El Padre Pepe, un corazón valiente
El Padre ‘Pepe’ Di Paola está al frente del Hogar de Cristo, un programa de recuperación de la adicción a las drogas de la Parroquia Virgen de Caacupé del barrio porteño de Barracas. Desde hace años trabaja sin tregua para acompañar y aportar a la vida de los más necesitados. Su lucha le costó una amenaza de muerte que lo obligó a auto exiliarse en el interior del país durante dos años.
“El cura José María Di Paola dialoga con el cielo pero no saca los pies del barro. No huele a perfume francés como algunos jerarcas de la iglesia. Es un pastor con olor a ovejas”, escribió el periodista Alfredo Leuco. Y hay mucho de cierto en eso de que este sacerdote que ofrenda su vida a los más marginados –con especial dedicación para aquellos afectados por la adicción a las drogas, y al paco-, responde a una vocación genuina y solidaria.: “Yo elijo trabajar por ellos, desde la dignidad”, define el Padre ‘Pepe’. Y con todo lo que hace, casi no hace falta que lo confirme; está a la vista su compromiso con los carenciados.
Es muy joven, el padre, pero tiene años de experiencia en esto de caminar junto a quienes más lo necesitan. Estuvo 13 años a cargo de la villa 21 –es uno de los denominados por la prensa “curas villeros”, por las zonas en que concretan su trabajo- y demostró que era capaz de entregarse a una misión, la que él considera su responsabilidad de vida: promover la trama de la solidaridad y la evangelización, de la contención y el afecto, del diálogo y el acompañamiento, entre los jóvenes que han quedado por fuera del sistema.
El compromiso que asumió, no fue gratuito. A fines del 2010, cuando él y otros sacerdotes difundieron un documento para denunciar que los narcotraficantes estaban inundando las villas con el “paco” (sustancia mortal hecha con los desechos del proceso para fabricar cocaína), los narcos lo amenazaron de muerte. Le hicieron saber que había una bala lista para él, y lo obligaron a partir en busca de mayor seguridad; así fue que el Padre ‘Pepe’ recaló en el Norte del país, con la bendición del hoy Papa Francisco I –entonces cardenal Bergoglio- que lo bendijo en sus funciones. El nuevo Papa no sólo es su referente máximo sino su "amigo" y su "padre espiritual". Bergoglio presidió la ceremonia de despedida en honor a Di Paola, cuando éste debió partir rumbo al norte.
El exilio forzado, como cura de provincias en Campo Gallo, Santiago del Estero, duró poco más de dos años. Tras su vuelta –en diciembre del 2012- retomaría sus funciones en la Capilla de Nuestra Señora del Milagro, en Villa La Cárcova, Municipio de San Martín. Desde allí asiste junto a sus colaboradores a los 18 mil habitantes, 57 villas, 91 asentamientos-, en una zona ubicada a orillas del Río Reconquista. Dirige un centro de rehabilitación barrial, el Hogar de Cristo, y pelea por la inclusión de los adictos recuperados.
"Mi idea es prolongar el Hogar de Cristo en barrios donde no se conoce esta esperanza que sí tienen los chicos de las villas donde está hasta ahora", dijo a la prensa recientemente. “El objetivo de nuestro centro de recuperación es hacer un trabajo persona-persona, seguimos cada caso, acompañamos a los chicos en ese proceso de cura, les damos contención espiritual. El tema del paco se resuelve en la proximidad con la gente.”
El Hogar de Cristo es un programa de inclusión y acompañamiento integral de usuarios de paco creado en 2008 por Di Paola y otros sacerdotes de Barracas y que hoy lleva adelante la Vicaría para las Villas de Emergencia de la arquidiócesis porteña y mantiene centros barriales allí y en las villas de Retiro y Bajo Flores. "Hoy tomo la decisión de seguir con esa misión inconclusa a la que me siento llamado dentro de la Iglesia, no ya en la Villa 21-24, sino en el Gran Buenos Aires, cumpliendo la misma misión. La droga en la vida de estos chicos es aún más grave que en la de los chicos de clases medias y altas porque las perspectivas de futuro que ellos tienen son más pobres que las de aquellos, y eso los desalienta, por eso nos necesitan tanto".
El padre piensa seguir extendiendo a otros barrios su mano solidaria: cada vez un poco más, para abrazar a más gente que necesite de su apoyo. “La ausencia del Estado en estos sitios es evidente, y lleva décadas” dice. “Ahora estamos tratando de entablar relaciones con los gobiernos de la Ciudad y la Nación para que los chicos recuperados puedan también capacitarse y en un futuro conseguir un empleo, ayudarlos a generar condiciones de vida dignas, para que no recaigan. Queremos que todos se impliquen con este problema tan grave de nuestra niñez y nuestra juventud.”
Leuco dijo, pensando en él: “Si el Papa Francisco es el representante de Dios en la tierra, el Padre ‘Pepe’ es el delegado del Papa en las villas. Es un iluminado que piensa como habla y que hace lo que dice. Sabe que tiene que expulsar del templo a los mercaderes de la droga. Todos los padres Pepes que hay y que no conocemos edifican granjas, comedores, canchas de fútbol, empujan para que se construyan cloacas, para que nadie abandone la escuela, para que las madres se junten en la parroquia a tejer el futuro. Hacen todo lo que pueden. Milagros cotidianos. No pueden multiplicar los panes pero multiplican la solidaridad y al amor al prójimo. Eso lo saben las madres de los pañuelos negros por el luto que les produjo el paco en su corazón. A esta altura, el hambre y el paco son crímenes de lesa humanidad. Producen un genocidio silencioso que luego estalla en toda la sociedad con desesperación y nuevos crímenes que se llaman inseguridad. Los adictos cada vez son más jóvenes y cada vez más adictos cometen delitos. Es un círculo vicioso letal. Es un infierno que debemos combatir. Entre todos. La pasión de Jesucristo es la misma pasión de Pepe”.