigida a un público cuyas edades oscilan entre el fin de la primaria y el principio de la secundaria. Es amplia su variedad de notas, que más que nada tocan temas que la escuela no toma en general. ¿Por qué? Porque son descubrimientos recientes que los manuales y textos escolares por lo general van incorporando muy lentamente. Así es que Chicos trae unos artículos breves, interesantes, divertidos. Escritos siempre por un científico de esa especialidad, ilustrados por artistas, revisados por docentes y pedagogos y evaluados por padres y chicos.

Como asesora pedagógica de ese proyecto Hilda Weissmann sostiene que para inspirar a los chicos y alimentar su curiosidad, la clave está en ofrecerles experiencias que les generen preguntas. “No es lo mismo ver un video sobre África que salir a la plaza y descubrir qué están haciendo los insectos, o que ahora aparecieron los brotes, o se cayeron las hojas, o que no todas las cortezas de los árboles son iguales”, dice esta licenciada en Educación que desde sus inicios se dedicó a la enseñanza de la ciencia y la formación ambiental.

“Cocinar también puede ser un gran laboratorio de aprendizaje de la química, un ámbito donde todo el tiempo se están planteando preguntas: por qué esto hierve, por qué algo se quemó, por qué esto otro se derrite. Mi mamá no tenía una finalidad pedagógica, pero sí sabía que era importante que colaboráramos en casa y entonces la cocina era un lugar de colaboración y de enorme aprendizaje”, marca Weissmann y agrega que si les damos a los chicos una tablet “ese aprendizaje se evita, porque es la realidad lo que genera los problemas y las preguntas”.

¿Qué importancia puede tener acercar de este modo los chicos a la ciencia? Que tomen amor a aprender para ellos mismos y no para otro, para empezar, pero el desafío también tiene que ver con formar unos ciudadanos críticos y despiertos que no miren a los científicos como si fueran extraterrestres que nada tienen que ver con sus vidas.

“En prácticamente todo lo que ocurre a nuestro alrededor se juegan cuestiones en los que la ciencia ha tenido o tiene un papel importante. Y lo que el pensamiento científico nos permite es desactivar mitos y dejar de lado los tabúes, las mentiras y los prejuicios para poder, por ejemplo, cuidar el ambiente y vivir mejor con menos”, sostiene Weissmann.

Y concluye: “Para que ese aprendizaje se desencadene no basta con que el maestro diga: ‘para mañana, de la página 8 a la 12’. Tiene que haber algo más. Y ese algo más se vincula con desarrollar la capacidad de hacerse preguntas que motiven a querer descubrir las respuestas, dándoles en el medio las herramientas para explorar, experimentar, buscar. La clave de todo está en cultivar mentes curiosas. Mentes que pregunten”.

 

Fotos: istock